¿Quién perdió el domingo?
Es cierto que la dictadura salió pésimamente parada el domingo, cuando los centros de votación desiertos la mostraron en su soledad absoluta, en el centro de una indigencia de apoyo popular raras veces sufrida por las dictaduras que se han sucedido en Venezuela. Todo eso es verdad, pero no deja de ser elocuente el hecho de que, pese a semejante adversidad, pese a cómo vimos a la dictadura como tonto sin madre, como nave a la deriva, ahora levanta las banderas del triunfo y anuncia un apoyo masivo que solo los dementes son capaces de proclamar en medio de una gigantesca orfandad.
Esa es la madre del cordero. Esa es la nuez de la tragedia venezolana. La dictadura no solo desconoce la realidad, sino que también la cocina según su receta y nos la echa en cara para que la conozcamos, para que la veamos porque jamás la habíamos visto. Como si de veras existiera. Como si la verdad fuese mentira y la mentira reflejara las señales del entorno. Que actúen así Maduro y sus secuaces no nos debe extrañar, forma parte de su oficio de imposición y de su necesidad de ofrecer un discurso unilateral y falso de la vida, pero no deja de ser alarmante el decaimiento que puede producir en el seno de la sociedad democrática y aun en la conducta de los líderes de la oposición.
Puede, en primer lugar, transmitir un sentimiento de derrota en los predios de la sociedad civil. ¿Hicimos tanto para que nos engañaran otra vez, para que de nuevo se burlaran de nosotros? ¿Cómo vamos ahora a levantar cabeza, cuando el general Padrino, rodeado de la soldadesca de alto escalafón, bendice los resultados y les pide a los estudiantes que se porten bien porque están equivocados y mal aconsejados? Sin embargo, el desafío no está en nuestro terreno, sino en el de los mandones. Son ellos los derrotados. Son ellos los mentirosos y los falsarios. Les dimos una paliza formidable, que no quieren reconocer porque los obligaría a hacer maletas hoy mismo. Fuimos los victoriosos de la jornada, le propinamos una patada histórica a la dictadura. Perdió Maduro, junto con sus burócratas de medio pelo y con su militarada obsecuente y anacrónica.
Pero los líderes de la oposición son los llamados a aclarar las cosas, antes de que pasemos de castaño a oscuro. No solo porque es habitual que la desesperanza se multiplique, sino también porque, a estas alturas, hace falta un mensaje que abandone el cauce que se ha mantenido en los últimos meses. La patraña descomunal de la dictadura no puede responderse con la retórica habitual, ni con declaraciones que llamen a acciones que no terminan de llegar a conclusiones concretas y plausibles.
La dirigencia de la MUD tiene la obligación de examinar su conducta y especialmente las propuestas que nos haga en adelante, no sea que, de seguir como hasta ahora, le facilite el camino a la dictadura para que se imponga hasta cuando le dé la gana.
La dictadura perdió la partida fundamental el domingo pasado, sin lugar a dudas, pero la gente siente que no fue así debido a que no solo sigue atornillada en el poder, sino porque sus colmillos nos hacen ahora sufrir con más vigor y con más saña sin que quienes nos dirigen nos digan cómo hacer para librarnos del continuismo de la crueldad y de la mentira. La MUD tiene la palabra, mientras tenga tiempo de pronunciarla.
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