lunes, 5 de octubre de 2020

Medidas económicas profundizan mercado negro de dólares y clases sociales en Cuba

 

Medidas económicas profundizan mercado negro de dólares y clases sociales en Cuba

“Tener dólares no te hacía más rico que otros, porque un CUC, en la calle, valía más que un dólar… ahora todo cambió”

Al concentrar la venta de productos en cada vez menos establecimientos las colas no dejan de crecer (Foto de la autora)

VILLA CLARA, Cuba — El vendedor de dólares sugiere un cambio de acera para que las cámaras de vigilancia del parque no lo graben in fraganti.

Camina hasta un pasillo cercano de un edificio familiar y de su cartera extrae un bulto considerable de billetes: tiene moneda nacional, pesos convertibles y dólares estadounidenses.

La operación clandestina se efectúa en pocos minutos con un buen margen para el cambista, que regresa al parque donde inició la transacción.

—Socio, ¿vas a cambiar? —murmura con disimulo y temor a las autoridades mercadeando su negocio ambulante de compraventa de divisas a quiénes van camino a una de las casas de cambios estatales aledaña al lugar.

Desde que el gobierno cubano hizo una serie de anuncios económicos hace dos meses y medio, el cambista de 50 años ha comprado y vendido más divisas que durante los primeros siete meses de 2020.

El pasado 16 de julio, en un Consejo de Ministros encabezado por el Presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, el ministro de Comercio Exterior y la Inversión Extranjera, Rodrigo Malmierca, anunció la eliminación de la tarifa del diez por ciento para la compraventa de dólares en efectivo desde el 20 de julio, entre otras medidas económicas.

El cambista, que como muchos otros venía comprando dólares baratos, no sabía que el gobierno iba a derogar la tarifa, pero si estaba al tanto de un rumor que ya corría en las calles: que las tiendas en moneda libremente convertible en Cuba iban a reabrir con una enorme provisión de productos esenciales en medio de la pandemia del nuevo coronavirus.

“Los rumores en Cuba corren rápido”, dice el cambista, que prefiere que su nombre permanezca en el anonimato por temor a represalias de las autoridades. “Mucha gente que viajó o que sus familiares les trajeron dólares antes de la pandemia empezaron a vendérnoslo porque salía mejor que cambiarlos (en las casas de cambio oficiales conocidas por el acrónimo Cadeca)”.

“Sin embargo, desde finales del año pasado se ha producido un incremento inusual en la demanda de divisas (…) debido a la creación y ampliación de la oferta doméstica de bienes en moneda libremente convertible”, explica el economista Ricardo Torres en su estudio El mercado informal de divisas en Cuba.

El economista también considera que, sumado a las limitaciones del sistema financiero cubano de ofrecer divisas y el agravamiento de la escasez en la red de tiendas en CUP/CUC y la disminución de los ingresos turísticos a causa de la pandemia, el apetito por el dólar ha aumentado.

“El despegue se ha precipitado en años recientes a partir de una redolarización parcial, la inconvertibilidad de monedas nacionales, el fenómeno de las mulas asociado a la escasez crónica en amplios segmentos de los mercados domésticos de consumo, y la apertura de la red de tiendas en divisa”, explica Torres.

Una realidad que el cambista en la calle conoce bien y corrobora: “Tener dólares, hasta ahora, no te hacía más rico que otros, porque un CUC, en la calle, valía más que un dólar”, dice el cambista. “Ahora todo cambió. (Además) al Estado no le conviene que seamos nosotros los que manejemos los dólares”.

Es decir, estas medidas han propiciado una profundización del mercado negro de dólares porque el gobierno no tiene suficientes divisas en las casas de cambio y los dólares se han vuelto más necesarios que nunca para poder comprar artículos de primera necesidad como jabón, desinfectante o comida en las tiendas que solo reciben moneda libremente convertible.

Han creado, además, una nueva clase social compuesta por personas que pueden sobrevivir mejor a la pandemia por tener familiares en el exterior y que les envían las vitales remesas y que, con las restricciones, se han vuelto un salvavidas.

