Cuando un país no es como una casa
Quizá esa sea la esencia de todo, el poder no sabe dónde queda San Isidro, el poder no reconoce que Cuba muere en esos barrios marginales y en sus derrumbes
LA HABANA, Cuba.- Hoy he visto a un hombre “sentado en un contén del barrio” y lo reconocí enseguida, intuí lo que pensaba. Recordé aquel día en el que todo se le vino abajo acompañado por un ruido infernal con el que concluyó el derrumbe de su casa, de su tranquilidad, de su vida. Hoy he visto a ese hombre que, según dicen en el barrio, sigue extrañando ese sitio en el que vivió con su perro durante muchos años, que vuelve siempre para mirarlo. Hoy he visto a ese hombre mientras contemplaba el vacío enorme, la yerba que creció en ese espacio en el que antes se levantó su casa.
Y vi exaltado luego con el feo sonido que produjo la explosión de una de esas cosas a las que llamamos “caballito”, esos “caballitos” que tienen algo que ver con la distribución de energía eléctrica, y que cuando se revientan hacen un ruido enorme y nos dejan a oscuras e indefensos, casi tan indefensos como cuando se cae la casa en que vivimos. Yo miré conmovido a ese hombre y hasta tuve ganas de sentarme a su lado para conversar, pero qué le iba a decir, qué iba a decirme él.
Yo vi al hombre en su desamparo y pensé en el país, pensé en mí y en aquel texto que entonces escribí sobre el derrumbe, y para el que decidí el título “Un país es cómo una casa”. Hoy volví a ver a ese hombre y pensé en los tantos días que llevo sin escribir, en los tantos días que estuve aferrado a las redes sociales, con los ojos puestos en San Isidro, en las huelgas de hambre y sed de algunos de esos jóvenes que allí se encerraron, esos jóvenes que vimos en las redes, maltrechos, agotados, pero firmes, tan firmes que conmovieron a un país, a la gente buena del país.
Hoy miré a ese hombre sentado en el contén del barrio, de manera idéntica a como se sientan muchos en un andén, esperando un tren que los lleve a algún lugar, a cualquier sitio que los aleje de pesadillas y sinsabores. Hoy miré a ese hombre y pensé en quienes hacen huelga, en quienes ven la huelga como salvación, como restauración. Hoy miré al viejo desamparado y pensé en ese muchacho en el que hoy ponen sus ojos los cubanos; unos ponen buenos ojos y otros ponen muy malos ojos. Hoy miré una imagen de Julio Antonio Mella, otro de nuestros celebres huelguistas, otro de los hombres bellos de esta isla.
Y mirando, elucubrando, pensé en Julio Antonio Mella, en su belleza física, en su espíritu, que quizá también fue bello a pesar de sus filiaciones comunistas. Hoy pensé en lo que habría hecho Julio Antonio si viviera en la Cuba de “este” comunismo, y especulé. Lo vi en San Isidro, tendido en el suelo, como en aquella foto, bocabajo y con la espalda desnuda, ladeada la cara, no sé si hambriento pero sí hermoso. Y me pregunté entonces cómo habría actuado aquel Julio Antonio en estos días. Me pregunté cuán diferente sería de esos comunistas que ahora mismo enarbolan su figura con frecuencia, sobre todo cuando resulta conveniente. Hoy pensé en él pero no lo vi entre los comunistas cubanos de estos tiempos. Lo vi más cercano a San Isidro.
No soy comunista, no me gustan los comunistas, aunque hay quien dice que no todos son “tan iguales”. Y aunque no me gusten pensé hoy en Mella, y conseguí suponerlo en las redes, en las afueras del ministerio de Cultura, y también miré a Tina Modotti colgada de su brazo, o quizá colgado él de un brazo de ella. Lo vi, lo imaginé, lo inventé, con los jóvenes, esperando a ser recibido por un ministro y siendo recibido por un viceministro. Lo vi conversando con Fernando Pérez sobre Martí, mirando, incrédulo, a Fernando Rojas. Lo imaginé indagando por la salud de Luis Manuel, pidiendo una bandera con la que cubrirse la espalda. Imaginé a Tina entusiasmada, apretando el obturador de su cámara fotográfica una y otra vez, haciendo fotos a todos los muchachos y muchachas.
