martes, 13 de diciembre de 2022

De qué callada manera se me adentra Usted por dentro

 

De qué callada manera se me adentra Usted por dentro

“Ya vamos de nuevo a que nos susurren, suave suavecito, de una callada manera como en el poema del cubano Nicolás Guillén. ¡Como si fuera la primavera! ¿Votar? Claro: pero exigiendo condiciones mínimas. Negociando -sí, negociando- condiciones mínimas. Negociar algo que nos sea de fiar”.

LA GRAN ALDEA
SONIA CHOCRÓN | 08 DICIEMBRE 2022

No tengo idea a ciencia cierta de quién inventó eso de que ‘en dictadura no se vota’. Tampoco sé si lo inventó un perdedor o un ganador. Lo que sí sé por experiencia propia de estos últimos 22 años es que votar no es garantía ni ha significado, ni por asomo, algún cambio en Venezuela desde el año 2000.

Gentes que merecen no solo mi respeto sino también mi estima, insisten después de todas las elecciones en las que no hemos elegido (léase bien que no he dicho “perdido”, porque hemos ido siempre con el deseo pero no con las condiciones para elegir limpiamente. Y ya sabemos que deseos solamente no preñan). Por cierto, tampoco sé quién inventó esa sabia conseja pero concuerdo con ella más que con ningún otro mantra. Hasta ahora, mucho me temo que no hemos visto mejoría alguna en las condiciones para ir nuevamente a depositar nuestro voto con la esperanza viva de que el resultado será favorable para esos que como yo no se cansan de esperar un flash de buena fortuna, un milagrito accidental, un imprevisto desmadre, que se lleve de una vez por todas al clan de la boli-camorra que juega con los destinos de todo un país desde hace ya más de dos décadas.

“Iré a mi centro de votación. Pero tan solo a ver si se me encuentro con mi papá, con su guayabera blanca, yendo a votar. Como tantos otros muertos”

Y si en cuestión de estadísticas nos basamos, que ya comienzan a mostrarse dobladitas, por cierto, mejor no atenernos: Su función, ahora lo sé, es subjetiva y acomodable a los resultados deseados.

Benjamín Disraeli (Londres, 1804-1881) y/o Mark Twain (Misuri/Connecticut, 1835-1910), dijeron:

“Hay tres clases de mentiras: las malditas, las falsas y las estadísticas”.

En política no hay encuesta confiable. Iósif Stalin (1878-1953):

“Gana quien cuenta los votos”

No se me olvidan aquellas elecciones tan inútilmente esperanzadoras en las que se disputaban la presidencia el heredero del difunto contra el joven Robin Hood. Pues el heredero al trono se hizo con aquella victoria a pesar de que un millón y medio de votos del Registro Electoral pertenecía a electores que carecían no solo de huella dactilar sino de domicilio conocido. Eran apenas un número de cédula. (¿En manos de quién estaba para entonces el delicadísimo trabajo de cedular venezolanos y llevar estricto control de que no hubiera coleados, triple-cedulados, muertos, resucitados, ni extranjeros?). ¿No eran los expertos cubanos? (Que son expertos en casi todo, son médicos, entrenadores deportivos, enfermeros, asesores económicos, servicio secreto… ah, excepto expertos en belleza porque de serlo no hubiera habido tanta confusión en el reciente concurso de Miss Venezuela en el que El jurado vota por una, pero gana otra).

Es cosa mía, de mi mente malévola, que de paso nuestro representante ante el Consejo Nacional Electoral (CNE) en aquella contienda vital, crucial, ¿aprobó los resultados de aquel despropósito?, ¿no es que así mismo, en ese mismo escenario, que hemos ido a varios eventos electorales, nosotros siempre blindados pero para perder?, ¿es una pesadilla propia, muy mía, muy repetida, que en cada ocasión nos han adentrado en el cerebro de forma sutil, de una callada manera, la idea de que si votamos ganamos porque somos mayoría, o que si nos unimos ganamos?, ¿y que si perdemos es por culpa de la abstención?

Ya vamos de nuevo a que nos susurren, suave suavecito, de una callada manera como en el poema del cubano Nicolás Guillén. ¡Como si fuera la primavera! Del fraude hablaba la empresa especialista en estadística y análisis Esdata desde el año 2004 o incluso antes, por ejemplo. Y explicaba -cuando se les permitía tener acceso a los medios, cosa inusual- lo que años más tarde confirmaba la propia ¡Smartmatic!: Millones de votos eran fantasma.

