El comunismo según Orwell y Rybakov
Para comprender los recientes sucesos de Cuba, la literatura puede ayudar tanto como los estudios socioeconómicos o políticos
LA HABANA, Cuba. – Cuando en días pasados publiqué en este mismo diario digital mi crónica Orwell y la televisión cubana, recibí una nota del colega Luis Cino. En ese mensaje, el prominente periodista me hacía un recordatorio: “Las jornadas del odio”. Con ello me hizo tener presente que cualquiera de las genialidades del gran novelista inglés que omitamos representará una especie de mutilación.
Agradezco la valiosa indicación. Y sí, ya que en el referido escrito no hablé de “los dos minutos” ni de las “semanas del odio”, lo haré ahora, máxime cuando esa ideación de Orwell resulta oportunísima a raíz de las últimas ocurrencias del aparato propagandístico del régimen castrista, que día tras día se dedica a arremeter de modo virulento contra los intelectuales contestatarios.
También aludiré a otra obra maestra que retrata de modo admirable las esencias del comunismo: la novela rusa “Дети Арбата”. Y, por favor, tomen en cuenta que si uso el título original de esa gran obra no es por un pujo de mi parte. Es sólo por las múltiples traducciones —todas válidas— que ha recibido en castellano: “Los hijos…”, “Los niños…”, “Los chicos…” o “Los muchachos del Arbat”.
Pero vayamos por partes. Primero, George Orwell. Las “jornadas de odio” estaban concebidas y diseñadas para instrumentar el rechazo que los súbditos del Gran Hermano debían expresar hacia quien en un momento dado fuese el enemigo de turno del Estado-Partido-Gobierno. En principio, bastaba con “dos minutos”.
Claro, en esa sociedad de pesadillas descrita en 1948 ni se soñaba con las redes sociales, y mucho menos con “el potro salvaje del internet” (frase de Ramiro Valdés). Los ciudadanos sólo contaban con las “telepantallas”, por las que constantemente se transmitía la propaganda oficial. Un sueño de los totalitarios que, en estos tiempos, sólo se hace realidad en la abominable Corea del Norte.
En Cuba, por suerte, no. Aunque el servicio que se brinda a los ciudadanos de a pie es caro y malo, ahora los súbditos del castrismo, en principio, tenemos acceso a la red mundial, con todo lo que eso implica. Pero parece ser que los ineptos burócratas del Departamento Ideológico del único partido no se han enterado de ello.
En ese equipo de agitadores profesionales todavía actúan como si los habitantes del país sólo viéramos la Televisión Cubana. Para empezar, no les basta con los “dos minutos” de Orwell. Las diatribas que ahora mismo transmiten contra los jóvenes artistas del Movimiento San Isidro o del 27 de Noviembre duran muchísimo más. “Mercenarios”, “asalariados”, “agentes”, son los vocablos que les dedican. También se intenta vincularlos a actos terroristas reales o supuestos.
En su infinita insensatez, creen que, al apilar esos términos ofensivos contra esos creadores apenas llegados a la adultez, sus insultos y descalificaciones surtirán mayor efecto. No se han dado cuenta de algo obvio: Es tanto el hartazgo con el sistema de opresión, hambre, miseria y necesidad implantado por el castrismo, que, en el cubano de a pie, todas las barbaridades que los cotorrones dedican a quienes se les enfrentan surten un efecto opuesto al deseado.
Y por supuesto que los compatriotas sin acceso a medios de información alternativos, aquellos que sólo tienen cabeza y tiempo para hacer la cola que les permita mitigar unas pocas de sus muchas carencias, se asombran al contemplar en el Noticiero Nacional de Televisión lo que nunca esperaron: la existencia de un grupo de ciudadanos que se niegan a bailar al son que entona el castrismo. Razón de más para que los admiren…
Por su parte, la novela de Anatoli Rybakov sobre la icónica calle moscovita Arbat y el barrio aledaño resulta ilustrativa por otro concepto. El héroe —el joven Sasha Pankrátov— es un miembro convencido y leal de la Juventud Comunista. Comete una equivocación intrascendente que los “camaradas” de su célula pretenden convertir en una prueba de traición
Gracias al error de una secretaria, logra que se señale una reunión con un encumbrado burócrata del partido único; algo que otros perseguidos no tan afortunados como él intentan sin éxito durante semanas y meses. Se supone —pues— que los errores y comentarios que le atribuyen los “camaradas” de su célula serán ventilados “en el lugar adecuado y en el momento oportuno”, como dirían los castristas.
Pero el joven protagonista no contaba con la intervención del tenebroso NKVD. El debate abierto con sus detractores, para el que ya se preparaba, fue reemplazado por los interrogatorios de los instructores policiales. En lugar del encuentro entre comunistas planificado, fue a dar con sus huesos en una lejana aldea de Siberia.
Salvando las distancias, es lo mismo que ha sucedido con los activistas del Movimiento 27 de Noviembre. Algunos de estos, a diferencia de otros de los participantes en los actos contestatarios más recientes, no necesariamente deben ser catalogados como hostiles al régimen imperante. Al menos, no se han declarado abiertamente como tales.
El diálogo para el que se preparaban fue clausurado de forma unilateral por la parte oficialista. ¡Por supuesto que los burócratas del MINCULT no iban a reunirse con ellos! ¿Para qué! ¿Para hacer un papelazo! Y conste que no dudo de los conocimientos y habilidades de los dirigentes cuya participación estaba prevista para ese acto. El problema radica en la misión imposible a ellos asignada: Defender lo indefendible.
Entonces el diálogo o debate no será con los tecnócratas de la Cultura, sino con los corchetes de la policía política. Una opción típica del comunismo, que Rybakov describe con total veracidad e inigualada maestría.
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