Amelia Calzadilla: “No podemos conformarnos con esto o con irnos del país”
Amelia Calzadilla no siempre lo supo. Como muchos en Cuba creció creyendo que vivía en un paradigma del antimperialismo, en un país justo donde nadie moría por falta de atención médica, donde la educación era gratis y de calidad
CDMX, México. – Amelia no premedita qué dirá, no hace anotaciones, no lo consulta con otros. Ella toma el teléfono en un arrebato y descarga todo lo que tiene adentro, o casi todo. Porque Amelia cada día entiende mejor en qué país vive y de lo que son capaces quienes, desde el poder, pisotean a cualquiera que ose reclamar, aunque no pida democracia, sino un poco de comida, electricidad, gas, como exigió ella.
Amelia Calzadilla no siempre lo supo. Como muchos en Cuba creció creyendo que vivía en un país justo donde nadie moría por falta de atención médica, donde la educación era gratis y de calidad, una islita resistente y digna que se exhibía como paradigma del antimperialismo.
Esa mujer elocuente que hoy vemos en las directas fue una niña con dotes de buena oradora y notas excepcionales. Por eso la elegían para cuanto congreso pioneril ocurriese, para las Tribunas Abiertas, para los actos políticos. A 42 discursos de Fidel Castro la invitaron en el Palacio de las Convenciones. Sabe el número exacto porque sus padres guardan aún las credenciales. Ella hoy piensa en eso y pide: “Trágame tierra y escúpeme en la Antártida”. En noveno grado, el mismo Fidel Castro le entregó en sus manos un diploma como la estudiante vanguardia de su curso en toda la ciudad.
Diecisiete años después, viviendo en el mismo departamento del Cerro, pero ahora con tres hijos, Calzadilla entiende que esa imagen que ella tenía de Cuba era un espejismo y siente que fue engañada, usada, “adoctrinada” ―repite varias veces. Ese desencanto, unido a las carencias de todo tipo que sufre, la llevaron a tomar su teléfono y realizar una transmisión en vivo.
En una directa de Facebook que publicó el 9 de junio de 2022 en sus redes sociales, arremetió sin miedo contra funcionarios del Gobierno por su incapacidad para gestionar la economía.
La joven, graduada de Lengua Inglesa en la Universidad de la Habana, dijo que en cualquier momento se enfermaba de los nervios porque sus hijos no tenían comida, zapatos, medicinas, y tenían que esperar por la ayuda de su familia en el exterior para vivir dignamente.
Tantas madres y padres se identificaron con su grito de desesperación que sin proponérselo Amelia se convirtió en una celebridad, una especie de heroína que tuvo el valor de denunciar lo que tantos estaban sufriendo. “Santa Amelia” la apodaron algunos. Y con la fama vino el reconocimiento: sus directas se compartían una y otra vez, otras madres se sumaron a sus exigencias. Vino también quien la criticó: para algunos no era lo suficientemente frontal, para otros una mercenaria con uñas arregladas. A medida que ganaba visibilidad, también se puso en la mira de un enemigo muy peligroso, el mismo que en su infancia la seleccionaba como “pionera confiable” para estar cerca del dictador.
―¿Antes de hacer tu primera directa mediste las consecuencias de expresarte, como lo hiciste, en Cuba?
―Siempre supe que hablar de la manera en la que lo estaba haciendo iba a tener repercusiones, pero pensé que serían menores. Quizá una amonestación o una crítica. De alguna forma también pensé que podrían acercarse a mí e intentar persuadirme.
Cuando hice esa directa me sentía desesperanzada y frustrada, sin embargo, aún mantenía un poco de confianza en el sistema por toda mi trayectoria política de niña y adolescente. Fueron contextos que influyeron en que tuviera confianza en ellos.
Si bien es cierto que mi proceso de decepción fue paulatino, es a raíz de que conozco de otras situaciones de cubanos por las redes sociales que fui desencantándome más. Eso, unido a que al ser madre tienes que lidiar con muchísimos problemas que antes no tenías, y tu familia se vuelve tu prioridad. Por defenderlos tú cambias la manera de pensar. Entonces cualquier cosa que supone para ellos un problema, para ti se vuelve el centro.
Además de eso, está el hecho de que comencé a trabajar en una empresa estatal y vi desde adentro los problemas que tienen y cómo está condenada al fracaso.
Mi decepción se agravó, además, por la obsolescencia de los mecanismos de atención a la población. No hablo solo de mí. En La Habana hay 11.000 familias en este momento que están sobre la red de gas manufacturada y que no tienen el servicio. O sea, cuando hablo de mi problema en la transmisión, no estoy hablando de mi casa, sino de miles que estaban como yo.
