viernes, 23 de febrero de 2024

 

Periodista Jorge Morejón: “Uno crece en la profesión cuando la ejerce en libertad”

"Pensaba que el periodismo deportivo era uno de los campos menos susceptibles de censura y cuando entré a la prensa cubana me di cuenta de que no"

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LA HABANA, Cuba.- A Jorge Morejón lo conocí un día que, recién graduado, choqué con él en el pasillo del periódico Trabajadores. Sabía que había sido compañero de aula de mi padre en un curso de periodismo para trabajadores y cruzamos (como diría Borges) unas cuantas convencionales y cordiales palabras.

Al poco tiempo él emigró hacia donde emigran casi todos. De vez en cuando lo leí en El Nuevo Herald ESPN, y más tarde las redes sociales nos pusieron en contacto nuevamente. Y así hasta hoy, en que su Facebook da cuenta cotidiana de la devoción que siente por su esposa, los días que restan para el inicio de la temporada de Grandes Ligas o las “hazañas” que rubrica en el softbol miamense.

Nómada del oficio, el ‘Yoyo’ va para cuarenta años dando tecla, con huellas de diverso calado en Tribuna de La Habana, el propio Trabajadores, El Habanero, Prensa Latina y, tras cruzar el charco, en Univisión, Telemundo, Mega TV, América TV, Fox Sports en español y Radio y Televisión Martí, donde actualmente narra para la audiencia cubana los juegos del mejor béisbol del mundo.

Jorge Morejón durante su etapa en ESPN. (Foto: Cortesía)

Hombre afortunado, llegó a Estados Unidos en junio de 1998 y dos meses más tarde ya estaba sentado en la redacción deportiva del Herald. Lejos, muy lejos, había quedado para entonces el ingenuo que soñó con ejercer la crítica en el autocomplaciente periodismo deportivo de la Isla. Aquel que presagió que Cuba iba a quedar en el quinto lugar de los Juegos Olímpicos de Barcelona, a contrapelo del vaticinio más conservador emitido por el mismísimo Fidel Castro.

“Fidel había dicho que íbamos por el séptimo puesto en el medallero, y cuando publiqué aquello el subdirector de El Habanero me salió al paso con un ‘te tiraste con la guagua andando, el Comandante dijo séptimo, no quinto’. Le respondí que yo creía saber más que Fidel en materia de deportes, y efectivamente, a la postre Cuba acabó quinta. Darle una galleta sin manos al imbécil aquel fue una satisfacción tremenda”.

—¿Por qué escogiste el periodismo deportivo?

—Lo escogí por dos razones, una correcta y otra equivocada. La correcta es que el deporte es mi pasión y yo todos los días hablo de béisbol. Para mí eso es como el aire que respiro. Y la equivocada, que al inicio pensaba que el periodismo deportivo era uno de los campos menos susceptibles de censura y cuando entré a la prensa cubana me di cuenta de que no, que allí se aplicaba muchísima censura porque el deporte siempre ha sido una de las banderas propagandísticas del régimen.

¿Fuiste muy golpeado por la censura en Cuba?

—Desde el primer artículo que publiqué. Hacía referencia crítica al arbitraje en las Series Nacionales y eso provocó el rechazo del umpire Juan Rodríguez Tabares, quien por cierto ahora vive aquí en Estados Unidos. Él envió una carta de protesta a Tribuna de La Habana y la directora Marta Esplugas le dijo al encargado de la página deportiva que no quería que yo siguiera escribiendo allí porque hacía artículos polémicos. Entonces tuve que empezar a publicar como J. Alberto (yo me llamo Jorge Alberto), así que te podrás imaginar que mi debut ya fue motivo de censura. En esa prensa uno tiene que aprender a evadir la censura con sutilezas.

—¿Fue ese tu choque más duro con la cortina de hierro informativa?

