Amaya Blanco: La larga historia de las mujeres de Irán
Todas y todos hemos apretado los dientes y cerrado los puños al ver lo que están teniendo que hacer las mujeres en Irán para luchar por la igualdad. Se han cortado cabelleras, se han quemado velos y se han perdido vidas, muchas vidas para exigir lo que no es más que un derecho humano: que la mitad de la población pueda vivir como la otra mitad o, según piden ellas: mujer, vida, libertad.
Pero ¿y si ahora se recordara que hace cuatro décadas ya hubo un grupo de diez mujeres que dio su vida por esos ideales en Irán?
Este mes se celebra el 40 aniversario de su ejecución en una plaza de Shiraz. Una tenía 17 años, la mayoría rondaba la veintena. Las colgaron de una en una para que pudieran presenciar el ahorcamiento de sus compañeras con la esperanza de que se retractaran de su creencia en la fe bahaí (razón por la que iban a ser ejecutadas). Esa fe había nacido en el siglo XIX precisamente allí, en Irán, y fue uno de los movimientos pioneros del mundo en defender la igualdad de género.
“Renunciar a lo que crees es renunciar a lo que eres” dijo la poeta iraní Mahvash Sabet, que también está en la cárcel. Ella y las mujeres encarceladas actualmente son las herederas de aquellas otras que ni siquiera se consideraban activistas, puesto que sólo estaban dando clases de valores a unos cuantos niños. Mahvash Sabet sí lo es, una de las activistas civiles por los derechos de las mujeres que más eco ha tenido en los medios iraníes en la diáspora y dentro de Irán.
En un comunicado reciente que emitió desde la cárcel, junto a su compañera de celda, Fariba Kamalabadabi, afirmó que la sociedad iraní ha pasado de la división y la desintegración —características de la infancia de la sociedad— a la unidad y la pluralidad.
Los 11 años que llevan en prisión junto a presas de todo tipo, incluida una importante representación de la intelectualidad iraní, les han servido a estas dos activistas para entender a fondo la situación en la que se encuentra su sociedad, una sociedad a la que ven en el precipicio de la decadencia moral. Sin embargo, reconocen que la conciencia pública de los iraníes se ha elevado a un nivel sin precedentes y que la sociedad civil está más fuerte que nunca.
Recientemente, la hija de Mahvash Sabet ha denunciado en los medios internacionales las torturas a las que ha sido sometida su madre, una mujer de 70 años con graves problemas de salud. Sin embargo, en su declaración, las dos presas de conciencia, en vez de arrojar acusaciones, afirman que servir a la patria no es sólo un deber sino un derecho de sus habitantes.
Alaa Al-Aswany, el autor de La república era esto y también activista perseguido, en este caso, por el régimen de El Cairo, dijo acerca de la primavera árabe en su país: “Ni una sola revolución fracasó en la historia. La revolución es un cambio cultural, no un cambio político. La gente piensa diferente después de la revolución, y este cambio cultural es irreversible”.
Del mismo modo, la revolución de las mujeres en Irán no sólo está cosechando encarcelamientos, ejecuciones y envenenamiento de niñas, sino un cambio de cultura.
Cuando hace 175 años otra poeta, Táhirih, se quitó por primera vez el velo en Irán, se podría haber pensado que aquello fue la locura aislada de una mujer que había perdido el juicio, y de hecho así lo juzgaron muchos de los hombres que la rodeaban y por ello fue ejecutada. Pero también podría verse como el primer brote que surge entre la nieve unos días antes de la primavera. Kilómetros más allá aparece otro y luego, poco a poco, lo que parecía impensable va desbancando a lo aparentemente inamovible.
Por eso aquellas diez mujeres ahorcadas hace 40 años, y las tantas y tantos que ejecutaron antes y después, no quisieron decir que eran lo que no eran, como tampoco quieren ahora renunciar a sus principios los cientos de miles de mujeres y niñas (junto a los hombres que las apoyan) que están luchando y dando sus vidas en Irán, un país en el que, antes de la Revolución Islámica de 1979, no existía segregación y en donde las mujeres podían vestir como quisieran.
Esta conmemoración nos hace tomar conciencia de que el despertar de la mujer iraní no es algo que haya comenzado ahora sino que hay colectivos que llevan décadas sacrificándolo todo por estos ideales.
Recordar a esas diez rosas de Irán es comprender que somos parte de un entramado que se va ampliando; es honrar su memoria y añadir una gran fuente de inspiración a esta lucha, que no ha empezado hoy ni va a terminar mañana: hagamos de su historia nuestra historia.
Escritora y cotraductora de Poemas enjaulados (PreTextos).
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