El Bicentenario de la Batalla de Carabobo, los dinosaurios y las alitas de pollo
He visto un video en el que Rafael Lacava, gobernador del estado Carabobo, acompañado de un alcalde, presenta un lugar, próximo a ser inaugurado, que llevará el nombre de Mamut Café. Es una ampliación de Draculandia, el parque temático construido en los espacios del Parque Recreacional Sur –en la ciudad de Valencia–, que invoca al hombre-vampiro, al chupa sangre creado por el escritor irlandés Bran Stoker, probablemente su peculiar manera de homenajear a Hugo Chávez y al chavismo: alianza de bebedores de sangre, pandillas que existen para vivir de las energías, el trabajo y los bienes de los demás.
Lo que Lacava muestra con ínfulas es, a la vez, grotesco, patético y vergonzante: un régimen que invierte en un parque temático, cuando las necesidades de las familias, cuando las realidades sociales y económicas, cada día de forma más pronunciada, son de hambre sistémica y pérdida de peso; propagación de enfermedades y crecimiento de todos los indicadores de morbilidad; destrucción del tejido productivo y de las fuentes de empleo; colapso generalizado de los servicios públicos, incluyendo el fundamental de los servicios hospitalarios y de salud.
Es contra el telón de fondo de un país en ruinas; de personas y familias hambrientas y sin protección alguna del Estado; de tasas de deserción escolar que se agravan a diario; de continuas muertes porque no existen un sistema de salud ni de seguridad social, que el régimen enciende luces, pone en movimiento efectos especiales y se ufana de las deformes reproducciones de los dinosaurios distribuidas en su Mamut Café.
Dice el mismo presentador –Lacava es más un presentador de pobres teleshows que gobernante– que Mamut Café, en una frase corta y rápida, tendrá una zona VIP, lo que equivale a decir que tendrá un lugar para el disfrute de los clanes familiares que controlan el poder en Venezuela: una zona para los Maduro, los Flores, los Rodríguez, los Cabello, los Arreaza, los Amoroso, los Saab y, por supuesto, para los Lacava y sus amigos.
Esta política circense que se materializa en el Mamut Café, en Draculandia y en el proyecto de convertir las plazas de Carabobo en sucursales del esperpento (“plazas tipo Drácula”), habla de la creciente degradación del régimen. Pone en evidencia que la relación entre el poder y los bienes de la nación –como el Parque Recreacional Sur, fundado hace medio siglo, durante el primer gobierno de Rafael Caldera– es de apropiación descarada. Los destruyen, los modifican, los utilizan para hacer negociados, les imponen adefesios como Draculandia y se pavonean de la ridícula hazaña. Porque de lo que se trata, a fin de cuentas, es de poner en circulación un conjunto de ideas: que tienen el poder suficiente para desvirtuar los bienes de la nación, que cualquier espacio público puede ser reconvertido en un juguete del vampirismo político, y que todo ello goza del aplauso, la aprobación, el apoyo y la coautoría del ilegal, ilegítimo, fraudulento y sancionado régimen que somete a Venezuela.
El video del Mamut Café, y muchos otros que circulan regularmente, no solo hablan del afán exhibicionista de Lacava: sobre todo, constituyen una celebración recurrente de su impunidad. Su mensaje repetido es hago-lo-que-me-da-la-gana, por ejemplo, celebrar el Bicentenario de la Batalla de Carabobo con dinosaurios, con un remedo de parque temático, por cierto, claramente inspirado en los dispositivos escénicos del cine norteamericano dedicados al universo jurásico. De hecho, el mismo Lacava lo dice: “Como si estuviéramos en una película”.
Hay en todo esto un desdén profundo por las personas, una desconexión, una brecha que tiene un carácter abismal, entre poder y sociedad. El de Lacava es un desplante, una provocación, un no-me-importan-los-sufrimientos-de-los-venezolanos. Mientras el hambre desgarra los cuerpos de más de 25 millones de personas, el régimen escenifica dinosaurios. Mientras hay millones de compatriotas asediados por políticas xenofóbicas en varios países de América Latina, se instalan redes de sonido que reproducen el chillido de las bestias, y se diseña una zona de exclusión –el espacio VIP– al que solo podrán ingresar los poderosos.
Porque de esto se trata a fin de cuentas: en el mismo video en que el demagogo habla de clases sociales –un anacronismo, en un país en el que predominan los pobres y los empobrecidos, por una parte; y los enchufados y detentadores del poder, por la otra– y de inclusión, habla de un espacio VIP, es decir, de un espacio excluyente por naturaleza: un lugar protegido y separado donde Maduro y sus aliados irán, después de visitar a los dinosaurios, a comer hamburguesas, pizzas y alitas de pollo, de acuerdo con el menú que Lacava promete en el video.
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