EL LABERINTO BIBLIOGRÁFICO
DE
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
Guillermo de Torre
L |
ABERINTO se titula un libro de Juan Ramón
Jiménez publicado en 1913. Es el último de la serie de quince que gran poeta
dio, poco después, por anulados, limitándose cuando más a insertar algunas
poesías –reescritas, reelaboradas en su mayor parte- en las dos antologías que
hizo él mismo (1917 y 1922) y en las tres, de carácter infantil (1932, 1936,
1950) a cargo de otros. De Laberinto, merced al hecho de haber sido publicado
por una casa editorial (Renacimiento, Madrid), todavía es, o era hasta hace
pocos años, posible hallar algún ejemplar. Los demás hace muchos años que son
inencontrables en el comercio y rarísimos en las bibliotecas públicas y aun
privadas. Su autor se negó siempre en absoluto a reimprimirlos, calificándolos
como “borradores silvestres” de la Obra –así, con mayúscula, según él escribió,
dándole un sentido absoluto al modo de Mallarmé- máxima y total entrevista.
¿Por qué
estas menudencias, estas precisiones bibliográficas? –se pregunta algún lector.
Porque son extraordinariamente reveladoras del poeta, porque traducen quizá más
claramente que muchas páginas de glosas, un aspecto de su personalidad, con
rasgos grandes y pueriles, conmovedores e imposibles, sistemáticos y
caprichosos. La consecuencia de este tejido de características, unido a los
cambios de títulos, extravasaciones, confusión de libros éditos e inéditos, es
que el conjunto de la obra juanramoniana ha de ofrecer probablemente, a quienes
de pronto se acerquen a ella con la intención de estudiarla, e inclusive a los
conocedores que ahora –desaparecido su autor- pretendan organizarla de modo
coherente, el aspecto de una madeja enredada, de un difícil laberinto. ¿Quién
será la Ariadna –femenina o masculino- que llegue sin errar al final de estos
túneles de boj, interrumpidos aquí y allí por carteles, rótulos, manecillas que
en muchos casos confunden más que aclaran la verdadera salida del laberinto?
Sin exagerar, empero, las dificultades, brindemos ahora algunas claves, algunas
flechas indicadoras al lector curioso.
De 1900 a
1913 inclusive se extienda la que externamente, bibliográficamente, pudiéramos
llamar la primera época de Juan Ramón Jiménez. Comprende los quince libros
nunca reeditados, según dijimos, y a cuya cabeza figuran en 1900 Almas de violeta y Ninfeas. ¡Qué títulos tan de aquella época, nombres tan
inequívocamente modernistas! El primero lleva un “atrio” (otra palabra que
sella el aire espiritual del fin de siglo) de Francisco Villaespesa; el segundo
otro atrio (o prólogo) de Rubén Darío. Libros ambos primigenios debían ser uno
en la intención del autor bajo el título de Nubes;
la repartición en dos volúmenes y los rótulos respectivos fueron iniciativa de
Villaespesa. Siguen los siguientes: Rimas (1902), Arias tristes (1903),
Jardines lejanos (1904), Las hojas verdes (1906), Elegías puras (1908) Elegías
intermedias (1908), Elegías lamentables (1910), Baladas de primavera (1910), La
soledad sonora (1911), Pastorales (1911), Poemas mágicos y dolientes (1911),
Melancolía (1912) y Laberinto (1913).
Entre 1916 y
1923 corre la segunda época de Juan Ramón Jiménez. Se inicia con Estío (1915) y
concluye con Belleza (1923), sin que sea necesario mencionar detalladamente los
demás títulos, ya que estos libros sí fueron reeditados varias veces; pero sin
olvidar que entre ellos está una obra capital como el Diario de un poeta recién
casado (1917), título no sólo exacto sino bello, que sin embargo años más tarde
su autor, sucumbiendo quién sabe a qué capricho titular no respetó, cambiándolo
por el de Diario de poeta y mar, poco armónico y nada expresivo. Suman siete en
conjunto los libros de esa fase.
