Toque de genio, por Aglaya Kinsbruner
Twitter: @kinzbruner
La vida está llena de imprevistos. Cómo manejarlos ha sido cuestión de preocupación e interés desde el comienzo de los tiempos. Esto explicaría en parte el entusiasmo por las novelas policíacas. Éstas presentan un formato, un crimen o varios, una o más víctimas y un investigador con un posible asistente, y ¡al fin! una solución. «Elementary my dear Watson» solía decir Sherlock Holmes cuando su asistente, el Dr. John Watson, se presentaba con una hipótesis creíble, en señal de aprobación.
Edgar Allan Poe fue quizás uno de los primeros escritores que se destacaron en esta rama de la literatura, seguido de Sir Arthur Conan Doyle y luego Agatha Christie, y muchos más. Aunque algunos de los cuentos de estos señores eran terroríficos, los lectores tenían siempre muy claro que se trataba de una obra de ficción. El problema se presenta cuando sucede algo terrible e inesperado y no se encuentran presentes ni Hercule Poirot ni Sherlock Holmes para ofrecer una explicación.
La narrativa entonces de un terrible suceso debe parecer posible, no tocar algún punto álgido de la sociedad local o extranjera, ni inculpar a algún representante del gobierno local o extranjero. Un claro ejemplo de suceso terrible como el que vamos a describir empieza con un beso. ¿Qué beso? Me preguntarán. Pues el beso que se dieron Diana de Gales y Dodi al Fayed a bordo del yate de su padre Mohamed al Fayed un 3 de agosto de 1997 en pleno Mediterráneo entre las costas de Cerdeña y Córcega.
El periodista Mario Brenna tenía tres días, prácticamente a pan y agua, montado en unas rocas de Córcega, a la caza de un momento como ése con tremendo lente fotográfico. Esa foto le reportó a él un millón de libras esterlinas y luego tres millones más al momento de su publicación.
¿Es de extrañar entonces que los paparazzi enterados de este espléndido negocio le hayan montado la caza a estos dos enamorados hasta que todo concluyó de la manera más trágica posible en el Puente del Alma en París el 31 de agosto de 1997?
Nadie sabe qué sucedió en el Reino Unido entre el 3 y el 31 de agosto de aquel año, ni si se tomaron algunas medidas no del todo favorables a los dos tórtolos. La narrativa comienza ubicando a los enamorados en el Hotel Ritz tratando de huir de los paparazzi que los estaban esperando frente a las puertas del hotel. Decidieron utilizar una salida lateral y dirigirse hacia un apartamento de su propiedad. Para evitar los paparazzi Henri Paul, el chofer, se dirigió hacia el puente del Alma y terminó chocando con una columna al interior del túnel, resultando en la muerte del chofer, Dodi, Diana pocas horas después y el guardaespaldas, Trevor Rees-Jones en estado de coma.
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Desde el primer momento se hizo obvio que al suceso había que aplicarle, por la importancia de las personas involucradas, narrativa de accidente. En estos casos es siempre mejor culpar a las víctimas. Se hizo énfasis en que Diana no tenía puesto el cinturón de seguridad (¡una loca!), que el chofer estaba borracho y además tomaba antidepresivos (¡otro loco!) y que viajaban a exceso de velocidad. La narrativa estuvo muy bien hecha pero no convenció a nadie. Estaba muy fresca en la memoria colectiva la desastrosa, desastrosa por indiscreta, entrevista que tuvo lugar en noviembre de 1995 con Martin Bashir de la BBC. Obviamente Diana no había leído Vidas Paralelas de Plutarco.
Nos cuenta Plutarco que cuando Julio César se enteró de las infidelidades de su segunda esposa Pompeya, viendo que se haría necesario un divorcio, dijo: «La esposa del César no sólo debe ser casta, debe parecerlo también». Eso fue un auténtico ¡toque de genio!
El drama vivido ciertamente influyó en la vida del pequeño Harry. No sabemos cómo procesó todas esas teorías conspirativas, baste decir que el 38% de los ingleses no piensa que realmente la muerte de Diana se debió a un accidente. Cierto es que su libro Spare empezará a encontrarse en las mayores librerías del mundo a partir del 10 de enero de 2023. Sería interesante saber qué parte de lo vivido, asimilado y entendido entonces se encuentre en su memoir.
Aglaya Kinzbruner es narradora y cronista venezolana.
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