Isabel Pereira Pizani: Tomates en el río
Todo fin tiene un nuevo principio, o como dice Hannah Arendt “cada final en la historia contiene necesariamente un nuevo comienzo, este comienzo es “la promesa” garantizada por cada nuevo nacimiento, desde luego por cada ser humano.
Podemos dejarnos abatir en algunos momentos cuando constatamos los rumbos torcidos, cuando vemos a unos agricultores lanzando su cosecha de tomates al río, sin esperanzas de que aquello en lo cual depositaron sus esfuerzos, sus recursos y todo lo que tenían a la mano para hacer sus siembras y esta fuese la clave de su prosperidad. Personas, seres que no encuentran un camino de salida. Queda frustrada esa esperanza que representaba una gran cosecha, fruto del empeño, del sudor y del tiempo de vida empleado en producirlo, convertirlo en algo que podría ser muy importante para otros, los que esperan ese fruto en los mercados como un producto valioso.
Parece un hecho simple, poco trascendente, pero también puede verse como el comienzo de un fin, el productor se resigna y acepta que lo único que le queda es perder su esfuerzo en las turbulentas aguas del río. Frente a este desaliento, poco ánimo, pérdida de fe, sólo puede salvarnos la esperanza, esperar que este rumbo nefasto puede encontrar nuevos senderos y sacudirnos del pesar de no querer seguir, no ver futuro. Ante la imagen del agricultor lanzando su trabajo a las aguas, surge la primera pregunta ¿cuál será el próximo paso? Albergará la suficiente fortaleza interna para volver a sembrar, al igual que miles de ellos, podrá reiniciar sus jornadas como cada año, cada ciclo, cargado de esfuerzos, sí en su mente y en su espíritu permanece clavada la imagen de su trabajo desliéndose en las aguas.
Todas las causas que impidieron que esta maravillosa producción de tomates llegara a su destino pudieron ser evitadas y pueden ser corregidas. Diría más bien que debemos tomar conciencia de que hay algo más que hacer y eso sería luchar contra los impedimentos, que no son naturales, sino creados por otros, aquellos que intentan destruir todo lo que se les opone.
Oigo a los agricultores en el seno de sus gremios hablar sobre sus problemas, aquello que les impide alcanzar sus metas y encuentro una nueva sabiduría, han aprendido a distinguir lo evitable de lo inevitable, valorar lo que pueden y tienen que cambiar y el esfuerzo requerido para alcanzar sus metas. La conclusión no puede ser otra, reconocer que estamos frente a nuevas personas. Han aprendido a valorar lo que pueden y saben hacer frente aquello que se les impone como un destino absoluto. Ahora saben que sí tienen fuerzas, podrían utilizarlas antes de lanzar los tomates al río, que podrían producir los tomates y llevarlos al mercado, contra viento y marea. Se enfrentan a un panorama oscuro, saben que no tiene el apoyo de quienes deberían estimularlos. Surge una conclusión en el seno de sus reuniones, al actual régimen de gobierno solo les interesa favorecer aquellos productos que favorecen sus programas populistas de abastecimiento alimentario, los compra votos. Le importa muy poco la suerte de los millones de agricultores y familias rurales, sólo permanecer en el poder.
Vienen al caso las cifras: en Venezuela, hay hambre, 91% de la población enfrenta una situación de insuficiencia alimentaria, y lo peor, 30% de nuestros niños sufren daños irreversibles en sus posibilidades de crecimiento por falta de alimentos, por escasez de nutrientes, ausencia de proteínas que provean las fuerzas internas que harían crecer sus músculos, nervios y todo su entramado neurológico, su cerebro.
Esta carencia básica de nutrientes se enfrenta a otra cifra escandalosa, en el mismo país que se lanzan tomates al río y los niños están desnutridos se invierten 3.000 millones de dólares en importar alimentos de otros países. Los que conocen nuestras potencialidades argumentan que al menos 2.000 millones de dólares podríamos utilizar para incrementar la producción interna, generar más productos, más trabajo, más empleos, mejores salarios y con ello evitar lanzar los tomates al agua como única y desesperada alternativa.
