Isaías Medina Angarita: otra vuelta de tuerca (y II Parte)
“Todo indicaba que Venezuela iba en camino de una democracia plena, con elecciones directas, universales y secretas, pero la última puerta no se abrió, y ello produjo consecuencias”. Arturo Uslar Pietri escribió el epitafio en la tumba de Isaías Medina Angarita en el Cementerio General del Sur. Se lee: “Sirvió a su patria con su vida y con su obra y después de muerto le sigue sirviendo con su ejemplo”.
Aseveró Uslar Pietri: “AUP: Era muy difícil que me escogiera a mí: yo no soy tachirense, y la tradición de militares tachirenses se imponía, hubiera sido un atrevimiento, una osadía contra los instrumentos del poder. Un día me dijo [Isaías Medina Angarita]: “Vamos a hablar, Arturo, vamos a hablar de la sucesión de la presidencia. Tú deberías ser el presidente de Venezuela, tienes todas las condiciones para serlo, pero desgraciadamente en las circunstancias actuales yo soy el heredero de Cipriano Castro, a pesar de que mi padre murió peleando contra él, y no sería posible que yo rompiera esa tradición. Vamos a ver en quién pensamos.
RAL: Entonces, ¿de esa conversación surgió la candidatura de Escalante?, ¿Usted se la sugirió?
AUP: No, yo no se la sugerí pero él la asomó y entonces lo llamamos a Washington y pasó una de las cosas más trágicas que yo he presenciado en mi vida: ese proceso de pérdida de la personalidad de Escalante” (Arráiz Lucca, 2007:20).
De tal modo que Medina escogió al embajador de Venezuela en Washington, Diógenes Escalante, para que le sucediera en el cargo, de acuerdo con el uso instituido por Juan Vicente Gómez, seguido por Eleazar López Contreras y, ahora, refrendado por él: el presidente de la República le indicaba a sus seguidores que votaran en el Congreso Nacional por la candidatura escogida por él mismo. Escalante era tachirense, con lo que se cumplía con el gentilicio dominante en las Fuerzas Armadas de entonces, y era civil, lo que constituía un reconocimiento a ese mundo que reclamaba mayor participación. Así fue cómo, en principio, el tema de la sucesión presidencial estaba resuelto por parte de Medina Angarita.
Es de hacer notar que Escalante estaba lejos de ser un improvisado o un desconocido en las esferas del poder. De hecho, el propio López Contreras asomó su nombre para sucederlo cuando la sucesión recayó sobre Medina Angarita, en 1941. Lo que sí pesaba en su contra, según argumento de muchos, era que tenía ya demasiados años fuera de Venezuela desempeñándose como funcionario diplomático y, según sus detractores, esto lo había mantenido alejado de los problemas del país.
Por otra parte, reveló Rómulo Betancourt en su libro Venezuela, política y petróleo (1957) que él y Raúl Leoni viajaron discretamente a Washington a parlamentar con Escalante, y este se comprometió a impulsar la reforma electoral para cuando se venciera su período presidencial, o incluso antes, a mitad de período, con lo que los dirigentes de Acción Democrática (AD) regresaron al país con un acuerdo verbal y el compromiso de apoyar su candidatura. Entonces, el azar intervino, y el doctor Escalante perdió súbitamente sus facultades mentales en agosto de 1945, ya en Caracas, residenciado temporalmente en el Hotel Ávila. A partir de este hecho, se desencadena una serie de sucesos que veremos de inmediato.
El golpe de Estado del 18 de octubre de 1945
Como dijimos antes, la joven fuerza política de AD, a través de sus líderes principales, convino con el candidato del presidente Medina Angarita, el doctor Diógenes Escalante, respaldar su candidatura y él se comprometió con la reforma de la Constitución Nacional para convocar elecciones universales, directas y secretas en un plazo perentorio. Antes de este acuerdo verbal, una logia militar llamada Unión Militar Patriótica (UMP), encabezada por el joven oficial Marcos Pérez Jiménez, venía trabajando subrepticiamente para derrocar al gobierno de Medina. Sus razones eran más militares que políticas, y los testimonios indican que se fundamentaban en el resquemor que sentían estos jóvenes oficiales hacia sus superiores, ya que estos habían sido formados dentro de la modernidad profesional, mientras que sus superiores eran todavía herederos del sistema anterior, al menos esto fue lo que argumentaron en reiteradas oportunidades.