A pesar de este cúmulo de decepciones, confieso que entonces todavía tenía un poco de ingenuidad, la inocencia de quien nunca ha estado en medio de esta situación y no sabe a lo que realmente se está enfrentando.
Sabía que había personas presas por salir a las calles el 11 de julio, pero pensé que no habría graves consecuencias para mí porque no estaba haciendo una convocatoria masiva, ni pedí un paro nacional, ni tomar el Gobierno. Además no estoy vinculada a ninguna organización extranjera, partido político. No tenía relación con activistas, opositores o influencers que estuvieran abiertamente en contra del Gobierno. Como yo era una persona común, no imaginé que iban a intentar aplastarme mediáticamente. No podía creer que realmente en el país se fuera a arremeter de una manera tan burda contra una madre de tres niños pequeños que solo estaba planteando un problema real.
Aprendí después que la respuesta de ellos es aplastar al mensajero porque no pueden con el mensaje y no quieren que más personas se sumen. Como mismo yo no lo estaba, aún hay personas en el país que no están conscientes de qué ocurre cuando te vuelves alguien crítico. Estamos atrapados en un adoctrinamiento casi perpetuo, del cual es muy difícil despojarse.
Para mí todo esto fue una lección porque me enseñó a no creer. Entendí que en estas personas no puedo confiar porque en aras de sostener una posición están dispuestos a no lidiar con el problema y tratar de apagar, de destruir a la persona que pueda hacerles un señalamiento que les resulte incómodo. La mejor parte de todo esto que he vivido fue esa, la enseñanza. Era de las personas que confiaba, y dejé de hacerlo.
―¿Qué sentiste cuando viste el apoyo popular casi generalizado que recibiste, cuando viste a tantas madres diciendo que tú las representabas?
―Al día siguiente empecé a entender el alcance que había tenido cuando vi, por ejemplo, que las madres del grupo de Facebook “Madres cubanas por un mundo mejor” se estaban sumando. Incluso crearon grupos de WhatsApp y Telegram. Me escribían, me llamaban para solidarizarse y para compartir sus problemas conmigo.
Fue una tremenda sorpresa. Sabía que habría personas identificadas con lo que yo estaba diciendo, pero imaginé que [la directa] tendría un alcance limitado entre mis amigos.
No podía adivinar que tantas personas, en especial desconocidos, pudieran llegar a sentirse identificados con el mensaje y estuvieran dispuestos a apoyarme, a compartir sin saber casi nada de mí, solo lo que estaba contando. Siento que las personas me respaldaron porque se sintieron reflejadas, porque mi realidad era la realidad de muchísimos otros.
Las reacciones que generó mi directa me despertaron una rara combinación de sentimientos. Por una parte, sentí mucho orgullo de que por medio de mi crítica, por medio de mis palabras, otras personas que no habían denunciado se sumaran. Sin embargo, también sentí un poco de temor porque no lo podía controlar. No sabía cómo iban a responder las autoridades.
―Pasaste de ser una persona común a una muy conocida de un momento a otro. ¿Cómo manejaste esto?
―Hasta ese momento no era conocida por nadie, llevaba mi vida muy normal. Me tiraba fotos, las publicaba, mostraba en mi perfil el rostro de mis hijos. Cuando todo cambia, tras esa directa, me empezó a preocupar la exposición a la que estaban siendo sometidos mis niños. Ellos iban a participar en espacios públicos, donde podía haber adultos y otros menores que pudieran estar a favor o en contra de mí, por lo que temía que pudieran lastimarlos o dañarlos, aunque fuera verbalmente. Los padres nunca queremos que nuestros hijos sufran.
El mero hecho de que los puedan discriminar, de que los estigmaticen, señalen, a mí me preocupaba. Ellos son el centro de mi vida.
―¿Qué significa “mi postura política es ser madre”?
―Significa que cualquier cosa que ponga en peligro la estabilidad de mis hijos está en contra de mí. Yo no estoy en contra de eso, eso está en contra de mí. Entonces si una gestión administrativa, gubernamental, judicial, económica percibo que afecta el desarrollo normal de los niños de mi casa, en automático eso está directamente en contra de mí, que soy la persona que tiene que defenderlos.
Mi mensaje para cualquier otro padre o madre es que no podemos quedarnos indolentes viendo cómo nuestros hijos están sufriendo por culpa de otros. No puedo tolerarlo, aguantarlo. No lo concibo porque mis lealtades están del lado de mis hijos. Ningún sistema o líder puede estar por encima de mi amor hacia ellos.
