El 20 de mayo y la República inconclusa
Cuba y los cubanos han sido víctimas de la corrupción, el despotismo, el nepotismo y en suma, la vileza y la desidia de sus gobernantes, ejecutadas con maldad criminal gracias a la sumisión de la nación
LAS TUNAS, Cuba. — Este sábado, 20 de mayo, se cumplen 121 años de la fundación de la República de Cuba como supuesta nación libre e independiente; digo supuesta, sí, fingida, aparente, condicional, porque desde el 20 de mayo de 1902 y hasta el día de hoy, Cuba ha estado influenciada, cuando no sometida a poderes extranjeros, como es sabido, primero a Estados Unidos y luego a la llamada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), de la que ahora la Rusia de Putin es su heredera y los gobernantes castristas conniventes en crímenes de lesa humanidad.
Pero, salvo escasas y honrosas excepciones de sus hijos, que sí enfrentaron las dictaduras y perdieron la vida o fueron a la cárcel o al exilio político por el silencio o el aplauso cómplice de sus conciudadanos, sobre todos los sometimientos foráneos Cuba y los cubanos han sido víctimas de la corrupción, el despotismo, el nepotismo y en suma, la vileza y la desidia de sus gobernantes, ejecutadas con maldad criminal o por indolencia, despiadadamente, gracias a la sumisión de la nación, dócil, bochornosa, multitudinariamente servil.
Sólo el miedo a escala nacional, la connivencia de las masas con el discurso oficial —situando baladíes intereses supuestamente socioeconómicos sobre el ejercicio de las libertades civiles—, y, sobre todo, la indiferencia cívica, es lo que ha propiciado desde hace 64 años la ininterrumpida dictadura que vivimos en Cuba desde 1959 hasta el presente. Pero si con excepciones de administraciones honestas, entre 1902 y 1958 tuvimos en Cuba gobiernos corruptos y dos dictaduras, nunca se olvide que esos regímenes fueron frutos de sus vilezas humanas, sí, del consentimiento ciudadano, sí, pero sobre todas las causas y condiciones que propiciaron esas presidencias, deshonestas unas y criminales otras, no olvidemos que todas ellas —salvo el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952— tuvieron origen en procesos democráticos o en la continuidad del mando de los mismos. Así, en 56 años, aunque en una República inacabada, en construcción, en Cuba tuvimos 18 administraciones, de ellas, dos duraron sólo un día, Alberto Herrera y Frachi, en agosto de 1933 y Manuel Márquez Sterlin, en 1934, mientras en 64 años, las riendas de los destinos de Cuba la han llevado sólo dos individuos, los hermanos Fidel y Raúl Castro, aunque ahora se pretenda hacer creer que Miguel Díaz-Canel es “presidente”. Esto, la democracia, la civilidad aunque imperfecta que teníamos en Cuba hasta 1959 y que fuera arrancada de raíz por el totalitarismo castrocomunista, fue posible por la tolerancia (Entiéndase: el respeto al derecho ajeno, político, económico, social) que hoy los cubanos no tienen ni para consigo mismo, ni en una cola para comprar boniatos a 60 pesos la libra.
Sobre ese respeto por los credos políticos del prójimo, Carlos Ripoll dice en su crónica titulada El Veinte de Mayo: “Entre entusiasmos y lágrimas de júbilo se olvidaba la deslealtad de los que no habían querido separarse de España, y de los que pretendieron que los Estados Unidos no entregaran la isla a los cubanos. Y tampoco pudieron verse en aquella fiesta de optimismo las restricciones impuestas a la nueva República: nada estimulaba tanto la fe como el milagro, y aquello lo era: cuanto amenazaba el futuro sería después reducido. Por la falta de apóstoles luego escasearon en Cuba los prodigios, que también son éstos hijos de la esperanza.”
De aquel día, cuando ya habían transcurridos dos décadas, el director del periódico El Fígaro pidió a Enrique José Varona que escribiera un artículo, que el venerable maestro, que no aspiraba a más dosis de previsión que la proporcionada por lo años, tituló Veinte años de república, donde afirma: “A los veinte años de república no veo en torno mío ni aun eso poco que pudiera satisfacerme, ni puestas en prácticas esas pequeñas virtudes que enseñan la experiencia y su hijo el escarmiento, y que tal parece que nos hemos propuesto vivir con los ojos cerrados, como si creyéramos que, con no verlos, se disipan los escollos y se terraplenan los derriscaderos.”
Y con los ojos más que cerrados, ciegos, parece que hemos vivido los cubanos 121 años, los últimos 64 aplaudiendo discursos que encumbran personas y no a la nación, sin terminar de comprender que las palabras de otros haciéndolas valer sobre las nuestras son las que hacen de Cuba una República inconclusa. Es hora de cambiar. Pero Cuba no cambiará mientras los cubanos no se decidan a cambiar ellos mismos. Mientras, desastroso legado el que hemos dado y damos hoy a nuestros hijos, el de luego de 121 años de “independencia”, que nuestros nietos deban nacer en otro país.
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