Cerramos las calles. ¿Y ahora?
Si no somos capaces de hacer algo por nuestros niños; si no podemos salir del hueco donde nos hemos metido a base de cobardía entonces merecemos morir
LA HABANA, Cuba.- Si ocurre hoy o mañana lo que desde hace tanto tiempo millones de cubanos ansiamos, nadie podrá decir que los hechos fueron instigados desde el exterior, por la “mafia” de siempre. Tras el paso del huracán Ian, Cuba se ha convertido en la más dantesca de las pesadillas. Barrios enteros llevan más de tres días sin corriente eléctrica. Las imágenes de Pinar del Río, Batabanó y otras zonas directamente afectadas por el meteoro, demuestran que de esta no saldremos ni siquiera con maquillaje, como acostumbran a hacer los funcionarios del PCC para que el mundo crea que hacen algo.
Más del 80% de las viviendas del municipio de San Luis, en la más occidental de las provincias, quedaron parcial o totalmente destruidas. Por más que se hable de solidaridad, tanto daño no podrá ser revertido en dos días ni en dos años; no con la gravísima situación económica que atraviesa el país. La gente se ha quedado sin alimentos, sin agua potable ni gas licuado, sin un techo sobre sus cabezas. Han visto podrirse la poca comida que habían conseguido después de batirse casi a muerte con sus coterráneos en esas colas infernales que desatan lo peor de los cubanos.
Pollo y picadillo a la basura, echados a perder. Los niños devoran a mordiscos las salchichas, que duran un poco más, pero pronto se pudrirán igualmente. En la televisión los funcionarios han mentido una y otra vez; han asegurado apoyo, pero con condiciones, exigiéndoles a los ciudadanos que primero deben ser solidarios entre ellos. Solidarios, ¿con qué? ¿Cómo? ¿Qué pueden ofrecer quienes lo perdieron todo?
Crisis sobre crisis. Desastre sobre desastre. Hambre infinita que aterriza sobre meses de apagones inmisericordes, de inflación desmesurada con el dólar ascendiendo hasta los 200 pesos, cifra donde se ha quedado de momento, seguro de que ahora, con más desgracia acumulada, los indecisos terminarán por convencerse de que hay que irse. La puja reiniciará pronto, más salvaje que nunca.
En los barrios pobres se abre paso, una vez más, la protesta ciudadana. Gente cerrando las calles y exigiendo la atención de un gobierno que quiere que se mueran, ellos y sus hijos, para que dejen de ser un problema. Con las ramas de árboles caídos trancan los viales, detienen el tráfico, reclaman y esperan, tomados de las manos, a que venga el próximo vocero con barriga llena a explicarles que todas estas penurias son culpa del huracán, que se irá restableciendo el servicio poco a poco, que no se desesperen.
Nadie recuerda el apagón general del pasado 18 de agosto, cuando no soplaba ni una brisa, y La Habana entera se quedó sin corriente por espacio de una hora. Fue un claro aviso del Sistema Eléctrico Nacional, que no pudo soportar el impacto de un huracán categoría tres. Pinar del Río volvió a llevarse la peor parte; pero nunca, ni siquiera con eventos meteorológicos de fuerza superior, el país se había quedado en oscuridad total.
Una dictadura que se ufana de racionar salchichas no podrá remediar tantos estragos. Los factores externos que han influido en la severidad de la crisis cubana continúan agravándose. Vladimir Putin acaba de anexarse cuatro territorios ucranianos en un referendo ilegítimo, lo cual significa que la guerra continuará y con ella la debacle energética y alimentaria mundial.
Para Cuba, que no produce absolutamente nada y está habituada a mendigar alimentos, insumos y algún dinero a sus socios ideológicos, es la peor de las noticias. Ahora mismo cada gobierno está buscando estrategias para minimizar los efectos de la guerra en sus respectivas economías. Ninguno puede andarse con demasiada generosidad.
Los cubanos recurren a la protesta pacífica una vez más porque no quieren -o no pueden- entender que ya por esto pasamos y el resultado fue más de mil presos políticos. Las fuerzas represivas están listas para romper a palos las débiles barricadas. No hay un solo militar decente al que le duela la situación de Cuba, nadie que interceda por un pueblo que se encuentra en peligro real de muerte y no se decide a cambiar su estrategia de lucha.
Nada pueden ramas y quejas contra una dictadura que el pasado 28 de septiembre amaneció cantando victoria por el aniversario de los CDR, mientras miles de personas en el occidente cubano lo perdían todo. Es lógico sentirse aturdido bajo el peso de tantas desgracias; pero también lo es actuar en defensa propia, de nuestros hijos y nuestro país. No todos podemos huir, pero ya basta de insistir en los mismos métodos para alcanzar una vida digna en la tierra que nos vio nacer.
Cerrar las calles no es suficiente. Que nadie le aguante ni un teque más a algún funcionario. Es hora de defendernos, de ir más allá. Es legítimo y necesario. Están acabando con nosotros ante los ojos de la comunidad internacional. Se ríen de nosotros con sus estúpidas justificaciones mientras nuestros hijos pasan hambre, se quedan dormidos en los pupitres después de una mala noche entre apagones y mosquitos, y para colmo nos parten el corazón cuando preguntan: “¿por qué no nos vamos a vivir a otro país?”.
Si no somos capaces de hacer algo por nuestros niños; si no podemos salir del hueco donde nos hemos metido a base de cobardía, credulidad y holgazanería; si nuestra única respuesta es de conformismo ante esta realidad que nos tritura y desecha, entonces merecemos morir. El problema es de nosotros. Nosotros contra ellos.
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