No estoy diciendo que soy anarquista, capitalista, feudalista, comunista… Me refiero a que las decisiones de los funcionarios del Estado, del Gobierno, están afectando directamente a mi familia, y eso significa que están en contra de mí.
Las tiendas en MLC [moneda libremente convertible], por ejemplo, aunque te digan que son para beneficio de todos, uno no puede creerlo. Esto trajo más miseria, penurias, hambre, más venta en divisas.
Todo este contexto me llevó a que tomara la decisión de enfrentarme y de defenderme porque en esa directa realmente estoy defendiendo a mis hijos. Estoy defendiendo a mi familia.
Ha pasado un año, y todo está peor. El actual acceso que tenemos a la información hace que nos demos cuenta de que esto no es una manera de vivir y de que hay que hacer exigencias, de hay que exigir el adecuado funcionamiento de la nación. Es nuestra responsabilidad como ciudadanos y nuestro derecho también.
―Después del impacto que tuviste, ¿cuál fue la reacción del Gobierno? ¿Qué consecuencias hubo para ti y tu familia?
―La primera reacción fue que vino un grupo del Partido y la Juventud a la casa a tener una conversación conmigo. Supongo que se hayan sorprendido al encontrarse una familia que siempre estuvo integrada. Mi papá es jubilado del MININT, mi mamá es profesora y fue dirigente sindical. Además tuve una trayectoria activa en mi infancia: participaba en eventos, en congresos, en festivales donde apoyaban abiertamente el sistema comunista. Esto lo hablo sin temor porque no tengo nada que esconder. Era una niña manipulada por adultos. Una niña que hablaba sobre cosas de las que realmente no sabía.
Luego crecí y las personas tienen derecho a experimentar, cambiar y pensar diferente. Eso es completamente válido.
Después de esa visita de funcionarios comenzaron los problemas. De inmediato me quedé sin internet y mi cuenta de Facebook fue reportada. Estuve un mes sin poder utilizar la red. Luego comenzó el ataque a mi persona desde los medios oficiales: publicaron un texto en Cubadebate donde aseguraron que era una mercenaria que estaba cotizando con estas acciones. Además, me atacó el [youtuber oficialista, colaborador de la Seguridad del Estado] Guerrero Cubano; empezaron a hacer memes sobre mí, se burlaban. Todo esto ocurría mientras estaba sin conexión para que no pudiera rebatir nada.
Con esa exposición me dejaron desprotegida, completamente expuesta ante la población que podía venir a darme un escándalo público; podían golpearme en la calle animados por las mentiras que decían contra mí. Estuvimos días sin salir de casa porque temíamos que nos atacara algún comunista fanático. Mientras tanto, no tenía ni cómo poner una denuncia por difamación. Ahí es cuando además de mis quejas económicas y sociales, también se sumaron mis preocupaciones judiciales. Entendí que estoy en un país donde la justicia tiene elementos bastante injustos, y que como ciudadana no puedo hacer nada al respecto.
Ahí vi verdaderamente la cara de estas personas. Me sentí, no humillada, porque sabía de qué lado estaba toda la razón, pero sí muy ultrajada. No podía defenderme. Esa impotencia fue la que me llevó a hacer la segunda directa desde el celular de mi esposo porque seguía sin internet.
En estos meses que han pasado, he vivido tantas cosas. Realmente no tengo pruebas para demostrar que hay todo un aparato, toda una maquinaria maquiavélica intentando silenciarme con los métodos menos ortodoxos posibles. Lo que sí puedo asegurar es que soy una ciudadana común y corriente, con tres niños pequeños y una vida super intensa, a la que que tras esa directa le pasó de todo.
En casa tuvimos una enfermedad tras otra: todos nos contagiamos de COVID-19, a pesar de que no salíamos por miedo a las amenazas, incluso de muerte, que estaba recibiendo. Solo tuvimos contacto con los inspectores de la corriente [Empresa Eléctrica] que mandaron, y después de eso nos enfermarnos. Luego mi mamá cae en una terapia porque es cardiópata; mi papá es hipertenso y se descompensa. Mi esposo, al igual que nuestros tres hijos, es asmático y llevaban más cuidados en la COVID.
La única persona que podía atenderlos a todos era yo. Yo, sola y enferma cuidando de seis, y sin poder hacer el reposo que necesitaba porque también tenía el virus. Como secuela terminé con neumonía.
Tras eso, todos empezamos con un virus del estómago que a los niños les dio hasta fiebre. ¿El origen? La cisterna del edificio estaba contaminada, de alguna manera, con agua fecal.
