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Esta semana inició el Ramadán, el periodo más sagrado del islam, cuando los fieles ayunan durante el día y se reúnen a compartir un festín, el iftar, al ponerse el sol. Este año, la festividad coincide con un recrudecimiento de las condiciones de hambre en Gaza, bajo asedio de Israel por la guerra con Hamás. Y, según los habitantes del territorio, “no hay alegría”.
Junto con otros esfuerzos internacionales, la organización de ayuda World Central Kitchen, fundada por el cocinero español José Andrés trabaja para que lleguen más alimentos a la zona. A principios de este año, la ONU estimó que la mitad de la gente en Gaza corría el riesgo de morir de hambre.
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Palestinos desplazados esperaban para recibir comida donada el martes, en el segundo día del ramadán. Haitham Imad/EPA vía Shutterstock |
En Rafah, la zona más al sur de Gaza, los días se han vuelto más complicados. Ahí se ha refugiado la mayor parte de los 2,2 millones de habitantes del enclave y las jornadas se definen por la búsqueda diaria de comida, agua y refugio. Khalid Shurrab, un trabajador de una organización de beneficencia de 36 años, le dijo recientemente a los reporteros Bilal Shbair y Ben Hubbard: “Tenemos dos opciones: quedarnos como estamos o enfrentarnos a nuestro destino, la muerte”.
Continue reading the main storyEstados Unidos y otros actores globales están presionando a Israel para permitir que se entreguen suministros a la zona. Varios países han lanzado ayuda en paracaídas con aviones militares y hay planes de construir un muelle flotante.
El miércoles, las autoridades israelíes permitieron que un pequeño convoy ingresara al norte de Gaza con alimentos para 25.000 personas, una zona a la que durante meses los grupos de ayuda han intentado acceder. Algunos analistas temen que la ayuda sea demasiado poca y haya llegado demasiado tarde.
“Es un sentimiento muy distinto comparado al de años pasados”, le dijo el periodista Bassam Abu al-Rub, originario de Cisjordania, a Hiba Yazbek, reportera del Times radicada en Jerusalén. “Fui al supermercado y solo compré ingredientes básicos porque cuando nos sentamos en la mesa a comer luego de ver las escenas en Gaza nos sentimos desconsolados”.
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Postal pandémica de marzo de 2020 en Coney Island Victor J. Blue para The New York Times |
Esta semana se conmemoraron cuatro años del inicio de la pandemia de COVID-19, declarada así por la Organización Mundial de la Salud en 2020. Nuestros lectores reflexionaron sobre las consecuencias de estos años en sus propias vidas. A continuación, una selección de algunos de sus comentarios, ligeramente editados por claridad y espacio.
- “Sí hay cambios que llegaron para quedarse después de la COVID-19. Unos son positivos y otros no tanto. Por ejemplo, en mi región, hacer fila, respetar la sana distancia, el uso de gel antibacterial y cubrebocas, que en espacios cerrados y públicos pueden considerarse positivos. Pero saludar de mano, abrazos, besos, la cercanía con otras personas… son aspectos que se perdieron”. —Nora Edith Hernández, Hermosillo, Sonora. México.
- “La pandemia me enseñó la fragilidad del hombre. Cómo un diminuto virus puede acabar con todos nosotros. Me confirmó qué hay mundos dentro de este mundo. Me enseñó a esperar, a tener paciencia. Me recordó que el apellido de la muerte es ‘segura’”. — Freddy Duarte, Guatemala.
- “La pandemia me ayudó a valorarme más, a ver cuán importante soy para mí misma, en primer lugar. Y eso ocurrió a mis 69. Aprendí a estar más tiempo dentro de casa, sin sufrir por ello. Encontré otros modos de ocupar mi tiempo en la esfera doméstica: hice multitud de cursos online, vi muchos documentales; hice gimnasia sola cada día una media hora con los videítos que nos enviaba mi profesora de yoga (aunque extrañaba a mis compañeras); organicé mis compras. Si sigo pensando, seguro que encuentro otras cosas positivas que nutrieron mi vida”. —Elena Luchetti, Gran Buenos Aires, Argentina.
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