«El dilema de las redes sociales» y el temor a uno mismo
Lo que realmente hace falta es trabajar en el fundamento y sentido de las decisiones personales, así como en las nociones de libertad y responsabilidad individual
Solemos agradecer las denuncias de cuestiones importantes, especialmente si andábamos a ciegas con respecto a un tema en particular. La película documental The social dilemma de Netflix, revela la manera en la que funciona parte del mundo interno de las redes y la forma en la que esas grandes plataformas se benefician económicamente de nuestra conducta.
Para quienes no estaban al tanto de la situación, resulta provechoso subrayar el elocuente planteamiento: “si no está claro cuál es el producto, entonces el producto es usted”. Una versión renovada de una suerte de proverbio para el poker: si no sabe quién es el tonto, lo más probable es que se trate de usted; en tal caso lo mejor es pararse e irse.
Abandonar la mesa es una de las recomendaciones más frecuentes con respecto a las redes sociales, representada en la idea de que los usuarios cierren todas sus cuentas. Hay libros que tienen ese consejo como título. Se trata de una sugerencia válida a tomar en cuenta y, quienes la aportan, están en todo su derecho de indicarnos esa posibilidad. Sería otro elemento que podríamos reconocer del documental. Sin embargo, hay aspectos que requieren mayor debate.
Sensacionalismo y polarización
Una de las valiosas líneas de la película critica la creciente y actual propensión al tribalismo; esto es, encerrarse en la posición propia y suponer que toda alternativa es monstruosa. Alimentar el fanatismo promueve una peligrosa polarización.
No obstante, por alguna razón, los creadores no frenaron su propia capacidad polarizante al incluir afirmaciones alarmistas, acompañadas de dramatizaciones manipulatorias, además de música y efectos dirigidos a estimular la emocionalidad del espectador.
Algunos planteamientos problemáticos son:
- Las redes causan depresión, conductas autodestructivas y suicidio.
- El exceso de apego a estas plataformas es equivalente a las adicciones a las drogas, quizás, peor.
- “Estos servicios están matando gente.”
- Las redes son una amenaza existencial que nos lleva al caos y a la guerra civil.
- “Estos mercados deben ser regulados, así como están regulados el mercado de órganos humanos o el de esclavos.”
- Estas plataformas, casi por sí solas, son capaces de desestabilizar a todas las democracias, alterar el resultados de las elecciones y cambiar cualquier gobierno, siempre que se les pague el precio correcto.
El dilema de la libertad
Una de las imágenes más resaltantes nos pone frente a las computadoras más avanzadas del mundo, guiadas por el más prestigioso y mejor pagado equipo de genios tecnológicos, dedicados exclusivamente a manipularnos.
Ante tal poder, ¿quién es uno para resistirse?
Descalificar la capacidad del usuario para decidir su estilo de participación es uno de los puntos centrales del mensaje y, al mismo tiempo, representa su principal talón de aquiles, dado que los únicos capaces de revertir la situación somos los propios consumidores, las decisiones que tomemos con respecto a nuestra privacidad y con respecto a los servicios que elegimos.
Regodearse en lo gigante del problema para no plantear soluciones
Cerca del final de la película nos sugieren la solución de tal contrariedad. No debe sorprendernos encontrarnos con la más simplista de las respuestas: regulación gubernamental.
Aparentemente, de este selecto grupo de expertos en la materia, no aparecerá una vía legítima para enfrentar el engendro que han ayudado a parir, es decir, un servicio que ofrezca la protección de nuestros datos, esos que otorgamos de manera displicente y a veces inconsciente.
No es como si no existieran alternativas o no hubiera capacidad tecnológica para la creación de opciones que pongan en manos del usuario la posibilidad de administrar su propia información. Pero estos iluminados de la buena voluntad prefieren callar opciones válidas para resolver el abominable inconveniente que denuncian.
¿Por qué? Porque recrearse en lo profundo y horroroso del problema es gratis.
Por lo visto repetir una elaborada y dramática queja es la mejor manera de sentirse bien ellos mismos. Adicional a esto, el esfuerzo está concentrado en que el reproche aterrice en el peor de los terrenos posibles, ese del que sabemos que no surgirá ninguna solución, porque se beneficia de la persistencia de las dificultades: la política.
Las contradicciones alcanzan su clímax en una escena, en la que afirman: “Imaginen lo que podría hacer un dictador o un autócrata con una herramienta de persuasión como Facebook”; algunos minutos después concluyen, con alarmante seguridad, que el gobierno debe regular todo esto.
… Que se muerde la cola
Lo que realmente hace falta es trabajar en el fundamento y sentido de las decisiones personales, así como en las nociones de libertad y responsabilidad individual. Dirección opuesta a la sugerida por el documental que, al redundar en lo enrevesado del inconveniente, lleva de la mano al espectador a la falsa vivencia de que no hay nada que pueda hacer por cambiar la situación, pues somos demasiado débiles ante un enemigo tan formidable. Al fin y al cabo, todo lo que hacemos es producto de una manipulación que no hemos logrado ni apreciar ni evitar… Incluyendo las consecuencias de ver esta película.
Desde luego que el poder que tienen estas empresas es gigantesco y preocupante, pero la solución no puede quedarse en el señalamiento del escandaloso asunto, a la espera de que el ‘Gran Hermano’ ponga todo en su sitio. Es como esperar que un tigre te salve de un perro rabioso ¿Qué te hace pensar que se detendrá ahí?
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