Ahí no termina. Lo siguiente fue que mi niña del medio se enferma de dengue hemorrágico. Cuando sale del hospital a los pocos días me enfermo yo, y caigo en una terapia. Ese dengue me provocó una hepatitis reactiva. Perdí muchísimo peso en unos pocos meses porque me pasaron tantas cosas, junto a mis hijos, que no parecía real.
Además de todo eso me pasaron otras cosas. Por ejemplo, intentaron acusarme de que me estaba robando la corriente de mis vecinos.
―¿Has vuelto a trabajar?
―Antes de la directa no estaba trabajando porque a mí me llegó el convencimiento absoluto de que la empresa estatal está condenada al fracaso, y eso me frustraba grandemente. Independientemente de que comenzaron a pedir tras el 11 de julio que los trabajadores que tenían cargos en los puestos de dirección hicieran en las redes campañas de apoyo a la decisión que había tomado el Estado de apresar a estas personas y demás. Y no estuve de acuerdo.
Lo que aparecía en mi contrato era que iba a dar mi fuerza laboral (mi capacidad y mi horario por un salario) y eso no incluía ni mis pensamientos, ni mi ideología, ni mis posturas. Eso no estaba en venta. Además, ese trabajo económicamente no solucionaba mis necesidades.
Aunque había decidido dejar de trabajar, tras la directa sepulté mi vida laboral. Con lo que había hecho, en el sector del turismo, ya no era una persona confiable e iban a estar encima de mí machacándome.
Por otra parte, en el sector privado me cerré las puertas porque las personas sienten temor de vincularse con una persona a la que el Gobierno está siguiendo. Esto puede significar que pongan los ojos sobre su negocio (negocios que no funcionan con toda la regularidad que deberían, sabemos el porqué).
A mí me cambió la vida hasta para comprar comida. ¿Qué revendedor se arriesga con una persona o una casa que está “marcada”?
―¿Valió la pena?
―Te puedo decir que no me arrepiento, ni me arrepentiré. Por lo menos hasta este momento lo pienso así. No se puede vivir toda la vida con un temor tan grande que elijas ser sometido, ultrajado, chantajeado con tal de no decir la verdad. Además ¿qué valores le estaría transmitiendo a mis hijos si fuera así?
¿Con qué moral puedo pararme delante de ellos y educarlos en la honestidad, si después no soy honesta? Entonces me tocó hacer lo que me tocó hacer y no me arrepiento.
No busco protagonismo. Prefiero, cuando lo creo oportuno, participar, comentar, interactuar y quizás eso puede ser un incentivo para que otro lo haga; y me gusta ver a otros haciéndolo.
―Háblame de tu familia.
―Somos siete en casa: mi papá que tiene 82 años, mi mamá de 62, mi esposo que pronto cumple 35; los tres niños (nueve, seis y cuatro) y yo que tengo 32. Es un núcleo bien diverso, con diferencias generacionales importantísimas.
Diría que mi papá es quizás la persona con la que más conflictos tengo a diario porque a pesar de que él ve y vive los mismos problemas que todos, no quiere creer que dedicó toda una vida a una obra que hoy no tiene los resultados que él esperaba. Eso es muy difícil de aceptar. Él ve los problemas pero no la causa o el origen.
Debato mucho con él, aunque sé que no lo voy a cambiar, pero espero que él entienda las razones por las cuales he decidido hacer esto y que las respete. Si logro que mi papá respete las diferencias, ya sentiré que gané una batalla.
Mi mamá, por otra parte, es 100 por ciento distinta. Ella es una persona criada dentro de un seno familiar de personas que apoyaban el proceso revolucionario, pero que con el pasar de los años y viendo resultados cada vez más pobres, se ha ido decepcionando. Por supuesto, su frustración aumentó al ver lo que me hacían a mí solo por hablar. Se ha decepcionado tanto que ella misma me da impulso para que denuncie, critique, proteste.
Ella siente que de alguna manera en mis palabras, estoy reivindicando su profunda frustración de saber que ha estado toda una vida engañada. Además, mi mamá no es de las personas que eligen virar la cara y ser indolentes o decirte bajito “no hables de eso”. Si la dejo ella es la que coge el teléfono y hace las directas. Solo que no la acompaña su estado de salud porque es cardiópata y todas estas emociones no le convienen. Ella me asesora y me corrige mucho. Es una buena jefa de campaña.
El otro que me ayuda es mi esposo. Él es economista y he aprendido muchísimo de él. En casa funcionamos como un equipo de trabajo: ellos dos desde el anonimato y yo en cámara.
