Menos opciones para el desarrollo sostenible, por Marino J. González R.
La conclusión de Naciones Unidas, expresada en el último reporte sobre el seguimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para el año 2030, no deja lugar a dudas. Se indica con total claridad «los efectos combinados del clima, la covid-19 y las injusticias económicas están dejando a muchos países en desarrollo menos opciones y menos recursos todavía para hacer realidad los Objetivos (ODS)».
El reporte detalla que la evaluación de 140 metas (las que tienen información disponible) indica que la mitad de ellas están moderada o gravemente desencaminadas. Peor aún, más del 30% de las metas no han avanzado, o incluso han retrocedido con respecto a los valores de referencia de 2015. Algunos ejemplos expresan estas restricciones. En 2030 casi 600 millones de personas seguirán viviendo en pobreza extrema.
Solo la tercera parte de los países habrá disminuido la pobreza a la mitad de los valores comprometidos. También el reporte expresa una gran alarma: en la actualidad se constata en el mundo hay más hambre que en 2005. En 2030, de continuar estas tendencias, 84 millones de niños no estarán escolarizados, y 300 millones de jóvenes abandonarán las escuelas sin leer ni escribir.
Resulta muy justificada la llamada de atención de Naciones Unidas sobre este decepcionante panorama. El propósito es insistir en los cambios que permitan avanzar en escenarios más promisorios. Dentro de las razones anotadas para estos retrocesos en las opciones de desarrollo, se puede incluir la calidad de los liderazgos de los gobiernos. Si es verdad que en estos nueve años (desde 2015) se ha progresado en crear mayor conciencia sobre la importancia de los ODS, es también bastante evidente que estos avances no han influido directamente en la gestión de los gobiernos.
Antes que se inicie la gestión, los gobiernos se conforman por líderes electos (en la mayoría de los casos). Independientemente de la calidad de los sistemas electorales (que puede variar mucho a escala global), estos líderes acuden con frecuencia sin el conocimiento y experiencia sobre los grandes temas de desarrollo. Muchas veces en sus discursos de toma de posesión se evidencia que estos tópicos no son ni siquiera expresados. Se acude a la repetición de contenidos bastante divorciados de las realidades urgentes que señala el último reporte de Naciones Unidas. Como resultado, la gestión que se deriva de esos conceptos no puede orientarse con la efectividad requerida para ser exitosa. Los efectos de estas prácticas están a la vista en todos los contextos del mundo, pero especialmente en los países con menos recursos y más problemas.
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No es suficiente contar con buenos liderazgos políticos. Es también crítico diseñar políticas exitosas. Para ello se requiere calidad técnica, adaptación a los contextos específicos de los países, y recursos humanos preparados para la implementación de múltiples decisiones en contextos de alta complejidad. Pocos gobiernos tienen estas condiciones. Y, nuevamente, los resultados de estas omisiones están a la vista en los difíciles escenarios para transitar hasta 2030. Sin buenas ideas los problemas solo pueden agravarse.
Si se quiere dar un cambio sustantivo a estas tendencias tan preocupantes para el desarrollo sostenible, es fundamental centrar también la atención en la calidad de los liderazgos políticos y en las mejoras sostenidas de la gestión pública. Estas son asignaturas pendientes, y muchas veces olvidadas en el ámbito de América Latina. No pueden extrañar los deficientes resultados.
Marino J. González es PhD en Políticas Públicas, profesor en la USB. Miembro Correspondiente Nacional de la Academia Nacional de Medicina. Miembro de la Academia de Ciencias de América Latina (ACAL).
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