De acuerdo con la agencia de noticias IPS, el 32 por ciento de la población residente en Cuba recibe remesas regularmente. Es un mercado que mueve, en efectivo, entre 1 500 y 3 600 millones de dólares anuales por vías formales e informales.

A la fecha, la mayoría de los cubanos que reciben dinero por Western Union o mediante las tarjetas que emite la financiera Fincimex deben retirar el dinero en CUC y luego cambiarlo a moneda nacional.

Pero el pasado 28 de septiembre, el Departamento de Estado de EE.UU. restringió aún más el acceso a dólares para los cubanos al incluir a la empresa American International Services, conocida como AIS, a la lista de entidades bajo sanción.

Esta compañía es encargada de tramitar los envíos de dólares a Cuba a través de Fincimex, dependencia de GAESA, el consorcio militar que controla la economía cubana.

Por todas estas trabas y sanciones y porque no siempre hay divisas en las casas de cambio estatales, la población recurre a los revendedores ilegales.

A principios de septiembre, en las calles de Santa Clara, si alguien quería adquirir dólares, se encontraba con que la tarifa máxima era de 1,50 CUC por cada dólar.

Pero si desea vender solo recibía de 1,25 a 1,30 CUC por cada uno. Hasta ahora, el precio puede variar de acuerdo a la oferta y demanda, tal como sucede en cualquier país capitalista vecino de Cuba.

“Por mucho tiempo, el tipo de cambio informal se mantuvo relativamente estable, pero ello cambió alrededor del verano de 2019 cuando, por primera vez desde la sustitución del USD (dólar) por el CUC, el valor de la divisa estadounidense superó al peso convertible”, dice Torres.

Realidad que el cambista conoce de primera mano: “Por cada cien dólares estábamos dando 110 (CUC)”, dice. “Las últimas semanas la cosa ha estado dura, (las autoridades) nos tienen los ojos puestos arriba, por lo de los dólares”, dice el vendedor de divisas.

Un oficio joven

El oficio de cambista de dólares se puso de moda en Cuba tras la despenalización de la moneda a principios de los 90, cuando comenzó a circular libremente en el país.

El Decreto-Ley 140 de 1993 del Consejo de Estado suprimió del Código Penal el delito de “poseer monedas extranjeras” y se permitió la compra de mercancías en tiendas que antes eran destinadas solamente para el turismo.

El 15 de agosto de 1993, el periódico español El País reseñó que la flexibilidad había sido interpretada por los observadores como una forma de recaudar los dólares negros que circulaban en La Habana y otras ciudades del país y que, según cálculos semioficiales, sumaban entre 100 y 200 millones de dólares.

“Cuando aquello, un dólar podía costarte (desde 130) hasta 150 pesos cubanos”, dice el revendedor, que ejerce como tal desde finales de los 90, cuyo precio ha subido en los últimos años.

En 2004, cuando el gobierno decidió suprimir totalmente su circulación, los cubanos que recibían dólares de sus familiares encontraron una única salida: cambiarlos por CUC para poder adquirir los productos a la venta en la red de tiendas recaudadoras de divisa.

Hasta los propios revendedores se niegan a captar CUC por la devaluación que sufre en el mercado por diversos motivos.

El privilegio social de las remesas

Desde antes de las 6:00 de la mañana, en los alrededores de la tienda Praga en Santa Clara, hay unas 50 personas que ya han apartado su turno con intermediarios en la cola para entrar y comprar productos básicos que desde hace meses escasean en sus hogares.

Este mercado de dos plantas, situado en el céntrico bulevar de la ciudad, fue el escogido por las autoridades entre los casi 5 000 existentes en el país para la venta de alimentos pagados en dólares americanos. En Cuba hay unos 72 establecimientos como este.

La fila en la estrecha calle está custodiada por policías cuyos deberes manifiestan el estado de escasez que vive Cuba: fuera de velar por el distanciamiento deben evitar que haya venta de turnos en la cola, que los ciudadanos no se aglomeren en el sitio poco antes de la apertura y que nadie pernocte allí o en lugares aledaños.

También había personas dispuestas a comprar los productos básicos que ofrecen estas tiendas pero que no poseían dólares, como Lisandra Alemán, una santaclareña, madre de dos niños y sin familiares en el exterior que le puedan enviar la preciada moneda. Dice que la medida del gobierno es un abuso.

