¿QuéQ
80% de los venezolanos quiere cambio de gobierno, rechaza a Nicolás Maduro y, por supuesto, está de acuerdo con cualquier propuesta para producir negociaciones que terminen en una elección presidencial transparente, como la planteada ayer por Juan Guaidó y respaldada por el gobierno de Estados Unidos.
El problema central es que la probabilidad de que ese acuerdo se concrete de manera integral depende fundamentalmente del poder de negociación que tengan las partes para presionar al otro a ceder lo que busca. Solo si la oposición tuviera la fuerza suficiente para presionar a Maduro a salir del poder (lo que ocurriría inevitablemente si se presenta en una elección presidencial transparente y observada internacionalmente) esa propuesta podría avanzar. Pero la realidad es que la fuerza opositora no es suficiente para amenazar de manera creíble la estabilidad de Maduro en este momento (como no lo ha sido en todos estos años). El resultado de dos años de discursos, amenazas, control de recursos externos y sanciones son una demostración contundente.
Más allá de los deseos mayoritarios de la población, que compartimos, el gobierno de Maduro no está ni cerca de su fin, ni se encuentra desesperado por negociar una “salida ordenada” del poder. El cuento de que el madurismo quiere negociar su exilio dorado y su perdón solo existe en la imaginación de quienes prefieren privilegiar sus deseos más que la razón.
Por supuesto que las sanciones generan a la revolución problemas de caja y presiones internas en la élite civil y militar dominante, personalmente sancionada. Sin duda que les gustaría conseguir cierto reconocimiento para avanzar en negociaciones parciales que los flexibilicen y para eso podría estar dispuesto a intercambiar algunas cosas, siempre que les sean mutuamente beneficiosas: miembros en el CNE (sin perder su mayoría), algunos presos políticos (como los de Citgo), la devolución de algunos símbolos partidistas secuestrados (que si no devuelven a sus dueños reales al menos podrían quitarles a los interventores impresentables escogidos por el gobierno para abrir juego) o incluso la entrega de garantías de no represalias penales a la participación política. Estos son algunos puntos que Maduro está dispuesto a negociar.
Pero la probabilidad de que sea su propia “cabeza política” lo que entregue a cambio de los factores que lo perturban es, por decir lo menos, NULA. No estoy hablando de lo que deseamos. Estoy analizando las probabilidades concretas de ocurrencia y la fuerza de las partes para lograrlo. De eso se trata un análisis serio, muy distinto al discurso político, que intenta emocionar masas, sin darse cuenta que al hacerlo sin base se arriesga a generar luego desánimo, desesperanza y rechazo, como resulta obvio en el panorama venezolano actual.
Me resulta tan evidente que en la medición de fuerzas no hay nada que nos permita prever éxito en una negociación integral en la que Maduro ceda la reinstitucionalización y democratización del país y su propia salida en este momento, que su ocurrencia la ubicaría en el plano de los milagros. Esto no quiere decir que no vale la pena negociar. Simplemente es un dato concreto para entender hasta dónde puedes llegar en esa negociación y qué tiene sentido esperar de ella.
¿Puedes obtener un cambio político rápido? NO HAY NINGUNA posibilidad de que eso ocurra (bienvenidas las críticas y ataques emocionales y estratégicos de los boys, pero eso no cambia ni un ápice esta realidad como un sol). ¿Puedes lograr una negociación de todo o nada? NO, a menos que quieres recibir nada (como hasta ahora). ¿Entonces qué podría lograrse negociando parcialmente alguna participación electoral? Rearticulación opositora (que bastante lo necesita), relegitimación de sus liderazgos (que hoy están en el piso), oportunidad y visibilidad para los líderes regionales (usualmente la cantera clave de opciones de cambio), retención y penetración de espacios políticos opositores (pregunta a los electores si quieren ceder las alcaldías de Chacao, Hatillo, Baruta, San Cristobal o El Tigre al chavismo porque no se debe votar en esta elección) y oxígeno para la participación política de la población, a la que se ha condenado al sofá de su casa con la única misión de esperar el cantado resultado de no hacer nada.
En la política muchas cosas son difíciles de interpretar, volátiles e inciertas, pero esto está más claro que el agua de Los Roques… otra vez.
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