ANTIFA
Se presenta como un movimiento descentralizado de grupos de protesta cuya denominación se origina en el término “anti fascista” que existió en Europa en las décadas de 1920 y 1930.
En la actualidad ese nombre está ganando nueva prominencia en los EEUU como un conjunto de grupos, en apariencia autónomos, que intentan alcanzar sus objetivos recurriendo a protestas y acciones violentas, saqueando, incendiando y destruyendo estatuas, monumentos y símbolos.
Combaten todo lo que ellos consideran forma parte de la extrema derecha. Sus métodos incluyen daños a la propiedad, violencia física e intimidación. También campañas vía internet. Se caracterizan por sus posiciones anti autoritarias, anti capitalistas y anti racistas. Sus procedimientos sugieren vínculos con ideologías relacionadas con el anarquismo, el marxismo, el comunismo y el socialismo.
El movimiento Antifa parece haber estallado con particular ira a raíz del absurdo asesinato de George Floyd, un afro americano a quien un policía de Minneapolis mantuvo durante varios minutos aplastado con su rodilla contra el suelo hasta provocarle la muerte. La reacción de movimientos anti racistas resultó explosiva. La protesta estaba plenamente justificada pero la violencia destructiva que se extendió como una arrolladora ola en más de 100 ciudades de los EEUU no puede ser disculpada como tampoco la magnitud de los daños provocados.
La onda expansiva fue tan contundente e inmediata que sugiere una coordinación por parte de alguna organización. Desde luego, tiene que haber existido un malestar subyacente en la sociedad para que algo de tal magnitud haya podido producirse de forma tan abrupta.
Pero situaciones similares están ocurriendo en otras partes. Tal fue el caso de los sucesos que ocurrieron en Chile. Desde el punto de vista económico es probablemente el país más exitoso de Latinoamérica, en el cual es obvio que el bienestar no permeó equitativamente a todos los estratos de la sociedad. Aún así resulta incomprensible la locura destructiva que se apoderó súbitamente de algunos sectores que se lanzaron en un frenesí de virulencia inconcebible a incendiar, destrozar y saquear todo a su paso. De las 136 estaciones de la red del Metro de Santiago, 77 presentaron daños: 20 fueron incendiadas, de las cuales 6 fueron completamente quemadas. Los principales perjudicados son los ciudadanos comunes y corrientes que eran los usuarios.
Aunque se trata de eventos que se originan en circunstancias diferentes, pareciera haber una mente, una organización perversa que las aprovecha para desencadenar eventos explosivos y que buscan un mismo objetivo que trasciende las fronteras de cada nación. Una explicación la encontramos en la llamada “revolución molecular disipada del comunismo” que ha venido exponiendo Alexis López Tapia director del Canal de Radio y Televisión de Santiago y que pretende por lo visto replicarse en varios países latinoamericanos.
La define como una insurrección revolucionaria ideada por Félix Guatarí, filósofo y lingüista chileno, que en 14 oportunidades, visitó a Lula y fue el autor intelectual de la formación del Partido de los Trabajadores. Tenazmente se oponía a la propiedad privada y defendía la propiedad colectiva, fundamento irrenunciable de los modelos comunistas.
En todo caso, pareciera existir una suerte de inteligencia transnacional que, alimentándose de las distintas formas de protesta (a veces moralmente justificadas), potencian el malestar hasta transformarlo en un tsunami que todo lo daña y todo lo devasta.
Después de la caída del Muro de Berlín, el derrumbe del Telón de Acero y el desmembramiento de la URSS, el comunismo yacía derrotado. Es el Fin de la Historia proclamó Fukuyama. Pero de sus despojos surgió en Latinoamérica el Foro de Sao Paulo cuya fuerzas, hoy prácticamente derrotadas, parecieran recomponerse ideando nuevas estrategias como las que provocaron los sucesos de Chile o las que manipulan los hilos tras la locura del movimiento Antifa.
José Toro Hardy, editor adjunto de Analítica
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