Centroamérica: una democracia que languidece, por Luis Ernesto Aparicio M.
Twitter: @aparicioluis
A lo largo de la historia de Centroamérica, esa región ha experimentado un sin número de fluctuaciones y desafíos relacionados con la democracia. Guatemala acaba de acudir a un proceso electoral por demás extraño y poco visto. Veintidós candidatos asistieron al llamado de renovación de su principal figura de autoridad: el presidente de la república. Aunque, tres de sus favoritos lucieron más como empleados de Alejandro Giammattei que independientes.
De allí que surja la gran duda sobre el funcionamiento de los sistemas independientes y autónomos que deberían existir en cualquier democracia reconocida como sana. Y estamos tomando como ejemplo las recientes elecciones de uno de los países que forma parte de la región que nos ocupa.
Más allá de ese proceso electoral, la región sufre por el deterioro de la democracia a raíz de los sonados casos de corrupción y limitaciones de las libertades individuales con las que supuestamente debería contar cualquier ser humano. La corrupción política ha sido un problema casi endémico en la mayoría de sus países, socavando la confianza de la gente en las instituciones, debilitando con ello el estado de derecho.
Las instituciones lucen y son en sí mismas débiles. La falta de separación de los poderes son también problemas recurrentes y muy conocidos. La influencia indebida de actores fuera de las esferas del estado como el crimen organizado, también ha mellado la calidad de la democracia en Centroamérica, lo que conlleva a un deterioro en la protección de los derechos humanos, la justicia y la rendición de cuentas.
Son tantos los casos a los que podemos acudir para ejemplarizar la situación por la que está atravesando la democracia en Centroamérica, que las líneas no serían suficiente para ello. Por eso apenas podemos citar algunas, además de las elecciones en Guatemala.
*Lea también: Las irregularidades empañan el proceso electoral en Guatemala
Comenzamos con la controversia desatada por las dudas por la falta de transparencia en el proceso electoral de El Salvador (2021). Sin dejar atrás la gestión de Nayib Bukele, alabada por muchos, pero que ha dejado muestras del poco apego de este para con la democracia, más aún cuando presenta nuevamente su nombre para la presidencia, aunque la Constitución se lo prohíbe.
Pero este evento no le resta importancia a la cabeza de la línea que se ha formado para acabar con la democracia en la región, Nicaragua o mejor: Daniel Ortega, quien, como producto de las protestas ocurridas en 2018, decidió convertir a ese país en una gran cárcel para todo aquel que difiera de su política, violando todos los derechos humanos a sus contrarios.
Volviendo a Guatemala y su primera vuelta, a pesar de estudios han mostrado que un minúsculo (9%) número de ciudadanos de ese país piensan que sus derechos políticos son respetados y asegurados, contra la mayoría (65%) que desconfía de su democracia, se llevaron a cabo y ha dado como ventaja a Sandra Torres y al, sorpresivo por demás, Bernardo Arévalo.
A uno de los dos, el presidente Giammattei entregará un gobierno con un alto índice de pobreza. Además, en los últimos meses ha arremetido en contra de la libertad de expresión, acusando y empujando hacia el exilio a una treintena de periodistas. De estos el caso más emblemático es el del periodista José Rubén Zamora, fundador de El Periódico, desde donde se denunció la trama de negocios del actual presidente.
Por lo ocurrido –mucho más con la entrada en escena de un político no vinculado con ninguna otra gestión de gobierno– se puede tener la impresión de que la democracia se preservará. Sin embargo, lo sucedido solo parece una simple consumación de un acto electoral más, porque el haber anulado a muchas candidaturas incomodas para el estatus de poder, no se puede llamar sino un acto de violación de la libertad electoral.
A los pocos días aparece en escena una nueva acción con más de populismo que una efectiva política para tratar una crisis que es el ingrediente preferido para quienes tratan de vender una imagen de buen gobierno. Se trata de las operaciones lanzadas por la presidenta de Honduras, Xiomara Castro, quien muy al estilo de su vecino, intenta frenar la violencia con una acción que deja muy lejos a una real solución en el tiempo.
La suma de estos acontecimientos solo nos permite confirma que la democracia languidece en Centroamérica y que a pesar de que se traspase una banda presidencial de una persona hacia otra, se pongan tras las rejas a culpables e inocentes, los privilegiados continuarán disfrutando de todas las prerrogativas que les otorga la conexión con sus gobernantes por intermedio de la corrupción, mientras que la violencia resurgirá bajo otro esquema.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de Prensa de la MUD
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