Dos episodios que pudieron desatar una guerra nuclear desde la URSS
Una vez más, el mundo está en vilo por lo que podría ser una escalada bélica con utilización de armamento nuclear. En el pasado, en más de una oportunidad, la que fuera la Unión Soviética también fue la protagonista de episodios que podrían haber causado, literalmente, el fin del mundo
Mientras desde Moscú comienza a utilizarse la amenaza atómica para persuadir a las potencias que pretenden ayudar a Ucrania, el mundo vuelve a revivir una vieja pesadilla: el temor a la guerra nuclear. En el pasado, la Unión Soviética ya estuvo involucrada en dos episodios que pudieron haberle resultado muy caros a la humanidad. Afortunadamente, en ambas ocasiones primó el sentido común. En un caso, de la primera plana de la burocracia política. En el otro, de la lucidez de una persona que se animó a desobedecer el rígido protocolo del gigante comunista.
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En 1962, luego del fracaso de Bahía de cochinos, la Unión Soviética envió misiles de alcance medio a Cuba, que fueron descubiertos rápidamente por la inteligencia norteamericana. Aunque los dos grandes de la Guerra Fría estaban jugando el juego de ajedrez, muchos países del mundo fueron simples peones de la partida. Uno de ellos era el nuevo régimen cubano, que aceptó gustoso el armamento soviético para que funcionara como mecanismo de disuasión ante el poderoso vecino capitalista y eventual agresor.
Cuando la crisis de los misiles se hizo pública (con mensaje televisivo de John F. Kennedy incluido) el mundo entró en pánico. Fidel Castro poco hacía para que primara la cordura, ya que insistía con la idea de una guerra nuclear ante cualquier avance norteamericano en su territorio. Justamente, el líder comunista quiso firmar un acuerdo con Nikita Kruschev que garantizara una respuesta atómica de la Unión Soviética contra los EEUU en caso de un nuevo intento de agresión. Los rusos se negaron.
Con el conflicto escalado, afortunadamente, Castro quedó fuera de las negociaciones entre los dos hombres más poderosos del mundo en la década del sesenta. Kruschev acordó con Kennedy llevarse los misiles a cambio de un desarme norteamericano en Turquía y de un compromiso con que el gobierno de los Estados Unidos no fomentara otro intento de insurrección en la isla como el de 1961. Finalmente, los soviéticos se llevaron los misiles, el mundo respiró aliviado y Fidel Castro se quedó masticando bronca, cuestionando duramente en público a Kruschev por su decisión.
Dos décadas después, el mundo volvió a estar cerca del desastre nuclear. En aquella oportunidad, en 1983, afortunadamente nadie se enteró en el momento de los acontecimientos.
Stanislav Petrov era el responsable del Sérpujov 15, uno de los centros de mando de la inteligencia de la URSS. Él, como sus camaradas, tenía órdenes claras. Ante cualquier visualización en los radares de lo que podría ser un ataque norteamericano, debía notificar inmediatamente a sus superiores.
El 26 de septiembre, el equipo soviético estaba con sus usuales trabajos de rutina cuando, repentinamente, los radares detectan la llegada de lo que parecía ser un misil. Los sistemas confirmaban que en 20 minutos el mismo estaría impactando en la Unión Soviética. En medio de la tensión del momento, la tecnología rusa detecta la aparición de cuatro elementos más. El protocolo indicaba que Petrov debía reportar el incidente, lo que era prácticamente una garantía de una respuesta nuclear contra los Estados Unidos.
A contramano del manual, el responsable de la central decidió no reportar el hecho. El sentido común le daba la razón: si estaban en los albores del holocausto nuclear, ser o no degradado de su puesto y castigado por no obedecer, era lo mismo. En cambio, si se trataba de un error del sistema, podría estar simplemente salvando el mundo. Así fue. Finalmente se trató de un extraño fenómeno astronómico por la posición del satélite con respecto a la Tierra y el Sol.
En los antecedentes, el mundo tuvo buena suerte. Habrá que ver que nos depara esta nueva amenaza que de a poco va escalando muy peligrosamente.
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