sábado, 23 de diciembre de 2023

Rodulfo González. JUAN RAMÓN JIMÉNEZ EN LA PRENSA VENEZOLANA

 

                                             EL LABERINTO BIBLIOGRÁFICO

DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

 

                            Guillermo de Torre

 

L

 

ABERINTO se titula un libro de Juan Ramón Jiménez publicado en 1913. Es el último de la serie de quince que gran poeta dio, poco después, por anulados, limitándose cuando más a insertar algunas poesías –reescritas, reelaboradas en su mayor parte- en las dos antologías que hizo él mismo (1917 y 1922) y en las tres, de carácter infantil (1932, 1936, 1950) a cargo de otros. De Laberinto, merced al hecho de haber sido publicado por una casa editorial (Renacimiento, Madrid), todavía es, o era hasta hace pocos años, posible hallar algún ejemplar. Los demás hace muchos años que son inencontrables en el comercio y rarísimos en las bibliotecas públicas y aun privadas. Su autor se negó siempre en absoluto a reimprimirlos, calificándolos como “borradores silvestres” de la Obra –así, con mayúscula, según él escribió, dándole un sentido absoluto al modo de Mallarmé- máxima y total entrevista.

          ¿Por qué estas menudencias, estas precisiones bibliográficas? –se pregunta algún lector. Porque son extraordinariamente reveladoras del poeta, porque traducen quizá más claramente que muchas páginas de glosas, un aspecto de su personalidad, con rasgos grandes y pueriles, conmovedores e imposibles, sistemáticos y caprichosos. La consecuencia de este tejido de características, unido a los cambios de títulos, extravasaciones, confusión de libros éditos e inéditos, es que el conjunto de la obra juanramoniana ha de ofrecer probablemente, a quienes de pronto se acerquen a ella con la intención de estudiarla, e inclusive a los conocedores que ahora –desaparecido su autor- pretendan organizarla de modo coherente, el aspecto de una madeja enredada, de un difícil laberinto. ¿Quién será la Ariadna –femenina o masculino- que llegue sin errar al final de estos túneles de boj, interrumpidos aquí y allí por carteles, rótulos, manecillas que en muchos casos confunden más que aclaran la verdadera salida del laberinto? Sin exagerar, empero, las dificultades, brindemos ahora algunas claves, algunas flechas indicadoras al lector curioso.

          De 1900 a 1913 inclusive se extienda la que externamente, bibliográficamente, pudiéramos llamar la primera época de Juan Ramón Jiménez. Comprende los quince libros nunca reeditados, según dijimos, y a cuya cabeza figuran en 1900 Almas de violeta y Ninfeas. ¡Qué títulos tan de aquella época, nombres tan inequívocamente modernistas! El primero lleva un “atrio” (otra palabra que sella el aire espiritual del fin de siglo) de Francisco Villaespesa; el segundo otro atrio (o prólogo) de Rubén Darío. Libros ambos primigenios debían ser uno en la intención del autor bajo el título de Nubes; la repartición en dos volúmenes y los rótulos respectivos fueron iniciativa de Villaespesa. Siguen los siguientes: Rimas (1902), Arias tristes (1903), Jardines lejanos (1904), Las hojas verdes (1906), Elegías puras (1908) Elegías intermedias (1908), Elegías lamentables (1910), Baladas de primavera (1910), La soledad sonora (1911), Pastorales (1911), Poemas mágicos y dolientes (1911), Melancolía (1912) y Laberinto (1913).

          Entre 1916 y 1923 corre la segunda época de Juan Ramón Jiménez. Se inicia con Estío (1915) y concluye con Belleza (1923), sin que sea necesario mencionar detalladamente los demás títulos, ya que estos libros sí fueron reeditados varias veces; pero sin olvidar que entre ellos está una obra capital como el Diario de un poeta recién casado (1917), título no sólo exacto sino bello, que sin embargo años más tarde su autor, sucumbiendo quién sabe a qué capricho titular no respetó, cambiándolo por el de Diario de poeta y mar, poco armónico y nada expresivo. Suman siete en conjunto los libros de esa fase.

          Sobreviene luego una intermedia (de 1925 a 1926) en que Juan Ramón Jiménez renuncia a la publicación en forma de libro y se limita a imprimir pliegos, cuadernos hojas sueltas, bajo los títulos sucesivos de Unidad, Obra en marcha, Sucesión y Presente. Y finalmente, la cuarta y última etapa comprende sus años de residencia en América desde 1937 hasta la muerte; durante ella se publican, en Buenos Aires, solamente tres libros nuevos: La estación total, Españoles de tres mundos y Animal de fondo, más dos libritos en México titulados Voces de mi copla y Romance de Coral Gables.

          De suerte que si sumamos todos estos títulos, uniendo Platero y yo (su única obra en prosa, aparte Españoles de tres mundos), nos darán (salvo error u omisión, como dicen las estadísticas, y desconfíese de ésta, hecha por un hombre de letras, cuya sensibilidad, a cambio de afinarse para  las palabras se ha atrofiado para los números) la cifra de veinte y ocho volúmenes. Ahora bien – y éste es el punta de vista curioso a donde queríamos llegar-, si paralelamente computamos y sumamos los títulos de las obras que Juan Ramón Jiménez fue anunciando en distintas etapas de su vida, obras que daba como acabadas y de las que figuran trozos en sus dos antologías, nos encontramos con que alcanzan una cifra muy superior; son nada menos que noventa.

          ¿Existirán verdaderamente esos libros como tales? ¿podremos conocerlos ahora? ¿O no pasarían de proyectos, bosquejos, páginas sueltas, anuladas luego o pasadas a otros libros éditos? Por lo demás, su facundia lírica, su asiduidad de escritor fueron patentes para todos los que le conocimos. Yo recuerdo –lo he contado otra vez- cómo durante mi primera visita hace bastantes años en Madrid, siendo yo muchacho, mi vista se detuvo ante un gran número de cajas de papel que se apilaban en el suelo, cobrando casi la talla humana. Juan Ramón me explicó: “Son los originales de mis libros inéditos; trabajo en ellos diariamente”.

          Curiosos asimismo, como reveladores de ese espíritu proyectista, de esa dispersión y afán de unidad paradójicamente simultáneos que nunca le abandonaron, son sus sucesivos proyectos de obras completas. Que se interrumpiera el que inició en Madrid, en vísperas de la catástrofe de 1936, apenas publicado el primer tomo, Canción, y que constaría de  veintiún volúmenes, era fatal. Mas en modo alguno resulta claro que no llegaran a cuajar (¿Indecisiones, exigencias, desconciertos?) los planes sucesivos que forjó en América para publicar sus obras completas. La misma variación de títulos y ordenaciones que experimentó esa serie revela su perplejidad. Primero habría de comprender dos volúmenes de mil quinientas páginas cada uno, según anunciaba a la Editorial Losada desde 1942; luego se extendían a catorce; finalmente se reducían a nueve y a la postre, sensiblemente a cero. La indecisión y la confusión se agravaban por otro detalle nuevo; y es que el autor proyectó, durante algún tiempo, agrupar sus obras completas en diversas formas y series: una por géneros, otra por épocas, otra mezclando cronología temas... lo que hubiera hecho aún quizás más inextricable su laberinto bibliográfico.  El título conjunto que imaginaba –Destino- se volvía adversamente contra él, sin que el poeta lograra sobreponerse a intermitentes achaques de salud, y sobre todo, a desánimos, rigores o perplejidades más continuos en su vida y, al cabo, más aniquiladores.

Buenos Aires, 1958.

 

(Papel Literario de El Nacional, 18-9-58, p. 1).

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