Putin navalni
Foto AFP

El  primer intento de asesinato de Alekséi Navalny ocurrió el 20 de agosto de 2020, cuando fue ingresado en estado grave en el hospital de Omsk, en Siberia. Había sido intoxicado. Dos días después un avión medicalizado alemán lo trasladó a Berlín, donde fue atendido y sometido a diversas pruebas toxicológicas. Un laboratorio especializado del ejército alemán confirmó de manera inequívoca que había sido envenenado con el agente nervioso Novichok, que había sido rociado en su ropa interior.

Vladimir Putin en una conferencia de prensa a finales de aquel año admitió dos cosas: una, que Navalny estaba bajo vigilancia pero que no era necesario envenenarlo; otra, que si hubieran querido envenenarlo, «el caso se habría cerrado». No habrían fallado. Ese señor orgulloso de la eficiencia de sus servicios especiales es el presidente de Rusia, el ogro ruso, que cuenta en esta partecita del mundo con la admiración de Nicolás Maduro y su vergonzoso régimen.

¿Se le puede creer algo a un tipo como Putin que tiene el descaro público de despreciar la vida de un ser humano? ¿Se le puede conceder la mínima veracidad a la explicación de que la muerte del indoblegable opositor que fue Navalny ocurrió después de dar un paseo y sentirse repentinamente mal hasta perder el conocimiento y fallecer?

Esta vez no fallaron. El asesinato de Alekséi Navalny, abogado y político, condenado a dos sentencias de cárcel -una de 9 años, otra de 19 años- , recluido en una presión conocida como «Lobo Polar», que identificó «el miedo y la codicia» como los pilares del poder de Putin, nos regresa a los tiempos del horror soviético, que se creyeron superados tras la caída del Muro de Berlín y el desmembramiento de la antigualla de naciones que profesaban el «socialismo real». Lo real fue el oprobio, el abuso. Y la muerte.

«Lo que sea que termine en su certificado de defunción, fue asesinado por Vladimir Putin. El presidente de Rusia lo encerró; en su nombre, Navalny fue sometido a un régimen de trabajos forzados y confinamiento solitario. Será celebrado como un hombre de notable coraje. Su vida será recordada por lo que dice sobre Putin, lo que augura para Rusia y lo que exige del mundo», se lee en una nota de The Economist.

Putin, como todo régimen dictatorial, se sostiene sobre el miedo. Navalny decía que a lo que verdaderamente teme el “zar ruso” es al coraje de otras personas. Gente como él, como su viuda Yulia Navalnaya, quien hizo un llamado a la comunidad internacional para que se una y “derrote a este mal”.

Alekséi y Yulia, economista, se conocieron en 1998 y se casaron dos años después, tuvieron dos hijos y se seguían amando. Él, dos días antes de su asesinato, el 14 de febrero, no olvidó la fecha, y le escribió un mensaje a Yulia: “Siento que estás cerca a cada segundo y te quiero cada vez más”.  El amor y el coraje vencerán -más tarde, más temprano- a la sinrazón, al pasado, al terror. En Rusia y por estos lados.