—Qué va. Yo fui víctima de uno de los casos de censura más absurdos que se puedan ver. Te cuento: estaba trabajando en El Habanero y el primer secretario del Partido en San Nicolás de Bari llamó al periódico y pidió que le mandaran al periodista de la pelota para darle cobertura al primer juego de Series Nacionales que acogería ese municipio. El estadio se había remodelado y el encuentro estaba señalado para un miércoles a las dos de la tarde.

Pues bien, cuando llegamos al lugar aquello parecía un pueblo fantasma. No había un alma en las calles porque todo el mundo se había ido al estadio y en la medida que te acercabas el bullicio era ensordecedor. Entonces le dije al fotógrafo que subiera a lo alto de la grada y tirara una foto panorámica para hacer referencia al entusiasmo del público y el trabajo de remodelación que se había hecho.

De vuelta al periódico puse esa foto junto con el texto en manos del subdirector, y el tipo me dijo ‘esta foto no puede ir’. Le pregunté el porqué, puesto que estaba bien encuadrada y enfocada, y me contestó que no era una cuestión de formas sino de contenido. ‘Si ponemos la foto de un miércoles en la tarde con un estadio lleno de público —me dijo—, se podría pensar que la gente no fue a trabajar para ir al juego de pelota. Y Fidel dijo que la jornada laboral es sagrada’.

Luego sacó unas tijeras y me pidió que recortara público. Traté de persuadirlo: ‘No, no, tú estás jodiendo. Está claro que la gente no fue a trabajar, y el primero que no lo hizo fue el primer secretario del Partido, que estaba en las gradas. Eso no era un juego clandestino’. Pero al final la foto no salió.

—¿Qué motiva tu partida rumbo a Estados Unidos?

—El nacimiento de mi hija. Me dije que ella no podía crecer en aquella mierda y que tenía que irme antes de que empezara a ser adoctrinada en la escuela. Afortunadamente lo logré gracias al bombo cuando ella tenía cuatro años.

—¿Qué ajustes puntuales debiste hacer en tu modo de encarar el periodismo para continuar ejerciéndolo en Estados Unidos?

—Varios. Por ejemplo, aquí vas a la cobertura de un juego de pelota y tienes que llegar tres o cuatro horas antes para hacer una serie de notas y entrevistas. En cambio, en Cuba llegas diez minutos antes del partido y al final haces la crónica. Pero el mayor ajuste de todos tiene que ver con la desintoxicación de la pelota cubana. Muchos periodistas llegan intoxicados y les cuesta trabajo romper con eso y siguen hablando de que si Pinar del Río, que si Industriales, olvidando que deben pasar página, que llegaron al mejor béisbol del mundo y tienen que imbuirse de su historia y su actualidad si pretenden trabajar en eso. Para suerte mía, cuando yo arribé a Estados Unidos sabía quiénes dominaban la escena de Grandes Ligas en ese entonces, había leído muchísimo sobre esa pelota y tenía el ajuste hecho.

—¿Nunca más sufriste la censura?

—Aquí nunca me han cambiado una coma en ningún medio. Mi opinión profesional ha sido respetada. No he tenido que buscar sutilezas para decir las cosas y eso me ha hecho mejor. Uno crece en la profesión cuando la ejerce en libertad.

—El documental que realizaste sobre René Arocha te mereció inclusive un premio relevante. ¿Has pensado en seguir incursionando en la realización de audiovisuales?

—Eso fue algo fortuito. Yo nunca había hecho un documental, pero un día de 2021 me encontré con Arocha en un parque donde él estaba haciendo una paella y le dije ‘ahora se cumplen 30 años de que te quedaste y rompiste el hielo, así que me gustaría hacer algo al respecto’. Me fui al canal donde trabajo, pedí una cámara, me dieron un muy buen camarógrafo como Ángel Segundo González y empezamos a grabar. Ismar Rodriguez fue clave en el diseño gráfico, y también me hicieron música original para el documental. Francamente, yo solo quería homenajear un acto grandioso, no tenía mayores pretensiones. Pero cuando Ismar me mandó el producto final y lo vi en casa, me eché a llorar. Había sobrepasado todas mis expectativas y a todas luces otros pensaron lo mismo porque me gané un premio Emmy, que es a la televisión lo que el Grammy a la música o el Oscar al cine. Después de eso todo el mundo me pregunta sobre qué o sobre quién será mi próximo documental, pero para eso tiene que haber financiamiento. La verdad, no sé si habrá otro.