“¿Por qué unos sí y otros no?”, se pregunta. “Me dicen que dentro de la tienda de aseo hay de todo. En estos momentos en mi casa no hay una gota de detergente para lavar y veo a tanta gente pasar con jabas (bolsas) llenas de cosas que me hacen falta. Yo no puedo ni podré comprar ahí”.

Así, la apertura de ambos supermercados en Santa Clara y la eliminación del impuesto por la compraventa de dólares, ha contribuido a crear una nueva fragmentación de la sociedad cubana: una que divide a quienes pueden comprar bienes básicos porque tienen la suerte de tener un familiar en el exterior y quienes no.

Estos últimos ahora suelen acercarse a los establecimientos y mirar a través de los cristales de las tiendas. En su mayoría son personas mayores y de bajos recursos. Los custodios en las puertas prohibieron la entrada solo “para mirar”. Además, para acceder al almacén se requiere una tarjeta electrónica en mano junto al carné de identidad que la respalde.

En este mismo circuito hay otras tiendas que venden productos en CUC o su equivalente en pesos cubanos y que se encuentran totalmente desabastecidas desde hace meses.

Dunia Machado, una muchacha residente en Corralillo, un municipio costero de Villa Clara, que asegura haber venido de vacaciones hasta la capital provincial, quedó impresionada con la oferta de la tienda en moneda libremente convertible.

Ella y su madre se acercaron a las vitrinas junto a otro grupo de personas curiosas en una suerte de autoflagelación.

“Yo venía con la esperanza de comprarme un champú en las tiendas normales, pero, por supuesto que no encontré nada. Dicen que dentro de (la tienda) Agua y Jabón hay de todo tipo, pero eso es dólares y nosotras no tenemos”.

El pasado 16 de julio, Ana María Ortega Tamayo, directora general de las Tiendas Caribe, precisó en el programa televisivo “Mesa Redonda” que solo 72 tiendas en todo el país serían las que ofrecerían este servicio, 52 para alimentos y aseo y 15 para productos de ferretería.

De las existentes en el céntrico bulevar de Santa Clara, una vende solamente ropa y calzado, otra está destinada a productos para recién nacidos, y solo dos en las que sacan mercancía esporádicamente quedaron disponibles para productos en CUC.

El llamado Ten Cent, uno de los mayores mercados que existía en la ciudad, funciona actualmente para las compras online estatales de la plataforma gubernamental de comercio electrónico TuEnvío, que colapsó el primer día que fue puesta en funcionamiento.

En ambos supermercados abastecidos se observa, a simple vista, una gran cantidad de productos que no han estado disponibles en las tiendas en CUC desde hace un año o más, como condimentos, enlatados, conservas, refrescos, detergentes de varias marcas y cárnicos, que son vendidos en menor cantidad en las tiendas comunes que no aceptan el pago en divisas o cuyo abasto no cubre las necesidades de la mayoría de la población que se somete a las colas.

Lo mismo ocurre con la tienda de electrodomésticos que vende ventiladores, neveras y lavadoras que no están disponibles en los otros comercios. Aunque el gobierno ha tratado de abastecer, poco a poco, los mercados en CUC, la oferta supera a la demanda de quienes no cuentan con tarjetas en dólares estadounidenses.

Yamila Conyedo, sin embargo, sí tiene en su poder una tarjeta en moneda libremente convertible desde que abrieron las tiendas de electrodomésticos en octubre del año pasado.

A la espera de su turno para entrar a la tienda Praga, opina que “es una salida válida para los que tienen esta posibilidad”, a los que considera un porcentaje alto de cubanos. “Si no fuera así, no se armarían estas colas tan grandes todos los días. Creo que los cubanos que no tienen familia afuera están buscando alternativas para hacerse de dólares”.

Como muchos cubanos que reciben dinero por esta vía, Conyedo lo considera un “dinero virtual”, del que solo puede hacer uso en estas tiendas “especiales” y que no podría extraerlo en dólares desde los cajeros automáticos habilitados en las sucursales bancarias, si así lo quisiera.

