Los maestros Makarenko y el adoctrinamiento comunista
La producción en serie de maestros más ocupados en el adoctrinamiento político que en las materias a impartir permite entender el por qué de la muy desmoralizada y caótica sociedad cubana
LA HABANA, Cuba. ─ Help!, el primer disco de los Beatles que pude escuchar, allá por 1966, fue gracias a Jorge Félix, mi maestro Makarenko de sexto grado. Un amigo marinero le había traído el disco del exterior y al profe le gustaba tanto que no pudo resistir la tentación de llevarlo a la escuela y compartir aquella música con sus alumnos.
Aunque los maestros Makarenko tenían cierto margen para experimentar en sus métodos educativos, le ganó un regaño de la directora de la escuela aquel rapto de entusiasmo por la música del proscrito grupo británico, al que las autoridades consideraban decadente, deformante, el summun del diversionismo ideológico.
Por suerte, no tuvo mayores consecuencias aquel pecado debido al entusiasmo juvenil del profesor, que aún no había cumplido los 28 años. Como su fervor por la revolución de Fidel Castro no se había debilitado, le permitieron seguir inculcando el ideario fidelista-comunista y antinorteamericano a sus alumnos. Que para eso era un Makarenko.
Los maestros Makarenko fueron creados a inicios de los años 60 para sustituir a los maestros normalistas, como eran llamados los profesores formados en la Escuela Normal de La Habana, que el régimen consideraba aburguesados y con rezagos del pasado, y por tanto, no aptos para educar a los niños en “los valores de la Revolución y el socialismo”.
Fueron bautizados con el nombre del profesor ucraniano Antón Makarenko (1888-1939), quien en la Unión Soviética, durante los regímenes de Lenin y Stalin, realizó experimentos pedagógicos con sus alumnos; primero, con los huérfanos de la guerra civil de la Colonia Gorki; y posteriormente, los menores de edad que habían cometido delitos y fueron enviados a un reformatorio que estaba “apadrinado por la NKVD” (el siniestro Naródniy Komissariat Vnútrennij, Comisariado Popular para Asuntos Internos).
Pueden ustedes imaginar cuáles serían los métodos de Makarenko y los maestros a su mando en aquella filial de los Gulags. Mediante trabajos forzados, palizas, un hambreado colectivismo cuartelario y un constante adoctrinamiento, Makarenko se proponía la reeducación de los delincuentes juveniles y su conversión en personas adecuadas para la sociedad soviética.
Con los maestros Makarenko, los castristas, de un modo atemperado, menos riguroso y más acorde a las circunstancias del país, intentaron trasplantar a Cuba los métodos de Antón Semiónovich para conseguir formar al “hombre nuevo”.
Antes de graduarse, los makarenkos tenían que pasar por las inhóspitas escuelas pedagógicas de Minas del Frío, Topes de Collantes y Tarará. Allí, además de estudiar las asignaturas que impartirían posteriormente, recibían preparación militar y clases del marxismo-leninismo tomado de los manuales soviéticos de la era stalinista, amén de la obligación de realizar análisis de los discursos de Fidel Castro. Y debían leer “Poema pedagógico”, el libro del camarada Antón Semiónovich, donde narraba sus vivencias como profesor en la Colonia Gorki.
Se suponía que para inculcarles los valores de la nueva sociedad y conseguir que los intereses colectivos primaran sobre los individuales, los maestros Makarenko debían confraternizar con sus alumnos, ganarse su confianza y vigilar sus entornos familiares si eran “desfavorables”. Sus observaciones serían anotadas en el Expediente Acumulativo Escolar. Estas anotaciones, además de referirse a asuntos docentes, podían dar cuenta de si el muchacho era “apático ante las tareas revolucionarias”, si su familia era desafecta, si tenía creencias religiosas o parientes en el exterior, etc.
Los Makarenko fueron sustituidos, a inicios de la década de 1970, por los graduados del Destacamento Pedagógico “Manuel Ascunce Domenech”, que fueron los encargados de impartir clases en las escuelas en el campo, otra iniciativa de Fidel Castro.
Mis experiencias con los maestros Makarenko no siempre fueron tan amables como con Jorge Félix, mi profesor de sexto grado, a quien recuerdo con mucho afecto. Tuve no pocas vivencias desagradables, ya en la secundaria básica y en el preuniversitario, con otros profesores que resultaron extremistas, desconsiderados y abusivos, como un profesor que, durante una escuela al campo, cuando no tendríamos más de trece años, nos obligó a mi y a otro muchacho con el que había discutido a liarnos a puñetazos en un platanal y luego, magullados, estrecharnos las manos, porque, según decía, esa era “la mejor forma que tenían los machos para ventilar sus problemas”.
La existencia de profesores como los Makarenko, los del Destacamento Pedagógico y más recientemente los maestros emergentes, formados apresuradamente y más ocupados en el adoctrinamiento político que en las asignaturas a impartir, permite entender el por qué de muchas características de la muy desmoralizada y caótica sociedad cubana.
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