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Las estrategias comunicacionales del régimen de Nicolás Maduro han transitado desde la postura de que “Venezuela se arregló” hasta promover un supuesto “efecto Chevron” que señala una recuperación económica basada en la exportación y producción petrolera. Pero permítanos, estimado lector, poner en duda la veracidad y las implicaciones de esta nueva narrativa, un tema que abordó ayer nuestro columnista Antonio de la Cruz.

Durante 34 meses (enero 2020-noviembre 2022), Maduro mantuvo la burbuja de que “Venezuela se arregló”, pero la realidad económica del país, marcada por una inflación anualizada de 439% en julio del presente año y una recesión definida por la caída consecutiva del PIB durante 2 trimestres, evidencia una situación distinta.

Con la licencia otorgada por la administración Biden a Chevron para reanudar la explotación y exportación de petróleo junto a Pdvsa, se observa un incremento constante en la producción y exportación del crudo. En julio, la producción de la petrolera estadounidense representó 17% de la total de Venezuela. Sin embargo, el rol de esta corporación ha ido más allá, colaborando con el Banco Central de Venezuela al inyectar dólares en el mercado cambiario para intentar controlar la devaluación del bolívar.

Entonces, Maduro ha buscado fortalecer la narrativa del “efecto Chevron” para apoyar su argumento de que las sanciones internacionales sobre Pdvsa han sido la principal causa de la debacle económica, en lugar de la gestión interna y el saqueo de la petrolera estatal.

A pesar del incremento en la producción petrolera, la actividad económica no ha sido lo suficientemente robusta como para contrarrestar la recesión del primer semestre. Paralelamente, las promesas de una salida electoral a la crisis política y económica del país, bajo las condiciones de la relajación de sanciones hacia Pdvsa por parte de la administración Biden, no se han concretado.

El “efecto Chevron” se presenta, por tanto, como una estrategia de doble filo: por un lado, es una herramienta para Maduro en la búsqueda de la relajación de sanciones y la atracción de inversiones petroleras; pero por otro, es una palanca que la administración estadounidense podría utilizar para presionar cambios políticos significativos en Venezuela.

El “efecto Chevron”, al igual que la anterior narrativa de la “Venezuela se arregló”, tiene un horizonte incierto si el régimen madurista no se abre a una solución política genuina que involucre a todos los actores nacionales e internacionales. La Casa Blanca, junto con otros gobiernos democráticos de Occidente, tiene en sus manos las herramientas para influir en el rumbo de la democracia en Venezuela. La gran pregunta es si estas se utilizarán efectivamente para forjar un futuro más estable y próspero para el país.