Hoy sabemos, estamos convencidos de que el hambre que padecen nuestros niños y 80% de la población no se soluciona con unas bolsas CLAP, ni ninguna otra medida populista, símbolo de la corrupción y del despotismo político, sólo puede atenderse si se comienzan a mover los ejes internos de nuestra economía y en especial de nuestra conciencia política. Tenemos que alcanzar un nivel en el cual seamos gobernados por gente que les importe la desnutrición infantil y el fracaso agrícola, despojarnos de fatalismo y de la desidia que impide pensar, alzar la voz, participar en la búsqueda de cambio inaplazables. El peor enemigo que tenemos es la resignación, la impotencia. Los ejemplos comienzan a manifestarse en todos los ambientes de trabajo, en los pueblos, en los sitios de trabajo. Los mismos trabajadores que vitorearon la estatización de las empresas básicas de Guayana hoy reclaman airados ante el desastre causado por la corrupción y la negligencia administrativa que ha colocado estas empresas que antes nos enorgullecían a un paso de ser consideradas simple chatarra inservible. Los maestros nos están enseñando la ruta, reclaman airados a un régimen que abastece de petróleo a sus camaradas de ruta, pero les niega el salario que merecen por sus esfuerzos. Hoy maestros, enfermeras, personal de salud, trabajadores de empresas básicas están abriendo una ruta hacia el cambio inaplazable que requiere nuestro país.
Si volvemos a Hanna Arendt, tenemos que posesionarnos de la idea de que todo fin alberga un principio y pareciera que son los tiempos que comienzan a amanecer. Basta de creer en promesas demagógicas, en mentiras, como aquellas de que ahora el petróleo es tuyo y por contraste amanecemos sin gasolina. Sidor es tuyo y ahora la planta está virtualmente cerrada, paralizada por malos y corruptos manejos.
El principio no puede venir sino de nuestras voluntades y no de fuerzas externas, ninguna solución mágica lo resolverá. Estamos ante la posibilidad de asumir ese cambio inaplazable, escoger con mente clara, con oídos sordos a las falsas promesas, a los logros que no sean productos del arrojo. Un gran esfuerzo hay que realizar para limpiar nuestras instituciones, barrer los vestigios de corrupción y cerrarnos ante falsas promesas de redención sin esfuerzos. Dejar de caricaturizar, minimizar a los que se comprometen a decir verdades y a los que marcan rumbos de lucha que aun equivocándose permanecen.
El panorama en nuestro país es liberar la creatividad, aprender a distinguir las falsas promesas que históricamente han sido derrotadas. Sólo pensar, buscar las respuestas a una pregunta ¿Cuál sociedad en el mundo ha logrado crecer, avanzar, brindar las mejores condiciones de su vida a su población? ¿Ante cuál frontera se agolpan los que huyen de la pobreza y de la opresión? Indefectiblemente encontrarán que solo han sido aquellas en las cuales lo más importante es ser responsables, donde se respeta a los otros y no se intenta dominarlos o esclavizarlos, aquellas donde el ser humano busca ser responsable como definición existencial. Invito a realizar un pequeño ejercicio: emplear un tiempo en hacer una lista inmediata de los países del mundo donde el ser humano puede vivir, progresar y expresar libremente sus opiniones. Se encontrará que son pocos, entre 206 países reconocidos en el mundo, unos escasos 21, es decir 12,6 % de los países pueden lograr esas calificaciones. Pero es una posibilidad y está ahí. Por otro lado, cuáles son los países con peores condiciones de vida -no por causas naturales- sino por las decisiones políticas que han tomado sus habitantes o por el poder que dejaron en manos equivocadas y verán que son la mayoría. La conclusión es que, si se puede, es una decisión individual y colectiva. Por último, ¿cuáles son los países con mejores escuelas y mejores maestros? La conclusión es que la correlación es directa, mejores escuelas, mejores ciudadanos, mejores maestros y mejor calidad de vida. No se puede dejar que nos tapen el sol con un dedo, ejerzamos nuestra responsabilidad de decidir antes de lanzar los tomates al río.
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