Acto de repudio: de la ficción cinematográfica a la realidad
No creo que Raúl haya pensado alguna vez que le tocaría protagonizar parte de la historia tenebrosa que imaginó para su personaje Alberto
MIAMI, Estados Unidos.- La primera vez que me encontré con el fotógrafo y director de cine Raúl Prado (1986) le había gestionado, con éxito, la presentación de su estremecedor cortometraje “Alberto” en el Festival de Cine de Miami del año 2020.
Parecía que éramos amigos de toda la vida. De hecho, me recordaba mucho a mi hijo mayor, perseverante, noble, amante de sus padres, según me hizo saber.
Almorzamos en el restaurante Rinconcito Cubano de mi barriada en Westchester y conversamos mucho, por supuesto, de la circunstancia nacional compleja con la cual debían lidiar las nuevas generaciones de artistas, empeñados, como él, en contar la verdad sin tergiversaciones ideológicas, que es lo que hace con mucho éxito en su ópera prima.
Raúl me dijo que soñaba con el día que todos los cubanos tuvieran los mismos derechos en la isla, y esperaba que nos encontráramos alguna vez en La Habana, libres, sin intromisiones, como lo hicimos plácidamente en Miami.
En su cortometraje “Alberto”, el protagonista homónimo regresa de un largo exilio a la casa de su familia en el campo, ocupada por el hermano, luego de haber sufrido un acto de repudio como despedida, donde fue agredido físicamente cuando decidió abandonar el país.
Durante esa jornada de horror el padre de Alberto, quien integró por entonces aquella turba revolucionaria, descubre que está vejando a su propio hijo y luego se quita la vida al no poder lidiar con ese cargo de conciencia.
En pocos minutos Raúl Prado resume el descalabro de la intolerancia castrista y el daño que ha propinado a la familia cubana. Estéticamente irreprochable, el corto se inscribe en la filmografía que se atreve a contar la realidad dolorosa, sufrida durante seis décadas por el pueblo de Cuba.
Traigo a colación la amistad con Raúl y el elogio de su cine porque el domingo 11 de julio, día memorable ya de la rebelión cubana, integró un grupo de temerarios artistas que decidieron ejecutar una sentada frente al Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), en El Vedado, para pedir unos minutos de transmisión al aire donde pudieran debatir, pacíficamente, sobre lo que acontecía en San Antonio de los Baños.
En poco tiempo fueron rodeados por la jauría castrista, “segurosos” vestidos de civil, que los vilipendiaban con lemas patrioteros agresivos hasta que fueron montados en el camión que los llevó al “Vivac”, por orden de un esbirro.
En las imágenes se verifica, sin pudor, la impunidad en su apogeo, no hay policías que muestren credenciales, los artistas, entre los cuales se encuentra una joven lactante, son transportados como ganado y detenidos sin explicación hasta el martes 13, cuando son puestos en libertad condicional, menos Manuel Alejandro Rodríguez Yong, quien seguía sin aparecer al cierre de esta columna.
Al salir del calabozo el dramaturgo y director teatral Yunior García Aguilera, quien fuera portavoz también de otro grupo de jóvenes valientes que se personaron para protestar frente al Ministerio de Cultura, en noviembre de 2020, dio a conocer una carta pública en Facebook donde relata el arresto frente al ICRT y argumenta el porqué de la protesta:
“En los múltiples interrogatorios que vivimos quedó claro que nadie desde fuera nos orientó salir a la calle, que absolutamente nadie nos pagó un centavo por hacer lo que hicimos. Pero también dejamos clarísima nuestra posición y nuestras ideas de CAMBIO, en un país que no frena su caída al barranco, con una aguda crisis sanitaria, sin medicamentos ni comida, con una inflación galopante, una deuda impagable, tiendas en moneda extranjera que se expanden como pulpos, un país que se llena de hoteles mientras el fondo habitacional sufre un perenne peligro de derrumbe y los hospitales no dan abasto. Un pueblo donde crece el descontento, el desabastecimiento crónico, los apagones, los presos de conciencia. Una nación donde el Estado de Derecho está siendo pisoteado sin que un solo diputado levante su voz en favor nuestro.
“Condenamos todo hecho de sangre, toda represión, todo uso de la fuerza bruta contra el pueblo y su legítimo derecho a manifestar su descontento por vías pacíficas.
“Condenamos también todo acto vandálico, ajeno al civismo, la dignidad, el humanismo y la decencia.”
Cuánto me aflige la frustración de Raúl, con su empeño legítimo en contar capítulos preteridos de la historia cubana que su generación no padeció como los barbáricos actos de repudio del Mariel, maquinados por el propio dictador.
No creo que Raúl haya pensado alguna vez que le tocaría protagonizar parte de la historia tenebrosa que imaginó para su personaje Alberto. Verlo rodeado de cubanos como él gritándole ofensas tratando de denigrar su alma buena, es el testimonio rotundo de un régimen lleno de maldad, definitivamente distante del pueblo que sigue expoliando.
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