Además, alegaban que los sueldos de los militares eran extremadamente bajos, lo que se sumaba al invocado descontento castrense. Sigamos la argumentación de fuente directa. Me refiero a lo respondido por Pérez Jiménez a Agustín Blanco Muñoz en el libro de entrevistas publicado en 1983: Habla el General. Dice el conjurado: “Al poco tiempo que yo regresé del Perú me ascendieron a Mayor. Comenzó entonces a gestarse la revolución de octubre. No la rusa, sino la nuestra. Era un movimiento contra el General Medina. A mi regreso ya había encontrado que había inquietud entre los oficiales. Entre otras cosas, se habían establecido unos cursos para sargentos y los ascendían a oficiales. Esto no caía bien entre los oficiales procedentes de la Escuela. Por otra parte, la nueva Escuela Militar que estaba haciendo el general Medina tenía una capacidad exigua. No tenía la capacidad para el número de alumnos necesarios a fin de producir suficientes oficiales para los reemplazos indispensables en un buen encuadramiento de las Fuerzas Armadas. Y se corría el rumor de que lo que había era el deseo de convertir a las Fuerzas Armadas en algo así como una policía nacional. Y nosotros veíamos esto como una manifestación, entre tantas, del grado de atraso en que estaba el país con respecto a otros países suramericanos, comenzando por la misma Colombia” (Blanco Muñoz, 1983:51-52).
No se necesita demasiada agudeza para comprender que los argumentos de los conjurados militares eran insuficientes y que, en verdad, los animaba una ambición de mando por encima de las razones esgrimidas. Además, es particularmente notorio que el gobierno de Medina no era indiferente al tema militar, ni a los sueldos de los oficiales, ni a los pertrechos, ya que se trataba de un gobierno de las Fuerzas Armadas, no uno civil que pudiera pensarse ajeno a estos temas. Además, era vox populi la bonhomía del presidente Medina, así como su genuino interés por los problemas de los demás, como pudo demostrarlo con sus ejecutorias durante su mandato. Finalmente, los hechos del futuro demostraron que estos argumentos de los conjurados no eran consistentes y que las verdaderas razones eran otras.
Esta logia había entrado en contacto con los líderes fundamentales de AD, ya que, según ellos, consideraban imposible su insurgencia siendo unos desconocidos, dadas sus edades juveniles y su inexistente figuración pública. Entonces, le habían propuesto a estos civiles una alianza para la comisión de la insurgencia militar. Betancourt afirma que estas proposiciones no pasaron de allí, una vez que se llegó al acuerdo con Escalante. Pero, ya fuera de escena este por causa de su enfermedad y, propuesto por idéntico mecanismo por parte de Medina Angarita el ministro Ángel Biaggini, la logia militar y AD reanudaron conversaciones.
Conviene recordar que hasta entonces en Venezuela no había tenido lugar un golpe de Estado en estas circunstancias. Cuando habían ocurrido los encabezaba un caudillo conocido al frente de sus huestes y solía actuar a la luz del día, enfrentando a los suyos contra los del contrincante. En esta oportunidad venía de adentro, de las filas de un Ejército Nacional que se había instaurado como cuerpo de unificación nacional frente a los caudillos regionales y los había hecho desaparecer de la escena pública. Viniendo de adentro, y comandado por oficiales de rango medio y bajo, era imposible que el país supiera quiénes eran estos hombres, de allí que ellos consideraron indispensable la alianza con líderes de partidos políticos que fueran figuras públicas y ampliamente conocidas, como era el caso. Es importante recordar que la experiencia en sus características era inédita, de lo contrario no es fácil comprenderla.
Recapitulando, hasta ahora, tenemos en el mapa dos sectores actorales: Acción Democrática en acuerdo con Escalante y la UMP tejiendo una conjura militar que, mientras la salud de Escalante se mantuvo en pie, había suspendido su proyecto. Por otra parte, un tercer sector actoral nacía del descontento del expresidente López Contreras y sus seguidores, ya que el general quería regresar al poder y Medina pensaba que no era conveniente. Este descontento era de tal naturaleza que López Contreras y Medina Angarita ni siquiera se hablaban, y tampoco aceptaban intermediarios de buena fe que compusieran un acuerdo. Así lo señala Uslar Pietri: “Hubo un momento patético a raíz del 1 de mayo. El general López nunca había querido declarar ese día como el Día del Trabajador, porque era una fecha revolucionaria, él quería que se celebrara el 24 de julio que, en verdad, no tiene nada que ver. Medina resolvió que lo lógico era que se celebrara el 1 de mayo y a partir de allí se hicieron muy difíciles las relaciones. Yo traté de mediar en todo lo que pude, pero no había manera, el juego se trancó” (Arráiz Lucca, 2001:19).
Todo lo anterior indica que convivían en el país tres proyectos de poder que podemos resumir así: Medina Angarita con su candidato Diógenes Escalante, apoyado subrepticiamente por AD, sobre la base de un acuerdo de democratización electoral; el expresidente López Contreras y sus deseos de regresar a la Presidencia de la República; y la logia de jóvenes militares que también buscaba el mando.
