Trenes infantiles, camiones de carga de ganado o andar a pie son parte de las “soluciones” que consiguieron los ciudadanos para transportarse en Venezuela ante una escasez de transporte público generada por la falta de repuestos. Aunque sea difícil de creer, el país gobernando por Nicolás Maduro está peor que la misma Cuba.
Lo que parecía imposible se hizo realidad el pasado 28 de febrero: a algún venezolano se le ocurrió poner a funcionar un tren infantil —de esos que recorren centros comerciales o parques temáticos en el mundo— para ofrecer servicio de transporte público.
Al país suramericano que enfrenta la mayor inflación del mundo, los salarios más bajos de la región, la falta de medicamentos y alimentos, también se le suma la inexistencia del transporte público y la deplorable situación que deben enfrentar los empleados para llegar a su trabajo.
Los venezolanos pasan al menos dos horas en los paraderos a la espera de algún autobús de los pocos que quedan, o de algún camión estaca, de esos que transportan ganado, para poder trasladarse a sus destinos.
Pero un tren y un camión de cochinos no es lo único que utilizan los venezolanos para paliar, de algún modo, la falta de autobuses, ahora cientos de transeúntes asumen el riesgo de subirse a grúas.
De acuerdo con la diputada Mariela Magallanes, el paro técnico que enfrenta el transporte público engloba al 85 % del gremio.
Mientras esto sucede, y surgen cada vez más “creativas” alternativas, el transporte público tradicional se mantiene abandonado en las calles o cocheras, sin cauchos, asientos o carrocería. Lo anterior, debido a la incapacidad que tienen los choferes para comprar los repuestos por los elevados costos.
En Venezuela un neumático puede costar entre 25 (USD $125) y 50 millones de bolívares (USD $250), mientras que un litro de aceite dos millones de bolívares (USD $10). Todo esto para que al final de la jornada logren recaudar un poco más de 1 millón de bolívares (USD $5).
El régimen, en lugar de solventar la crisis económica eliminando controles y permitiendo que la industria automotriz pueda importar materia prima para poder ensamblar vehículos o facilitar el acceso a los repuestos, decidió, como política de Estado, que los venezolanos se suban a camiones de carga o se las “ingenien” para poder movilizarse.
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