Sobreviene
luego una intermedia (de 1925 a 1926) en que Juan Ramón Jiménez renuncia a la
publicación en forma de libro y se limita a imprimir pliegos, cuadernos hojas
sueltas, bajo los títulos sucesivos de Unidad, Obra en marcha, Sucesión y
Presente. Y finalmente, la cuarta y última etapa comprende sus años de
residencia en América desde 1937 hasta la muerte; durante ella se publican, en
Buenos Aires, solamente tres libros nuevos: La estación total, Españoles de
tres mundos y Animal de fondo, más dos libritos en México titulados Voces de mi
copla y Romance de Coral Gables.
De suerte que
si sumamos todos estos títulos, uniendo Platero y yo (su única obra en prosa,
aparte Españoles de tres mundos), nos darán (salvo error u omisión, como dicen
las estadísticas, y desconfíese de ésta, hecha por un hombre de letras, cuya
sensibilidad, a cambio de afinarse para
las palabras se ha atrofiado para los números) la cifra de veinte y ocho
volúmenes. Ahora bien – y éste es el punta de vista curioso a donde queríamos
llegar-, si paralelamente computamos y sumamos los títulos de las obras que
Juan Ramón Jiménez fue anunciando en distintas etapas de su vida, obras que
daba como acabadas y de las que figuran trozos en sus dos antologías, nos
encontramos con que alcanzan una cifra muy superior; son nada menos que
noventa.
¿Existirán
verdaderamente esos libros como tales? ¿podremos conocerlos ahora? ¿O no
pasarían de proyectos, bosquejos, páginas sueltas, anuladas luego o pasadas a
otros libros éditos? Por lo demás, su facundia lírica, su asiduidad de escritor
fueron patentes para todos los que le conocimos. Yo recuerdo –lo he contado
otra vez- cómo durante mi primera visita hace bastantes años en Madrid, siendo
yo muchacho, mi vista se detuvo ante un gran número de cajas de papel que se
apilaban en el suelo, cobrando casi la talla humana. Juan Ramón me explicó:
“Son los originales de mis libros inéditos; trabajo en ellos diariamente”.
Curiosos
asimismo, como reveladores de ese espíritu proyectista, de esa dispersión y
afán de unidad paradójicamente simultáneos que nunca le abandonaron, son sus
sucesivos proyectos de obras completas. Que se interrumpiera el que inició en
Madrid, en vísperas de la catástrofe de 1936, apenas publicado el primer tomo,
Canción, y que constaría de veintiún
volúmenes, era fatal. Mas en modo alguno resulta claro que no llegaran a cuajar
(¿Indecisiones, exigencias, desconciertos?) los planes sucesivos que forjó en
América para publicar sus obras completas. La misma variación de títulos y
ordenaciones que experimentó esa serie revela su perplejidad. Primero habría de
comprender dos volúmenes de mil quinientas páginas cada uno, según anunciaba a
la Editorial Losada desde 1942; luego se extendían a catorce; finalmente se
reducían a nueve y a la postre, sensiblemente a cero. La indecisión y la
confusión se agravaban por otro detalle nuevo; y es que el autor proyectó,
durante algún tiempo, agrupar sus obras completas en diversas formas y series:
una por géneros, otra por épocas, otra mezclando cronología temas... lo que
hubiera hecho aún quizás más inextricable su laberinto bibliográfico. El título conjunto que imaginaba –Destino- se
volvía adversamente contra él, sin que el poeta lograra sobreponerse a
intermitentes achaques de salud, y sobre todo, a desánimos, rigores o
perplejidades más continuos en su vida y, al cabo, más aniquiladores.
Buenos Aires, 1958.
(Papel
Literario de El Nacional, 18-9-58, p. 1).
No hay comentarios:
Publicar un comentario