La enfermedad de Escalante descompuso el cuadro, ya que al proponer Medina Angarita a su ministro de Agricultura y Cría, el doctor Ángel Biaggini, en sustitución de Escalante, este no recibió el apoyo de AD. Esta organización no tenía un acuerdo verbal con él, según argumenta Betancourt y, por otra parte, se activó la logia militar de nuevo, manifestando en secreto que buscarían el poder al margen de la candidatura de Biaggini. Esta vez, AD optó por acompañar a los jóvenes militares y tuvo lugar el golpe de Estado el 18 de octubre de 1945.
Los conjurados contaban con un significativo apoyo dentro de las Fuerzas Armadas, pero si Medina Angarita hubiera querido resistir tenía con qué hacerlo. Incluso, la Policía de Caracas le era fiel, pero optó por entregarse para evitar un derramamiento de sangre. Fue encarcelado, al igual que el expresidente López Contreras y otros altos funcionarios de su gobierno. A los pocos días, fueron aventados al exilio.
En los primeros momentos se pensó que habían sido el expresidente López Contreras y sus seguidores dentro de las Fuerzas Armadas quienes dieron el golpe, pero la sorpresa fue mayúscula cuando se supo que fueron otros actores. Fue el resultado de un pacto entre la joven logia militar (UMP) y Acción Democrática, que condujo a la constitución de una Junta Revolucionaria de Gobierno el 19 de octubre, integrada por siete miembros y presidida por Rómulo Betancourt. Los miembros eran Raúl Leoni, Luis Beltrán Prieto Figueroa y Gonzalo Barrios por AD, el mayor Carlos Delgado Chalbaud y el capitán Mario Vargas por parte de las Fuerzas Armadas, y el médico Edmundo Fernández, quien sirvió de enlace entre estos dos grupos.
Se necesitaron tres años para que las diferencias entre AD y los militares de la fórmula que dio el golpe de Estado, se hicieran obvias. Cuando otro golpe de Estado derrocó al presidente Rómulo Gallegos el 24 de noviembre de 1948, y fue presidido por Carlos Delgado Chalbaud, se hizo evidente que el proyecto de AD y de los militares no era el mismo.
No cabe duda de que sí el gobierno de López Contreras fue mucho más abierto que la dictadura de Gómez, el de Medina Angarita fue un paso hacia adelante, otra vuelta de tuerca, sobre todo en cuanto a la legalización de los partidos políticos y a la eliminación del inciso 6 del Artículo 32 de la Constitución. Todo indicaba que Venezuela iba en camino de una democracia plena, con elecciones directas, universales y secretas, pero la última puerta no se abrió, y ello produjo consecuencias.
Exilio y muerte
El exilio los Medina Felizola lo viven en Miami y en Nueva York, con la amargura que les produjo el juicio de los tribunales revolucionarios ad hoc de entonces, y la consecuente incautación de sus bienes en Venezuela. Culminada aquella etapa, les fueron devueltos, como a todos los encausados de 1945. El 8 de mayo de 1952 el general Medina padece un ACV y decide regresar a Venezuela el 21 de diciembre, a morir en su país, con la mitad del cuerpo paralizado y severas dificultades en el habla. Muere el 15 de septiembre de 1953 en Caracas, con apenas 56 años.
Uslar Pietri escribió el epitafio en su tumba del Cementerio General del Sur. Se lee: “Sirvió a su patria con su vida y con su obra y después de muerto le sigue sirviendo con su ejemplo”. Afirma su biógrafo, mi apreciado profesor en la maestría de Historia de Venezuela, Antonio García Ponce, sobre su personalidad: “Gobernó al país, para bien o para mal, sin los arrestos del caudillo decimonónico, sin la arrogancia del gran magistrado, sin los esguinces del político ducho y sin la cursilería del truhán populachero”.
AUP: Arturo Uslar Pietri
RAL: Rafael Arráiz Lucca
Bibliografía:
-Arráiz Lucca, Rafael (2001). Arturo Uslar Pietri: ajuste de cuentas. Caracas, Los Libros de El Nacional.
—Arturo Uslar Pietri. Biografía. (2006). Caracas, BBV N°27. Caracas, 2006.
-Avandaño, Astrid (1996). Arturo Uslar Pietri. Entre la razón y la acción. Caracas, OT Editores.
-Betancourt, Rómulo (1979). Venezuela, política y petróleo. Barcelona, editorial Seix Barral.
-Blanco Muñoz, Agustín (1983). Habla el general. Caracas, Universidad Central de Venezuela.
-Bustamante, Nora (1985). Isaías Medina Angarita. Aspectos históricos de su gobierno. Caracas, Ediciones Universidad Santa María.
-García Ponce, Antonio (2005). Isaías Medina Angarita. Biografía. Caracas, BBV N°5.
-Medina Angarita, Isaías (1963). Cuatro años de democracia. Caracas, editorial Pensamiento Vivo.
-Uslar Pietri, Arturo (1963). “Prólogo” a Cuatro años de democracia. Caracas, editorial Pensamiento Vivo.
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