Caracas física y espiritual, por Laureano Márquez P.
Twitter @laureanomar
Con este título publica Aquiles Nazoa en el año 1967 un libro dedicado a la, otrora denominada, ciudad de los techos rojos, de la que siempre fue amante fiel, a la par que conocedor de su historia, su cultura y de manera muy particular, del carácter de su gente. Nos presenta en la obra una visión de la ciudad cargada de detalles, de ternura y de esos pequeños relatos que arman el rompecabezas de lo que somos. Lo hace, además, con esa prosa ingeniosa y poética con la que su pluma lograba sacar a la luz nuestra más íntima y graciosa manera de ser. Sin duda, una obra capital para desentrañar el alma de nuestra ciudad.
Caracas celebró esta semana su 456 aniversario y para conmemorarlo –además de dedicarle un programa de Divagancias con doña Inés Quintero como invitada de lujo– nos dimos una escapada al corazón de la ciudad, con otro de sus enamorados, @rodrigocapriles. Iniciamos nuestro recorrido en la Casa de estudio de la historia de Venezuela, conocida también como Casa Veroes, por su ubicación en la homónima esquina caraqueña. Es un lugar de larga tradición histórica, desde su inicial edificación como colegio jesuita en 1761, pasando por diversos usos y remodelaciones, hasta convertirse en residencia de la familia Mendoza. Hoy día es un remanso de paz en el corazón de la ciudad, además de albergar un centro de estudios de nuestra historia con muy valiosa documentación sobre el tema.
Por allí seguimos a la Catedral, una modesta iglesia del sencillo poblado que comenzó siendo Caracas, mucho antes de convertirse en capital de provincia y luego de la capitanía colonial. Allí reposaron los restos del Libertador y siguen los de sus padres y esposa. Un grupo escultórico lo recuerda con un polémico Bolívar despojado de ropas, orante ante la tumba, porque un militar sin uniforme es simplemente un hombre, como cualquier otro, sin los atributos de grandeza y gloria, con su dolida humanidad al desnudo.
Frente a la Catedral, la inicial Plaza Mayor en la que se supone que Diego de Losada fundó la ciudad como Santiago de León de Caracas, por Santiago (25 de julio) y por la planta caracas (bledo o pira) de la que conseguían también alimentó a las tribus Toromaimas que habitaban el valle a la llegada de los conquistadores, planta que todavía crece por los rincones de la ciudad.
La Plaza Mayor, originalmente sede del mercado de la ciudad y luego plaza de armas, pasa a ser, desde tiempos de Guzmán Blanco, la plaza Bolívar con la conocida estatua ecuestre del Libertador, replica de la que se encuentra en Lima y obra de Adamo Tadolini, célebre escultor italiano y realizada en Alemania.
La inauguración de un espacio, que había sido nombrado de tantas maneras, con el que sería su nombre definitivo, honrando la memoria del padre de la patria, fue todo un acontecimiento para la capital en cuyo embellecimiento puso Guzmán tanto empeño como estatuas suyas y edificaciones con su nombre. El viaje de la estatua no estuvo exento de aventuras: Bolívar y su fiel Palomo naufragaron en Los Roques y Guzmán mando un buque a rescatarlos. Hasta como estatua supo el Libertador sobreponerse a naufragios.
La capilla de Santa Rosa de Lima es otro de los lugares emblemáticos de Caracas. Ubicada en el actual Palacio Municipal, es la cuna en la que nació la república. Ese espacio, que se ve gigantesco y repleto de diputados en el pincel de Juan Lovera, es un pequeño templo, silencioso y tranquilo, ausente del caos exterior, pero que en el fragor de los tiempos que antecedieron al 5 de julio de 1811, lo fue de intenso debate y sampablera (para usar otra palabra caraqueña). Por lo que cuenta Juan Uslar, no faltaron los abucheos radicales lanzados desde el balcón del público, cuando algún discurso se asomaba contrario a la pretendida voluntad soberana,
El Palacio de las Academias, que encabeza los títulos universitarios de todo ucevista, dado que allí funcionó por vez primera la Universidad Central de Venezuela antes de mudarse a su actual sede de la ciudad universitaria, es otro ícono de la ciudad; como el parque El Calvario con sus jardines, monumentos y su celebre escalinata; también el Arco de la Federación, rematado por una efigie de Falcon que nos recuerda a Páez; o la urbanización El Silencio con las reminiscencias arquitectónicas coloniales que puso en ella Villanueva (¡qué apellido para un edificador de ciudades!); sin duda, las gemelas torres perezjimenistas, emblema de la ciudad moderna que el dictador quería construir.
Todo ello, y una larga lista de templos, teatros, murales y no pocos restos de la Caracas de antier, como el Museo Sacro, el Capitolio Federal, el Panteón y tantos otros sitios de interés, conforman la Caracas física y espiritual que habitamos, que ha determinado el carácter de su gente, los afanes del país, su siempre insatisfecha esperanza de avance, progreso y ese anhelo de ciudadanía virtuosa que añoraba el más célebre de los caraqueños.
Cada aniversario de la ciudad en la que han acontecido buena parte de los sucesos centrales de nuestra historia nos confronta, al encontrarnos los espacios físicos que le han ido dando forma, con nuestro destino, con los sueños de sus fundadores coloniales y republicanos; también con nuestros propios sueños. Detrás de esta Caracas física, late la memoria de la Caracas espiritual que nos define y a la que también definimos nosotros en nuestro transitar de cada día. Permita Nuestra Señora de Caracas, protectora de la ciudad, que nuestro paso por ella contribuya a engrandecerla.
Laureano Márquez P. es humorista y politólogo, egresado de la UCV.
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