—En béisbol, ¿prefieres la vieja escuela o la moderna?

—La vieja. La sabermetría son demasiadas cifras, demasiados datos para complicar un deporte que de por sí es complejo. Además, la han inventado personas sin ninguna relación con el béisbol, y desde mi punto de vista le faltan el respeto a las personas que han hecho la historia de este deporte. Ciertamente, las estadísticas tradicionales en muchos casos no reflejan la real calidad de un pelotero, pero creo que lo hacen mejor que las nuevas métricas. Por ejemplo, el WAR (que es la estadística suprema de los sabermétricos) ofrece resultados sorprendentes. Digamos, ves una comparación de dos peloteros y el que tiene un WAR más alto es inferior al otro en hits, jonrones, impulsadas, bases robadas, average, etcétera. Entonces te das cuenta de que el WAR es una porquería.

Jorge Morejón con el legendario lanzador cubano Luis Tiant. (Foto: Cortesía)

—¿Deben abrirse las puertas del Salón de la Fama a personajes ligados con el doping como Barry Bonds y Roger Clemens?

—Este año me toca votar por primera vez. Llevo una década en la Asociación de Escritores de Béisbol de América (BBWAA), y siempre he dicho que los únicos peloteros ligados al dopaje que no votaría son Alex Rodríguez, Manny Ramírez y Robinson Canó, porque son reincidentes. Los demás… bueno, tú cometes un delito, cumples tu deuda con la sociedad y la vida te da una segunda oportunidad. Todo el que jugó con Bonds dice que es el mejor bateador que le tocó ver. Esa coordinación ojo-mano no te la dan los esteroides, y la mejor prueba de que hay que tener algo especial son los gemelos Canseco. Los dos se metieron toneladas de esteroides, pero José fue un gran bateador y Ozzie, un muerto. Lamentablemente Bonds y Clemens ya salen de la boleta de la BBWAA. Espero que el Comité de Veteranos les abra las puertas algún día, porque esos dos hombres cargan con siete MVP y siete Cy Young.

—¿Eres partidario de las nuevas reglas que se utilizan en MLB?

—Me gusta el reloj de pitcheo para acelerar los juegos. Sin embargo, no me gusta lo de las bases más grandes y el límite en la cantidad de virajes. Ni tampoco la regla que evita el bloqueo de home para evitar lesiones. Si usted tiene miedo cómprese un perro o juegue voleibol, que ahí no existe contacto físico. Tampoco comparto la idea de dar la base intencional con una señal, pues apenas ahorra tiempo (muchos juegos transcurren sin ninguna situación de ese tipo) y por otra parte, evita la posibilidad de jugadas como aquella de Miguel Cabrera, que hizo swing mientras le daban la base intencional y decidió un juego de pelota.

—¿Por qué estuviste en desacuerdo con el convenio entre la Federación Cubana y Grandes Ligas?

—Porque era una manera de legitimar la esclavitud moderna. Iba a pasar lo mismo que con los médicos que van a cumplir misiones en el extranjero. O sea, los peloteros no serían libres de firmar contrato con quien quisieran y estarían a disposición de la Federación Cubana, que es un brazo deportivo del gobierno. De hecho, cuando Donald Trump le puso fin al acuerdo dio la posibilidad de mantenerlo vivo con la premisa de que los peloteros fueran libres de firmar y que los scouts pudieran ir a Cuba. Acordémonos que entonces Cuba ya había elaborado una lista de elegibles. ¿Por qué unos sí y otros no? Eso te da la medida de cuán leonino era ese acuerdo.

