El error de Jorge Lanata de comparar a Javier Milei con el Partido Obrero
Para el periodista, una eventual victoria del diputado libertario en las elecciones presidenciales sería lo mismo que un triunfo de la agrupación trotskista, ya que ambos tendrían ideas “impracticables”. Está equivocado.
Parece que Jorge Lanata, que hoy se denomina como “liberal de izquierda”, sigue arrastrando vicios ideológicos de la juventud, cuando era más de “izquierda” que “liberal”. Ensañado contra Javier Milei, a quien hace poco comparó con Hitler —por el insólito hecho de vivir con un perro de mascota— ahora trajo una nueva analogía. Ya no con el nacionalsocialismo canino, sino con el trotskismo. Utilizando incluso menos argumentos que con la comparación previa de índole absolutamente delirante, el fundador de Página/12 dijo que un gobierno de Milei, tal como uno del Partido Obrero, sería “imposible de llevar a la práctica”.
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Lo cierto es que los dislates del periodista en materia de definiciones de ciencias políticas no son nuevos. El día que se asumió como liberal-izquierdista, dijo que suscribía a esa concepción, porque es defensor de las libertades individuales (como valor liberal), “pero” que le preocupaba lo que pasaba alrededor de él, como perspectiva izquierdista. Aunque la declaración pasó bastante desapercibida, lo cierto es que, en esa inocente y falaz conclusión, el hábil creador de contenidos dejó muy en claro que la seriedad en materia de análisis político y económico no es lo suyo.
En su comentario, Lanata evidenció que no tiene clara la definición del liberalismo y tampoco percibe los resultados de delegar en el Estado la preocupación por los más necesitados. La realidad muestra que, en los países de economías más libres, la caridad maneja unos volúmenes mucho mayores que en los reprimidos. Esto no es ningún misterio: las sociedades que adoptan el sistema de libre mercado son más ricas y prósperas, por lo tanto, hay más espacio para la ayuda al prójimo. Es más fácil empatizar con las necesidades de los que menos tienen cuando uno tiene su panza llena, que pensar en ayudar al otro cuando uno no puede poner un plato de comida en la mesa familiar. Cuando el que distribuye es el Estado todos se empobrecen menos los que desempeñan el rol de “redistribuidores”. Abrazar la concepción de la izquierda de preocuparse mediante el gobierno es absolutamente antisocial y contradictorio, si lo que se busca es ayudar a los que menos tienen.
Preocuparse por los más necesitados, actitud que Lanata monopoliza en el pensamiento de izquierda, es algo absolutamente compatible con la concepción liberal. Aclarar que uno suscribe al liberalismo “pero” que le importa lo que le pasa el prójimo, tiene el mismo sentido que manifestar que uno es liberal “pero” hincha de River, bisexual o vegetariano. La apatía por los demás y el “sálvese quien pueda” terminan siendo más usuales en los experimentos socialistas, cuando uno no sabe si el vecino puede ser un soplón de la Stasi de turno o no.
A través de la analogía de una eventual gestión de Milei con una del PO, Lanata volvió esta semana a hacer gala de su confusión ideológica, tanto en materia de socialismo, como de liberalismo. Al suscribir a la tesis del trotskismo bien intencionado, pero de imposible implementación, uno deja en evidencia que, en el fondo, considera que el socialismo es “bueno en la teoría, pero malo en la práctica”. Ludwig von Mises, al explicar la imposibilidad del cálculo económico bajo la planificación centralizada, le enseñó al mundo hace cien años que cuando se termina la propiedad privada se apagan las señales los precios. Sin ellos no hay ninguna posibilidad de asignación de recursos eficiente y todo colapsa. La falla del socialismo no es práctica, es teórica. En su manifestación y puesta en práctica, solamente queda en evidencia su imposibilidad científica. Pero mientras se produce la debacle económica, los verdaderos creyentes en el sistema colectivista se convierten en sus primeras víctimas. Los Stalin de cada experimento purgan a los Trotski y se aburguesan en el poder a fuerza de violencia y represión. Eso es lo que pasa inevitablemente con la implementación del socialismo trotskista, maoísta o chavista desde 1917 hasta el “socialismo del siglo XXI”.
Yendo a la crítica de lo que sería un gobierno de Milei, Lanata (como muchos) recurren a la mentira de afirmar que esas ideas no se han puesto en práctica “en ningún lugar del mundo”. Aunque el diputado libertario suscribe filosóficamente a lo que podría denominarse “anarcocapitalismo” (como muchos de los liberales más consecuentes), lo cierto es que su plataforma política y todas sus propuestas son compatibles con lo que se entiende como “liberalismo clásico”.
Que su discurso suene “extremista” para el debate político argentino general no habla del “extremo” donde supuestamente estaría parado Milei, sino de lo volcada que estaba la discusión de ideas en este país hacia el lado del estatismo. Incluso la idea de un país sin banca central es absolutamente compatible con la visión clásica del liberalismo, donde el Estado se hace cargo de la seguridad, la justicia y complementa desde la subsidiariedad en cuestiones de salud y educación. Es más, desde el liberalismo clásico tradicional, de donde muchas veces se cuestiona al diputado de La Libertad Avanza por su política monetaria, es de donde se tendría que explicar por qué el Estado debe ser el amo y señor del valor de los billetes que poseen los ciudadanos.
Si queremos hablar de “todos los países del mundo”, lo cierto es que el crecimiento del leviatán fracasó en todos lados por igual. Cuando el Estado avanza, las libertades y la prosperidad se restringen.
“Las ideas de Milei”, que en teoría no se pusieron en práctica en “ningún lugar del mundo”, hicieron que Argentina pase de ser un desierto sanguinario al país con el PBI per cápita más alto del mundo en tres décadas de civilización, cuando se cambió el modelo de Rosas por el de Alberdi. No es casual que “el Restaurador” sea un prócer para el kirchnerismo empobrecedor. Pero el éxito del liberalismo no pertenece solamente a los libros de historia de otros siglos. ¿Cómo salió Suecia del problema que le generó su “Estado de bienestar”? ¿Qué pasó en los países que privatizaron la obra pública? ¿Qué hubiera pasado en el Ecuador chavista de Correa sin la dolarización previa? ¿Cómo hizo Irlanda para pasar del desastre total a ser una de las economías más pujantes del planeta? ¿Funciona mejor el Uruguay de Lacalle Pou o la Argentina de los Fernández? Las lecciones en nuestro país y en el mundo están al alcance de la mano. Pero para debatirlas en serio hay que salir de los slogans simplistas, que suelen ser fomentados por los privilegiados del sistema.
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