Con esto retomo mi mensaje del otro día de que en la unión está la fuerza. Es normal que haya discrepancias pero debemos encontrar un punto en el que realmente los cubanos estemos unidos para la mejoría de la nación porque no podemos seguir conformándonos con esto o con irnos del país. No podemos conformarnos con aprender a vivir con menos, porque cada vez es menos, o con sacrificar a los niños por no tener el valor de decir abiertamente con qué estamos de acuerdo y con qué no.
Estamos pasando penurias, miserias, necesidades y en vano no puede ser. Tiene que quedarnos a todos el convencimiento de que podemos vivir mejor y de que tenemos que vivir mejor.
Esa prosperidad no puede ser resultado de que una parte de nuestra población se vaya para que se quede manteniendo económicamente a la parte que se queda. Tiene que haber un plan trazado que genere resultados reales y, aplicando la misma fórmula, no lo vamos a tener.
Necesitamos que sea la voluntad de la inmensa mayoría, la que en realidad prime, que nos consulten, que nos pregunten.
Como mismo funciona mi núcleo familiar, donde hay divergencia en los criterios, pero unidad entre todos para defendernos y proteger a nuestros niños, ojalá eso sea extensivo a todas las familias de los cubanos.
―¿Cómo es ser madre de tres niños en la Cuba de hoy?
―Hoy ser madre en Cuba es una tarea titánica. Tienes que lidiar con el temor constante no solo del acceso al alimento, sino del acceso a la cocción, de que se te pueda echar a perder con los cortes de luz. Vivimos con el miedo de que llegues a un hospital y no tengan los recursos para atender a tu hijo.
Es grande la frustración con la que viven las madres de saber que no pueden darle nada especial a los niños porque no lo hay.
Esa es la Cuba de hoy, una Cuba donde las personas no saben si mañana se va a poner peor, donde viven con el constante temor de querer acaparar lo que aparezca porque quizás en unas horas ya no lo haya.
Con tres niños en casa me toca tratar de mantener la ecuanimidad que a veces no tengo. En aras de no lastimarlos, de no contestarles mal, de educarlos en el amor, en la paciencia, la disciplina, la responsabilidad; pero es que a veces estás tan abrumado por todos los problemas que te rodean que te vuelves hostil porque tú mismo estás agotado. Intento que no me pase, pero realmente tu angustia y estrés también se ven reflejados en ellos. Actualmente hay más niños ausentes a las escuelas porque los padres no tienen merienda para que puedan ir.
Así viven las madres de Cuba, con el temor constante de no saber qué les van a dar de comer, y no siempre es porque no tengan el dinero, sino porque no hay alimentos; y el poco producto que aparece tiene precios especulativos para los cuales tu dinero se vuelve sal en un vaso de agua.
Entonces, eso es lo que representa ser madre en Cuba hoy. Es una cotidianidad llena de conflictos, llena de temores, llena de frustraciones y llena de un estrés que incluso no permiten que eduques adecuadamente y con todo el amor que te gustaría a tus hijos.
―¿Has pensado en irte del país con tu familia?
―No te voy a engañar: muchas veces ha cruzado por mi mente la idea de irme y sacar a mis niños de esta jungla urbana en la que nosotros vivimos.
Sin embargo, no cuento con los medios. No soy de las personas que tiene quien le ponga un parole, quien la reciba. Tres niños y dos adultos son una carga económica demasiado fuerte para los familiares con los que cuento en el exterior. Por tanto, no es una opción viable para mí.
La idea de irme sí ha cruzado mi mente con tal de protegerlos, de darles un futuro mejor, oportunidades, que no tengan que vivir temerosos de que algo me pase por hablar con la verdad. Sería muy mala madre si no pensara en esas opciones para cuidarlos, para alejarlos de todo lo que estamos pasando.
Pero por otra parte, hay también elementos que me dicen que no me vaya. Mis padres son personas mayores y soy única hija. Me necesitan. Además, mi abuela está viva y ayudo a cuidarla. ¿Si me voy de Cuba y mañana alguno de ellos me necesita, y no me dejan entrar, como ha pasado con otros cubanos? Tampoco me gustaría que los niños se separaran de sus abuelos, quienes los han criado como unos segundos padres.
Entonces, prefiero creer que si estoy aquí, es por algo. Me gustaría muchísimo ver cambios en la nación estando en ella. Me sentiría orgullosa de poder reconstruir, de poder ayudar a reestructurar, a mejorar el país.
Quizá mañana algo cambie, pero hasta este momento el plan es estar aquí, en el mismo lugar, en el mismo apartamento, sin el gas, pasando las mismas necesidades, haciendo las mismas colas.
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