martes, 14 de marzo de 2023

Silicon Valley Bank, el capitalismo, la banca central y el intervencionismo

 

Silicon Valley Bank, el capitalismo, la banca central y el intervencionismo

La corrida sobre el banco que tenía los depósitos de muchas startups tecnológicas reabrió el debate sobre los “salvatajes” de la banca central, que no son más que la colectivización de las pérdidas actuales y de las futuras

El Silicon Valley Bank
El Silicon Valley Bank. Aunque su logo diga «Private», cuando hay banca central de por medio lo de «privado» siempre es relativo. (Twitter)

Los bancos centrales, sean de los países de la orientación económica que sean, cumplen tres funciones principalmente: expandir o retraer la base monetaria, subir o bajar las tasas de interés y oficiar como “prestamista de última instancia”. Aunque en los países “capitalistas” esto se haga (en el caso de eventuales buenas intenciones) para “ayudar” al sector privado, lo cierto es que todas las acciones que cometa el monopolio monetario generará un efecto no deseado: romper el sistema de precios e incentivos, infectando el mercado con señales equivocadas, que eventualmente generará quebrantos futuros. Aunque se trate de la Reserva Federal, del Silicon Valley Bank y de los Estados Unidos, la corrida y el mal llamado salvataje no son otra cosa que el resultado de la intervención estatal, la regulación y los incentivos (mejor dicho, desincentivos) que genera la banca central.

En el ámbito de la filosofía, los randianos aseguran que “A es A”. Es decir, que las cosas son como son, inevitablemente de su interpretación particular. Los kantianos, algunos de ellos liberales inclusive, con el universo noumenológico hacen enojar a los objetivistas cuando abren el juego al rol de la interpretación del sujeto que analiza un fenómeno. Y lo cierto es que las cosas son como son y las consecuencias resultan inevitables. Pero cuando no se comprende lo que se analiza, las lecciones no se aprenden, repitiendo una y otra vez los errores. Entonces, aunque “A sea A”, los hechos fácticos pueden seguir generando desgracias, al punto que se torna casi irrelevante la verdad de los hechos. Esto es lo que sucede desde la crisis del 30, el colapso de 2008, la historias con las hipotecas “subprime” y todos los descalabros generados por la banca central. Cuando no se entiende qué pasó y por qué, la lección que se saca es equivocada y se tiende a repetir el mismo error. Muchas veces, hasta se llega a conclusiones tan retorcidas desde el imaginario popular, que se termina proponiendo desde la política apagar los incendios con gasolina.

Probablemente, uno de los ejemplos más claros de la incomprensión de un problema y la búsqueda de una solución fallida fue la crisis de 2001/02 en Argentina. En la década del noventa se solucionó el problema hiperinflacionario con la convertibilidad y se terminó con el desastre de las empresas estatales con las privatizaciones. Sin embargo, cuando explotó la crisis de deuda, en lugar de mirar el déficit fiscal y el rol de prestamistas del FMI y del Banco Mundial, se responsabilizó a las dos cosas que mejor se hicieron durante el menemismo: el 1 a 1 y la privatización de las “empresas públicas”. La mala lectura de la realidad llevó al kirchnerismo y hoy se incrementaron todos los problemas, con un país con la mitad de los argentinos por debajo de la línea de pobreza. Claro que siempre hay un actor interesado en que la ciudadanía se equivoque a la hora de buscar a los chivos expiatorios.

Ante el colapso y la corrida del Silicon Valley Bank, la izquierda no pierde el tiempo a la hora de presentar al público la lectura equivocada de la situación: el capitalismo no funciona y el Estado termina interviniendo para salvar a los poderosos, reeditando la lectura de la superestructura marxista. Por otro lado, como hizo en su momento George W. Bush, muchos conservadores salen a plantear otra tesis diferente, pero igual de equivocada: que a veces el Estado tiene que aparecer para socorrer al sector privado, para evitar daños mayores (la teoría del «too big to fail«, que genera desincentivos peligrosos en determinados sectores). Lamentablemente, la discusión política suele terminar embretada entre estas dos falacias. Insólitamente, en la posición de los socialistas hay una pizca de verdad en la cuestión de la injusticia, mientras que la postura del mainstream está completamente equivocada.

Está medianamente aceptada la idea de que el capitalismo se trata de la privatización de las ganancias como de las pérdidas, pero no están igualmente difundidos los conceptos sobre los riesgos morales de los que operan en el mercado con prestamistas de última instancia, como de la distorsión que genera la banca central en las dos principales variables de la economía: la oferta monetaria y la tasa de interés. Es decir, todos los «aportes» de la banca central, como dijimos anteriormente.

En el caso que hoy es noticia, todos los elementos de la corrida tienen que ver con la influencia de los aportes de la Reserva Federal. No solamente por la cuestión del denominado «moral hazard» en los responsables de la cartera, sino por la expansión monetaria que contribuyó con un exceso de liquidez (de lo que el sector tecnológico se hizo en parte) y las inversiones en bonos «seguros» del Estado. Claro que cuando los papeles del Tesoro, que fueron fijados a 1% hace una década, se van «acomodando», los agentes van reaccionando a los estímulos. Cuando las señales se convierten en pánico, comienza a prender un incendio que se sabe cómo empieza pero no cómo termina.

Por más responsables que sean los bancos privados, todo el sector -al operar con reserva fraccionaria- está permanentemente en quiebra. Ninguno puede enfrentar el retiro masivo de todos los depositantes e inversores al mismo tiempo. El sistema se basa en la confianza y cuando ella falta, todo se desmorona como un castillo de naipes. Lo insólito es que este sistema, que incluso genera hasta un multiplicador monetario secundario, si no contara con la regulación que tiene la banca estaría prohibido por las legislaciones que persiguen la estafa de los ponzis e incluso la falsificación de dinero. Pero cuando hay banco central detrás, el referí (el Estado) dice, «siga, siga», como cuando un partido de fútbol se pone picado y se aplica la ley de la ventaja. Claro que hay una sociedad implícita: estos «bancos privados» son los que viven comprando los bonos gubernamentales «asegurados», quitándole las papas del fuego a las administraciones deficitarias como la de Argentina. Claro que esto no es gratis. El crédito que necesita un ciudadano para adquirir su vivienda lo tiene que pagar una fortuna, producto de la acción que debería denominarse casi como una «asociación ilícita». El gobierno devalúa la moneda, impide el ahorro y encima se «chupa» el crédito de los bancos. Claro que nada de todo esto tiene que ver con el capitalismo. Todo es intervención del Estado, que termina generando los desajustes que produce tradicionalmente el socialismo. Sí, aunque sea en los Estados Unidos.

Mientras se mantenga el sistema de la banca central, aunque se «rescaten» más o menos bancos, el problema se reeditará una y otra vez. Claro que el mercado puede generar burbujas, como cuando los agentes económicos sobreestimaron el potencial de las «punto com». En esos casos, el mismo mercado ajusta y corrige. Cuando la distorsión la mete el Estado mediante la banca central, el colapso es generalizado y aparece en varios sectores, cuando ya suele ser tarde para apagar el incendio. Es que el virus del sistema va oculto en las tres funciones que maneja el monopolio monetario: la cantidad de dinero en la economía, el valor al que se presta y la garantía del salvavidas en caso de naufragio.

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