Guerra o negociación
- La furtiva maniobra de los negociadores con Noruega, Barbados y ahora con la delegación de la Unión Europea, ha sido la de dejar colar ante la opinión pública nacional que el dilema es guerra/enfrentamiento/caos, o negociación. En términos lógicos es la falacia del falso dilema o bifurcación: ya que nadie puede querer la guerra, entonces hay que caer inexorablemente en la negociación; pero, ¿cuál negociación? Desde luego, la mía.
- El problema de la negociación que se ha llevado a cabo y que parece continuar a espaldas de la opinión pública es que precisamente esa está llena de trampas, medias verdades, ocultamientos, que no conducen al fin propuesto y asumido por la mayoría del país que es el cambio de régimen sino el de su consolidación porque “es lo que hay”. ¿Y el reemplazo? Para más adelante.
- Lo primero es saber a nombre de quién negocian los que negocian. Si lo hacen por su cuenta están asumiendo una representación de manera arbitraria y a espaldas de la sociedad venezolana; si lo hacen en nombre de Guaidó y su grupo, la situación es otra porque tendrían representación del presidente interino. Suponiendo que sea este último el caso, lo que habría que ver es qué se negocia.
- Guaidó recibió un mandato por medio del cual se convirtió en interino. Ese mandato no surge de ninguna elección popular sino de un mecanismo constitucional en virtud de que Maduro no fue electo en 2018 de manera legítima; de lo cual surge el preciso mandato de conducir al reemplazo del régimen de Maduro, objetivo que además asumió explícitamente con el famoso -y olvidado por su promotor- “cese de la usurpación”.
- De tal manera que cualquier negociación debe estar enderezada a lograr el objetivo del reemplazo del régimen. Es aquí donde los negociadores se equivocan o creen que son más vivos que Tío Conejo. Si la negociación es para sustituir a Maduro y la Banda Presidencial cometerían grave error de amateurs si estiman que la lógica irrefutable de sus argumentos va a convencerlos: “Ni ustedes ni nosotros queremos esta crisis, ni sanciones, ni bloqueos; así es que, por favor, gentilmente, salgan de Miraflores por aquella puerta”. Como esta ilusión es inviable, la única negociación posible es simultáneamente construir la amenaza creíble que obligue a la salida ordenada del régimen, la cual no es posible por la magia de un razonamiento convincente.
- ¿Por qué unas buenas razones no convencen a los jerarcas rojos? Porque su proyecto ya descontó la falta de apoyo popular, la crisis brutal de la sociedad, el cerco internacional; saben que no pueden aspirar a revertir ese proceso, aunque se busquen al Zapatero de ocasión para que les tienda la mano cuando están a nivel de ahogo. La lógica del régimen –como la del cubano- es mantenerse en el poder al costo que sea porque estiman que las olas van y vienen como les ha ocurrido por más de 20 años.
- La construcción de una amenaza creíble, concentrada en tres instrumentos (R2P, 187.11 y TIAR) es lo que puede llevar a Maduro a otra mesa de negociación, con otros negociadores y con otra agenda para concretar la salida de su régimen del poder. Esto requeriría que Guaidó encabezara sin ambages este proceso, como el presidente que es reconocido internacionalmente. Esto no lo puede hacer en este momento sino él; por eso es de una necedad monumental que se le diga a los que plantean este camino que por qué no lo hacen ellos; sencillamente porque no pueden, es tarea que le corresponde al interino.
- De manera que negociar sobre condiciones electorales no es solo abandonar la ruta para la cual se designó a Guaidó sino volver a alimentar la estabilización del régimen. Obsérvese cómo hay en el país dos conversaciones paralelas y sin conexión una con otra: la de la protesta creciente de la ciudadanía y la de las elecciones en la élite dirigente, que ignora una vez más aquella protesta y, al final, busca acallarla. No es casual que desde 2014 –desde mucho antes, en realidad–, cuando la protesta sube se abre una negociación que no la emplea como arma sino que promete rebajarla para que el régimen ceda; por supuesto no cede porque cuando aquella cesa el régimen se siente manos libres.
- En la actualidad hay un tejemaneje de Borrell y miembros de la Unión Europea en estado de zapaterismo puro, con el propósito de avanzar en unas “condiciones mínimas”, lo cual es nombre código para unas elecciones que jamás esos europeos aceptarían en sus países. Es la tesis de que esta gente de América, situada al borde del Caribe, si ya no se conforman con espejitos y lentejuelas, tal vez se conformen con elecciones chimbas. Se sabe que Capriles y otros andan en eso, solicitan aplazamiento y observación europea, pero si lo europeos van a requerir sus “condiciones mínimas” ya se sabe que cualquier cosa puede ser “mínima”.
- En sana rectificación Guaidó ha solicitado recientemente la aplicación de la Responsabilidad de Proteger para Venezuela. Está muy bien, le correspondería aprobar en la Asamblea Nacional el 187.11 y trabajar con dedicación a reconstruir el mecanismo del TIAR, porque su misión es “el cese de la usurpación” y no otra. Es de esperar que los “Comandos por la libertad y elecciones libres” que propone se centren en la libertad, mediante la salida del régimen y luego de la transición en las elecciones libres. No resulta congruente con esa posición lo que algunos negociadores plantearon a los europeos: “renuncia” de Guaidó y de Maduro, conformación de un gobierno de transición con los próceres rojos (estilo mamarrachada del 30 de abril) y elecciones con el mismo régimen rojo en el poder para finales de 2021.
- Una cosa es con guitarra y otra cosa es con bandola. Una negociación que perpetúe el régimen es una cosa y otra es la que conduzca a su salida, lo cual requiere rodearla de las condiciones de fuerza para que se produzca. De manera que el dilema no es guerra o negociación, sino negociación con fuerza o negociación boba.
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