El votómetro, por Fernando Rodríguez
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Como se sabe, este instrumento fue producto de un dilatado trabajo de investigación del filólogo y estadígrafo irlandés Williams Berth (1870-1932). Su objetivo es detectar las reales intenciones de voto de los sujetos estudiados. Pero, como sus resultados fueron de éxitos intermitentes, terminó por tener un uso restringido a pocos estudiosos de los fenómenos electorales. Sin embargo, el notable Franz Austi lo llegó a llamar “el Freud del inconsciente comicial”. Lo recuerdo porque me gustaría hacer uso de sus criterios en una situación como la de la oposición actual venezolana, que me parece propicio al ingenioso método de ese polifacético investigador que terminó descubriendo sofisticados mestizajes de especies gallináceas de un interés cierto y todavía en uso para la cría de ese importante género alimenticio.
Es bien conocido el proceder metódico de Berth. Se traza una simple línea amarilla y, a su lado izquierdo, se colocan los votos a estudiar y, en el lado derecho, las implicaciones de este previamente clasificadas. El ejemplo más simple podría ser el voto por un candidato sin posibilidad alguna de ganar. En la tabla del lado derecho encontrará las siguientes connotaciones: amistad o militancia; ingenuidad; rechazo del sistema de partidos. Cada uno de esos renglones tiene una cuantificación que, al ser mezclada con las restantes de los votos-tipos escogidos —y por complicados cálculos estadísticos—, daría el resultado electoral estudiado.
Los desempeños espectaculares del método dieron resultados casi exactos al conteo real. O un desastre, que al repetirse, lo desanimó tanto que se retiró para dedicarse al cruce de gallinas, lo que lo hizo muy adinerado.
A un periodista al que le dio una de las dos o tres entrevistas que concedió en su vida, le dijo tajantemente: “Me retiré de esa área porque todo votante es un estúpido”.
Lo que yo digo es que me resulta útil estudiar, más que votos, algunas opiniones o decisiones electorales. Por ejemplo, un muy chato sujeto que tiene una encuestadora manda a votar, casi como un cacique ordena a sus subordinados o un general a su tropa. Es obvio y casi lo dice: ese voto, por el método Berth, es un voto en las regionales porque Maduro se quede hasta el 2025. Es un caso ingenuo. Al día siguiente, el diputado Guanipa sugiere que se debata entre las partes un cronograma electoral, lo cual es más inteligente.
El detalle es que la elección presidencial, el centro del asunto, podría transarse no como la primera (patear al usurpador), pero sí la segunda, en el 2022 por ejemplo (¿revocatorio?). O, verbigracia, hay quienes no dicen nada, sino ir a las regionales; son más zamarros que el encuestador aludido, pero por ahí andan en lo mismo, aunque a algunos les parece un sacrificio necesario.
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El otro día me topé unas declaraciones de Capriles —tanto tiempo callado—, pero, ¡oh sorpresa!, era para anunciar urbi et orbi el nacimiento de su segunda hija en uno de los textos más florido que haya leído en mucho tiempo. Bárbaro. Lo metí en el dispositivo, pero lo rechazó tajantemente.
Hay los duros, los de salir del usurpador como primer paso, como manda el mantra. Parece que allí están desde Andrés Velázquez a Joe Biden y algunos europeos arrechos por los maltratos, por la falta de educación diplomática de Maduro.
Los votos europeos los recibe con cursivas el berthómetro, que no sé exactamente lo que significa. Hay los abstencionistas que se clasifican como creíbles o seducibles. En fin, no sigamos
En una respuesta global, el batómetro dice que continuarán los duros dándole duro a Maduro a ver si lo desnucan de una buena vez. Y, si no es el caso, va a haber una votadera informe porque, habiéndose asentado las dos posiciones, no tendrían vuelta atrás; más, habiéndose socios extranjeros. Lo cual es una conclusión algo bastarda, en el fondo es lo que se sabe. Y como que en verdad qué bien hizo el irlandés en dedicarse mejor a las gallinas que a sus elucubraciones politológicas.
Fernando Rodríguez es Filósofo y fue Director de la Escuela de Filosofía de la UCV.
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