—¿Qué opinión te merece Fepcube?

—Yo estuve involucrado en un proyecto anterior que fue la Asociación de Peloteros Profesionales de Cuba. Era un proyecto bien estructurado con un objetivo claro: ir ante el Sindicato de Peloteros de Grandes Ligas y decirle a Tony Clark que sus afiliados cubanos no podían jugar en el Clásico Mundial porque estaban siendo discriminados por el gobierno de su país por razones políticas, y luego ir a las Grandes Ligas y plantearle lo mismo a Rob Manfred. Eso fracasó; era una lucha cuesta arriba pero aún creo que pudo ganarse. Lo que pasa es que exigía una dosis de valor, de enfrentar incluso a la MLB y los peloteros decidieron que no lo iban a hacer. Yo me salí. En cuanto a la FEPCUBE, nunca le vi un propósito claro. Ir a jugar un torneo que no representa nada y no está en el calendario de Grandes Ligas ni de la Confederación Mundial de Béisbol y Softbol (WBSC) me parecía carente de sentido. Ese proyecto murió antes de nacer.

—¿Qué nivel crees que tenía la pelota cubana de los 80 y 90?

—El más alto de su historia. Triple A, inclusive rayando con algunos equipos de Grandes Ligas. Recordemos que antes de la Revolución, Cuba era el principal emisor de peloteros extranjeros a las Mayores y tenía la segunda liga profesional más fuerte del mundo. Después de 1959 todo ese talento se concentró sin salir del país hasta que René Arocha rompió la barrera varias décadas después. El nivel que tuvo Cuba en esos años que me dices fue altísimo. Yo hablo con mis colegas venezolanos, dominicanos y puertorriqueños y les digo ‘ustedes tienen que darle las gracias a Fidel, porque el poderío que tienen hoy fuera imposible si no se hubieran roto las relaciones con la pelota cubana’. No sé cuántos peloteros de los que jugaron en los 80 y los 90 eran firmables, pero siendo conservador calculo unos mil en total.

“Y te digo más. Ese ese sistema de academias que existe en República Dominicana estaría en Cuba, pues allá tú das una patada y sale un pelotero. Ahora se dice que los cubanos prefieren el fútbol pero eso es artificial. Lo que pasa es que la gente está viendo buen fútbol en televisión y pelota de muy baja calidad”.

—De los peloteros cubanos que te ha tocado ver en MLB, ¿cuál sería tu Dream Team?

—Eso está difícil. De los que me ha tocado ver aquí, el primera base obviamente sería Rafael Palmeiro, que es el mejor bateador cubano de la historia de MLB. En el campo corto estaría Rey Ordóñez, pero no me viene a la mente un segunda y un tercera que hayan sobresalido desde que vivo en este país. El receptor podría ser Brayan Peña o Yasmani Grandal, aunque no cumplen los requisitos para ser parte de lo que se dice, propiamente, un Dream Team. En los jardines podrían estar Luis Robert, José Canseco, Yoenis Céspedes o Yordan Álvarez, quien dicho sea de paso apunta a superar a Palmeiro. El designado sería Kendrys Morales, y como pitcher escojo al ‘Duque’ Hernández por encima de cualquiera.

Jorge Morejón con Orlando Hernández, Enrique Rojas y Carolina Guillén. (Foto: Cortesía)

—Si tuvieras la posibilidad de imponer tres soluciones de emergencia para salvar la pelota en Cuba, ¿cuáles serían?

—La primera, transmitir pelota de Grandes Ligas por la TV nacional para que los niños vean el máximo nivel y se identifiquen con sus figuras. La segunda, profesionalizar la liga, limitarla a cuatro o seis equipos y cada uno con un dueño. Y la tercera, que es la más importante de todas aunque no sea deportiva, cambiar el sistema sociopolítico del país: cuando eso suceda, el béisbol renacerá de modo natural.

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