Decía ya en el 2010 el profesor Alexis Márquez Rodríguez -por citar apenas a uno que pronunció la palabra “fraude” públicamente cuando ya nos estaba prohibida mentarla (“porque desanimaba el voto”):

“El fraude al que me refiero se comete dentro y fuera del Consejo Nacional Electoral. Parte muy importante de él es la utilización abusiva y notoria, hasta la obscenidad, de los dineros y demás recursos públicos por el Gobierno, con el presidente a la cabeza, durante las campañas electorales. Fraude es también el que comete la Asamblea Nacional al designar amañadamente al CNE, con mayoría declaradamente chavista, y cuando dicta o modifica leyes de manera que favorecen al Gobierno. Particularmente graves son los actos fraudulentos del CNE, cuando, por ejemplo, manipula el registro abultando de los votantes progubernamentales con gente que legalmente no pueden ser votantes. Igualmente fraudulenta es la modificación, hecha recientemente, de las circunscripciones electorales con miras a los comicios de setiembre, de una manera que descaradamente favorece a los candidatos del chavismo, sin parar mientes ni siquiera en lo absurdo de algunos de esos cambios”.

¿Nos olvidamos de todo?, ¿borrón y cuenta nueva? Si es para mejorar, me apunto.

Pero siempre hago y haré memoria. No quiero que se me olvide nada. Recuerdo que a lo largo de los primeros años, el chavismo termina por echarle mano, con éxito, al Consejo Nacional Electoral, al Tribunal Supremo de Justicia, a los ministerios, a la industria petrolera, a las fuerzas armadas y a los medios de comunicación. No es poca cosa si se quiere el título de democracia.

Recuerdo más: en las dos elecciones presidenciales que Hugo Chávez ganó (1998 y 2000), la población de electores era de seis millones y medio. Pero si la población votante era de seis millones y medio y la oposición había recogido tres millones y medio de firmas a favor de activar el proceso revocatorio, era fácil concluir que con los electores que quedaban, tres millones, el presidente Chávez no podría jamás salir airoso de aquella consulta. Y sin embargo…

“La bendición que era vivir en democracia, de poder elegir, de poder ir sin dudas”

Pero claro, el oponente que yo recuerde, nunca exigió auditorías independientes y completas (Y no designadas por el sujeto a auditar). No se quejó. Porque nosotros siempre hemos estado blindados. Y así, hasta hoy. Hasta el heredero. Eso sí, que no quepa duda que he sido y siempre seré partidaria del voto como la vía legítima para elegir democráticamente lo que sea. Que no quede duda de que he votado siempre mientras creí que era posible que un cartel se dejara pillar.

Más aún, el voto es de los eventos más llenos de amor y nostalgia de mi vida. Fue con mi padre que fui a votar la primera vez que tuve edad para hacerlo -me tocó en el mismo centro de votación- y así lo hicimos en cada elección hasta que él estuvo vivo. Con alegría (la de mi papá, un español venido de una guerra civil) casi incontenible, con orgullo inmenso y consciente yo, gracias a él, de la bendición que era vivir en democracia, de poder elegir, de poder ir sin dudas.

Sin embargo, después de más de estas dos décadas de debacle institucional (este hecho, supongo, no habrá quien lo niegue), la formula ya no es tan sencilla como entonces. La receta incluye ingredientes nuevos, abismos nuevos, precipicios. Hardware, software, Internet. Y los viejos vicios: Un RE de sospechosa exactitud; un sistema automatizado de votación que hasta su progenitor le reconoce propiedades para timar; auto auditorías (que es algo rarísimo que el ente auditado escoja su auditor); un mismo CNE con nombres repetidos, ya para desconfiar de antemano por pifias anteriores; observación internacional sesgada; y en suma, todo un entramado construido a pulso desde hace años para que quien lo maneja sea ganador.

¿Votar? Claro: pero exigiendo condiciones mínimas. Negociando -sí, negociando- condiciones mínimas. Algunas, aunque sea. O auditorías independientes, o un RE saneado, un CNE pulcro y sin prontuario, o una observación internacional que no designe el régimen. O esta que me parece vital: optar por un sistema más confiable que Smartmatic y Dominion (ambos son el ‘mismo musiú con diferente cachimbo’). Algo. Negociar algo que nos sea de fiar.

Si nada de eso ocurre, iré a mi centro de votación. Pero tan solo a ver si se me encuentro con mi papá, con su guayabera blanca, yendo a votar. Como tantos otros muertos.

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