Callejón sin salida

Para comprar productos básicos y de aseo muchos cubanos están solicitando la tarjeta magnética que les permite poseer una cuenta en dólares y acceder a dichos mercados.

Sin embargo, en los bancos de la provincia les han informado que carecen de materiales para hacerlas y que deben esperar. Entre tanto, el hambre arrecia.

Para quienes no reciben dinero del exterior, la única vía posible sería extraer su salario en pesos cubanos y comprar dólares en el mercado negro, que luego tendrían que depositar en efectivo directamente en sus cuentas pagando un gravamen del diez por ciento, que el gobierno dejó vigente en las reformas económicas anunciadas en julio.

En un país donde el salario promedio no sobrepasa los 1 000 pesos cubanos pagar ese impuesto, si no se recibe dinero de las remesas, es impensable.

La nueva reventa

Tras la apertura de las tiendas en julio, circularon en las redes sociales varias fotos de productos a la venta en estos establecimientos. Muchos cubanos residentes en el exterior compararon los altos precios de cárnicos y enlatados ofertados en Cuba con los del país donde residen, generalmente Estados Unidos, donde cuestan al menos la mitad.

Varios medios independientes publicaron fotos de los productos con precios desorbitados: protector solar para niños a casi 29 dólares, una pierna de cerdo ahumada a 224,35 o el kilogramo de filete de res a 23,80 dólares. También fueron criticados el costo del queso gouda a 8,10 el kilo y los precios elevados de los paquetes de detergente en polvo.

Un mediodía de agosto, Luis Pérez, un vecino de Placetas ―un municipio de Villa Clara―, que viajó hasta Santa Clara a hacer las compras, pudo llenar su carrito de supermercado con detergente, cereales y algunas confituras. Gastó cerca de 40 dólares de su tarjeta. Sin embargo se lamenta.

“Vine tarde y creo que se lo habían llevado todo”, dijo. “No encontré pollo, ni otra carne que fuera barata. También vi algunos que estaban antes, cuando la tienda era en CUC. Baratos no están, pero es lo que hay”.

En la propia fila que circunda la tienda, las personas comentan que muchos de los productos de estos establecimientos se fueron al mercado negro ―especialmente los de aseo como gel de baño, pasta dental y jabones― al ser adquiridos por revendedores que poseen dólares en su bolsillo y compran turnos a los coleros para acceder a las tiendas.

Como sucedió con el mercado negro de dólares, el de los productos revendidos también se fortaleció durante la pandemia. Con la apertura de estas tiendas se ha creado otra empresa clandestina de negociantes que pueden comprar con las tarjetas de Fincimex y lucrar, en cierto modo, con este privilegio creado por las medidas del propio gobierno.

Hace poco, las autoridades decretaron una guerra contra los coleros y los acaparadores, pero solo han puesto la mira en las tiendas en CUC, no así en estas destinadas a la venta en moneda libremente convertible, tal vez porque no se ha percatado de la aparición del mercado negro de productos.

Un paquete de detergente, que en las tiendas de moneda convertible cuesta seis dólares, en el mercado negro se consigue al doble.

Otra modalidad de reventa es la entrada al establecimiento junto al propietario de la tarjeta, que le cobra al comprador una comisión por encima de lo que gastó, pero la cobra en moneda nacional.

Yaíma, por ejemplo, es una santaclareña que se ha dedicado la mitad de su vida a revender “cualquier cosa” en la puerta de su casa.

Recientemente, eliminó su perfil del grupo “La Candonga de Santa Clara” para que no pudieran rastrearla, como han hecho con otros vendedores que se promocionaban en las redes sociales.

Con su tarjeta, puede acceder a la tienda Agua y Jabón, donde suele comprar pasta dental para revender a domicilio, pero en su misma zona de residencia.

“Para nadie es un secreto que esto iba a pasar”, dice sin querer revelar su identidad. “Si en las otras tiendas no hay nada, pues una compra lo que puede y lo vende a los vecinos para ganarle un poco. Al precio que sea, estás resolviéndole el problema a los que no tienen verdes (dólares) para meter en las tarjetas. Eso es solidaridad. Hay que ser solidarios, siempre solidarios”.

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