El Manifiesto de Montecristi desmiente al Martí enarbolado por el castrismo
El Apóstol insiste en que su partido no pretende sojuzgar a Cuba, y que la república que vislumbra evite transformarse en una tiranía
LA HABANA, Cuba.- Este 25 de marzo arribamos al 128 aniversario de que viera la luz el Manifiesto de Montecristi: Un documento firmado por José Martí y Máximo Gómez cuando ya era inminente que ambos partieran para Cuba con vistas a incorporarse a la Guerra Necesaria que había comenzado el 24 de febrero.
El objetivo principal del Manifiesto era dar a conocer a la opinión pública las características de la contienda organizada por el Partido Revolucionario Cubano (PRC); una contienda que se anuncia desprovista de ánimos de venganza, y no dirigida contra el pueblo español, sino contra el poder colonial que oprime a Cuba.
No parece casual el hecho de que el Manifiesto de Montecristi sea un documento no muy utilizado por los actuales gobernantes cubanos en su pretensión de apropiarse del legado del Apóstol. Y es que la visión que se ofrece del PRC, así como la forma que se proyecta para la República cubana que surja de la contienda independentista, no son del agrado del castrismo.
Aquí se establece que la guerra no debe conducir al triunfo de un partido cubano sobre otro. En ese sentido se reitera lo indicado por Martí en las bases del PRC, que señalaba la no intención de que Cuba fuera presa de un partido político victorioso.
Evidentemente, se trata de un planteamiento distanciado por completo de la misión que el castrismo le ha encomendado a su partido único, que por decreto lo han convertido en el rector y amo de la sociedad cubana. Por supuesto, queda sin fundamento el recurrente argumento de la maquinaria del poder que proclama al gobernante Partido Comunista de Cuba como heredero del partido fundado por Martí.
Se conoce del celo con que siempre Martí vislumbró la pureza de la República que saliera de la guerra de independencia. De ello podía dar fe el propio Máximo Gómez, cuando en 1884 recibió la respuesta de Martí de que una república no se gestionaba como se manda un campamento. También la defensa de los valores civilistas y republicanos, según el criterio de muchos especialistas, que Martí habría esgrimido en la reunión del ingenio La Mejorana. Un encuentro celebrado a inicios de mayo de ese año 1895, en el que se vieron las caras los tres grandes líderes de la causa cubana: Martí, Gómez y Maceo.
Entonces resulta interesante y concluyente el siguiente párrafo incluido en el Manifiesto: “Desde sus raíces se ha de constituir la patria con formas viables, y de sí propia nacidas, de modo que un gobierno sin realidad ni sanción no la conduzca a las parcialidades o a la tiranía”.
En primer término notamos que la expresión “de sí propia nacidas” niega el copismo de otras realidades que pudiera acometer la naciente República. Claro que el Apóstol jamás hubiese aceptado la sovietización de la vida cubana, puesta en práctica por el castrismo, fundamentalmente, durante el decenio 1975-1985.
Por otra parte, Martí alerta acerca del peligro que correría la República si el entusiasmo revolucionario se transformara en una tiranía. Obviamente, no hay nada que se le parezca más que lo sucedido en Cuba tras el arribo al poder de las huestes de Fidel Castro en enero de 1959. Un caudillismo que, salvando las distancias, Martí también indicaba como un lastre en muchas de las naciones latinoamericanas que habían obtenido la independencia de España.
Todo el contenido del Manifiesto de Montecristi muestra la estrategia martiana de concebir a su partido y a la guerra que preconiza como un medio, y nunca como un fin. Un medio para acceder a la República democrática que quería para Cuba. En nada semejante a lo que el castrismo ha hecho de nuestra patria.
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