Cabe preguntarse: luego de más de veinte años de quimeras y fracasos, ¿hemos logrado los venezolanos inmunizarnos contra el virus del socialismo? ¿Ha funcionado la vacuna del sufrimiento y el desencanto?

Los resultados de algunos estudios de opinión sugieren que existen motivos suficientes para abrigar esperanzas, aunque sería un error confiarse demasiado. El espejismo socialista ha estado históricamente vinculado a otros mitos, que forman parte de una visión de las cosas muy extendida entre nuestro pueblo, y que alcanza también en no poca medida a las élites políticas, económicas e intelectuales. Uno de tales mitos sostiene que Venezuela es un país inmensamente rico, por el mero hecho de poseer importantes cantidades de recursos naturales de diversa índole. El problema, se dice, es que esas riquezas han sido mal manejadas y peor distribuidas.

En segundo lugar, se argumenta que a las fallas, desatinos y corrupción internas se suman las culpas de otros, de influyentes factores foráneos que conspiran contra nuestro progreso. Como es sabido, en este plano ocupa sitio de excepción el “imperialismo”.

¿Han sido suficientes estas dos décadas de degradación para que tales pretextos y coartadas hayan desaparecido, o al menos se hayan atenuado en medida suficiente para abrir una etapa de desarrollo perdurable, cuando nuestro país al fin tome un rumbo distinto? ¿Se ha producido durante este tiempo de oprobio revolucionario, empleando los términos del destacado politólogo Karl Deutsch, un aprendizaje creativo entre los venezolanos, o más bien estamos en presencia de un aprendizaje patológico?

Un aprendizaje creativo permite extraer lecciones positivas de una experiencia traumática, lecciones que abran un camino distinto de recuperación y avance. Por el contrario, un aprendizaje patológico refuerza los errores ya cometidos, profundizando los desaciertos y reveses antes padecidos, y hundiendo aún más a las sociedades que persisten en una terca evasión de la realidad.

No es difícil hallar ejemplos históricos de sociedades que han debido arrostrar grandes catástrofes, como Alemania y Japón en la Segunda Guerra Mundial, para cambiar a fondo en aspectos sustanciales y tomar un rumbo creativo. También se nos ocurren casos como el de Rusia, que todavía no ha logrado sacar de la dolorosa etapa comunista lecciones claras; o el de China, que ha cambiado el comunismo Maoísta por un totalitarismo de nuevo cuño, que combina la opresión con una crueldad reforzada por la tecnología. Sin ir tan lejos, en ocasiones el recorrido histórico de América Latina genera sinsabores y decepción, con ciertas excepciones que también existen, ante nuestras dificultades para dejar de lado el populismo que asfixia a sociedades como la argentina, que bien podría apostar por un destino mejor.

Volviendo a Venezuela, no podremos saber a ciencia cierta qué tanto hemos aprendido, y si es creativo o patológico nuestro aprendizaje, hasta que tenga lugar una transformación significativa del panorama político, con sus necesarias secuelas de cambio económico y social. Lo que sí resulta bastante claro es que el fin del régimen, cuando se produzca, dejará atrás una sociedad extenuada y frustrada, al menos a dos generaciones que han carecido de adecuada alimentación y cuyos requerimientos de salud y formación educativa no ha sido atendidos, así como a una sociedad entera que ha visto a centenares de miles de sus habitantes, entre ellos los que habían recibido la mejor preparación, abandonar el país quizá para siempre.

En tales circunstancias, los venideros cambios, esos cambios que aguardamos con ansia, deberán ser llevados a cabo con equilibrio. Es probable que buena parte de nuestro pueblo, en un contexto de libertad y de renovadas esperanzas, pueda incorporarse con relativa rapidez y eficacia a una economía productiva, y prontamente mejorar con esfuerzo y voluntad de superación.

Otra parte, no obstante, deberá ser apoyada con más intensa dedicación por un nuevo gobierno democrático, en su gradual transición hacia una etapa distinta. Todo ello tendrá que apuntalarse sobre un esfuerzo pedagógico de gran envergadura, por parte de aquéllos a quienes corresponda encauzar los destinos del país, una vez que dejemos atrás la pesadilla de este período histórico sombrío y envilecedor, que pareciera eternizarse en medio de un colapso sin paliativos.