Tina, con una de esas cámaras digitales que muestran de inmediato las imágenes fijadas sin necesidad de recurrir a la impresión, y luego haciendo públicas sus fotos en Facebook, en cualquier parte. Imaginé a Mella, sí, a Julio Antonio, en medio del bullicio, en el grupo de rebeldes enfrentando a esos que alguna vez se creyeron rebeldes pero no fueron más que “rebeldes”, así, entre comillas, “rebeldes” que reprodujeron los mismos procederes de todas las dictaduras que en el mundo han sido, haciendo incluso lo que hicieran Machado o Batista.
Y los vi luego en el parque Trillo, socarrones los dos, mirando al presidente enfundado en un pullover ajustado con la bandera cubana, y fue entonces cuando ellos levantaron, en mi imaginación, la foto de Alcántara con la bandera, y no supimos más de Mella, aunque fundara con Baliño ese Partido Comunista que quizá es en algo diferente al que manda ahora, al que ahora dicta y reprime, ese que se perpetuó en el poder hace sesenta años, y que usa siempre, y a conveniencia, la bella imagen de Julio Antonio Mella, el amante comunista de Tina Modotti, la fotógrafa, aquella mujer que también era revolucionaria en el sexo.
Y quizá Tina y Mella sí se habrían sentado con aquel pobre viejo que vi en la mañana mientras contemplaban ese terreno en el que antes se levantó su casa, ese terreno en el que mi perro deja la porquería que va acumulando, y hasta los supuse indagando, sin alarde y sin cámaras de televisión, sin promesas, en las angustias del hombre, en sus sueños, y sentados en la acera con él, sin ostentaciones de poder, sin alardes ni especulaciones políticas.
Y sé bien que no es bueno moverse en medio de tanta especulación como estoy haciendo, pero es que no pude evitar hacer relación entre esas dos famosas huelgas de hambre de nuestra historia. Y no recordé otras, no recordé huelgas de hambre tras el fracaso del Moncada y en la prisión breve de los asaltantes; más bien recordé algunas “comiditas ricas” que se mencionan con frecuencia. Y tampoco me sonaron huelgas de hambre en la sierra, parece que las huelgas en Cuba se hacen en los llanos.
Y hasta supongo que alguien me quiera incinerar ahora, quien crea que es un desatino relacionar a estos dos huelguistas, a Julio Antonio y Luis Manuel, aunque las huelgas de hambre sean siempre iguales, al menos para la fisiología del organismo. Una huelga de hambre no es diferente entre un comunista y un “plebeyo”. El hambre erosiona el cuerpo y la salud de cualquier hijo de Dios, viva donde viva. Aunque quizá no sea tan así, porque no es lo mismo una huelga de hambre en el cuerpo de alguien que ha vivido siempre en “Punto Cero”, que en el de otro que vive en San Isidro.
San Isidro no debe ser muy conocido en Punto Cero; es posible que jamás se mencionara ese barrio allí, quizá solo ahora reconozcan su existencia, como se advierte en un post que supongo apócrifo, en el que Mariela Castro asegura que no conoce San Isidro. Y yo creo que realmente no lo conoce, que nunca estuvo allí; y por eso escribí, creyendo que ella iba a leerme: “Muy lejos de Punto Cero, Mariela, y muy distinto a tu barrio, y bien alegre, donde la gente es solidaria, y se pasan un buchito de café, un cigarro, a través de la ventana que da al pasillo, la única ventana”.
Y quizá esa sea la esencia de todo, el poder no sabe dónde queda San Isidro, el poder no reconoce que Cuba muere en esos barrios marginales y en sus derrumbes. El poder no mira a la Cuba que Luis Manuel hace visible y para la que reclama toda la atención. Luis Manuel muestra los estropicios, y reclama respuestas cuando alguien va a la cárcel sin que medie la justicia. Luis Manuel reclama, incluso, la vuelta del busto de Mella, el comunista, de la Manzana de Gómez, y pone el ojo en el balcón que se desploma y acaba con la vida de dos niñas. Por eso, en San Isidro, Luis Manuel se volvió importante, por eso Luis Manuel y San Isidro ya no viven en los márgenes, por eso tienen tantos ojos encima y por eso se suceden los reclamos. Luis Manuel pone el ojo en los desplomes.
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