Cómic de Mafalda | Por Quino

Hay gente que se muere de risa; otra, se muere por la risa. Los primeros caen por la propia risa. Otros, por la risa ajena. Pero, la verdad es que los primeros no mueren, sino más bien gozan de larga vida. Exámenes biológicos y psicológicos demuestran que el humor es una de las medicinas más efectivas y tiene efectos positivos sobre la mente y el cuerpo. También es verdad que otros no mueren por la risa ajena, sino por su propia rabia. Sin humor su cuerpo y su mente se van deteriorando. El problema, dicen los especialistas, es que se toman tan en serio a ellos mismos que consideran que solo existe su verdad (una verdad muy seria) y se vuelven incapaces de comprender que su respuesta al humor de los demás, se transforma en un ingrediente para ese mismo humor.

Y eso es lo que presenciamos en los actuales momentos, con un régimen que ha pretendido censurar la creatividad de nuestros más afamados humoristas y caricaturistas, razón por la cual algunos han tenido que emigrar y otros por la autocensura en los medios impresos que laboraban. Se observa, en la vida cotidiana de los regímenes autoritarios que el humor no es nada bienvenido desde lejanos tiempos, pues muchos intentaron incluso prohibir la comedia como género teatral para remplazarla con el gris realismo o con el drama social, pero nada pudieron hacer ante el chiste que corría de boca en boca. La oscura seriedad de estos regímenes, ha sido y seguirá siendo el mejor caldo de cultivo para la ironía y el sarcasmo

Lo que en el plano individual puede calificarse como falta de sentido del humor, en estos regímenes se convierte en intolerancia. No es solamente la falta de comprensión –que en muchos casos es evidente–, sino una forma de entender a la política. Para quienes piensan que esta es una lucha para imponer verdades absolutas, resulta imposible aceptar la caricatura o el humor en cualquiera de sus manifestaciones. Su misión –de origen divino, terrenal o histórico, pero misión al fin y al cabo– no va con la exposición pública del lado ridículo que tenemos todos los seres humanos.

En los regímenes autoritarios y sus actores que se encuentran en el poder, siempre se observa  la intolerancia, y su manifiesta protesta por el uso de esta arma (la caricatura y el humor)  para la que aún no han encontrado otro escudo, que no sea la censura. No dudan en acudir a códigos y reglamentos hechos a la carrera, acogiéndose a burdas disposiciones tramposas, para reclamar honores supuestamente atropellados, todo ello para exigir prohibiciones y sanciones. Pero, como ocurre en el plano individual, corren el riesgo de ser sepultados por la risa de la gente, o en el mejor de los términos hoy en boga por los revolucionarios socialistas, marxistas y mal llamados bolivarianos, por la risa del soberano.

A quien le disgusta sonreír le disgusta todo: hasta en la cara se reflejan sus instintos que en ningún caso son joviales, alegres, sinceros o desinteresados. Humanos, en una palabra. La ventaja del ser humano –como recoge la literatura en numerosos libros– reside precisamente en su capacidad de reír, echar chistes o simplemente de entretener a los demás, dejando de lado la agria soledad de la amargura.

La tozudez, esa increíble incapacidad de ser alegre y de llegar a burlarse de sí mismo, conspira con el carácter humano de las personas y de manera particular con  el sentido del humor que siempre exhibe el  venezolano. Al menos en nuestro país, la gente es alegre, risueña, sin prejuicios, ni presumidas poses que más bien choca con el mal genio de algunos. Las excepciones se encuentran muy lejos de nuestra conducta particular, que nos diferencia de muchas personas de otras latitudes.

La única manera de soportar las decepciones, los odios y las mentiras que cunden en nuestra cotidianidad venezolana, es con el humor, con la gracia espontánea de nuestro pueblo, con el arte que se burla de los poderosos de pacotilla y de los malhumorados de todos los tiempos. Este es un país de gente con una eterna sonrisa a flor de labios, y no con gente que va por el mundo regando su amargura, inconformismo, despecho y  angustia, sin tregua y sin remedio.

Una cosa es cierta, y es que el humor es inofensivo y una caricatura o un chiste no puede hacer tambalear a un gobierno que se sabe fuerte. En pocas palabras, el humor no derroca dictaduras, ni gobiernos democráticos. El poeta y dramaturgo alemán Bertolt Brecht afirmaba que “no se debe combatir a los dictadores sino ridiculizarlos, por cuanto el humor se convierte en un arma no sólo de resistencia, sino también de construcción. En tanto que George Orwell, afirma que “la risa, el humor y los chistes políticos suelen ser, pequeñas revoluciones y enemigos acérrimos del autoritarismo, las dictaduras y los totalitarismos”.

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