Hijos suplentes, por Omar Pineda
Twitter: @omapin
Aplastada por el cansancio, Mirna abre la puerta y deja que su cuerpo flote hasta aterrizar en la cama. Según cómo le haya ido en el trabajo se quitará la ropa o dormirá tal como llegó. Abrió la puerta de su estrecho refugio a las once y quince minutos de la noche. Pero a veces sus ojos permanecen abiertos un rato más para explorar, en el sosiego que inunda de tinieblas la habitación alquilada, pensando cómo le irá a su familia. Ingeniera química, con postgrado sin concluir debido a la falta de recursos, esta merideña de 32 años asume sin enojo ni satisfacción su rutina de mesera en un restaurante en Barcelona. Me lo dice cediendo al impulso repentino de exteriorizar sus penas.
Los padres y la abuela materna sobreviven en Caracas, en el mismo apartamento de la avenida Panteón donde ella y su hermano Leo crecieron y donde estudiaron hasta egresar de la universidad. Luego abandonaron el hogar y el país para cumplir sus sueños en otras tierras, pero también para que los viejos lograran sobrevivir con recursos y sin riesgos de quedar sin dinero.
Así que Leo y Mirna son garantías para que los progenitores y la abuela se alimenten con regularidad y cumplan con el pago de los servicios en un país que se ha desmoronado, según las noticias que les llegan por WhatsApp y que ellos corroboran por cualquiera de las redes sociales. Leonardo, su hermano, trabaja en un autolavado en Miami, mientras ella atiende en un restaurante para turistas a clientes malhumorados o amables, según el día hasta que el último de ellos paga la cuenta y se despide.
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En vista de que el papá quedó renco en una pierna por una paliza que le propinaron unos motorizados para robarlo ninguno se arriesga a salir a comprar. Entonces Leo y Mirna contrataron a Nadia, la vecina de enfrente, a fin de que se ocupe de pagar la electricidad y teléfono, y acompañar al viejo Gerardo para el cobro de la pensión, además de ayudarle hacer el mercado. Nadia es una vecina de 47 años, divorciada, con hijos que emigraron también, uno a Colombia y la chica a Perú. Ella también espera con ansias la remesa del exterior para sobrevivir.
Antes eran de clase media, es decir se conformaban con modestas comodidades, pero hoy dependen de otros porque el país ha empeorado y todos se reconocen en la cola de la pobreza.
Peor está la vecina de arriba, la señora Carmen quien, a los 72 años, depende de una nueva figura que llaman «el hijo suplente», en este caso Abigail, la amiga universitaria de su nieto Orlando que reside en Toronto y a quien «contrató» para darle una vuelta, hacerle el mercado y conversar con la abuela dos tardes a la semana.
Es atractiva porque la paga es en dólares y ambos quedan satisfechos. Todo esto me viene a la mente justo cuando reviso el video donde Nicolás Maduro lanza la última baraja al Imperio y reconoce que el país funciona mal y no toda la culpa es del bloqueo económico, pero él no se cansa de repetirlo. Aunque en Venezuela hay quienes aseguran que los que se fueron la están pasando bomba, la realidad es diferente.
Una gran parte de esta diáspora se esfuerza por sobrevivir y, pese a sus precariedades no olvidan las necesidades de sus familiares, atrapados sin saberlo, en un país del que les quedan los recuerdos de la niñez y la juventud. El hijo suplente no solo «le da una vuelta» a los padres y abuelos, sino que constituyen sin saberlo la fe de vida para cuando esos hijos y sus nietos decidan volver al país puedan celebrar juntos el reencuentro.
Omar Pineda es periodista venezolano. Reside en Barcelona, España
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