martes, 20 de agosto de 2024

Lula: los dilemas del peso pesado del continente

 

Lula: los dilemas del peso pesado del continente

La crisis venezolana, con sus connotaciones geopolíticas, plantea el mayor desafío de los últimos tiempos a Latinoamérica. En ese escenario, Luiz Inácio Lula da Silva emerge, para bien o para mal, como una figura clave. ¿Qué efecto puede producir? ¿Cuál será al final su legado?

Lula Da Silva - Brasil - Crisis - Venezuela

Por Carlos Gutiérrez

Desde antes de la cuestionada elección presidencial en Venezuela, líderes de diversas partes del continente y defensores de derechos humanos tenían la mirada puesta en ese país, en busca de que se garantizara la transparencia electoral. Y en ese escenario ha emergido el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, como un “actor clave en la resolución de la crisis por su influencia regional y su antigua cercanía con el chavismo”, como lo calificó la agencia de noticias EFE.

Tal es la trascendencia de Lula da Silva que, dos días después de esas elecciones, recibió una llamada de Joe Biden, presidente de Estados Unidos. El mandatario estadounidense “le agradeció por su liderazgo con respecto a Venezuela”, según un comunicado del Departamento de Estado.

Pero es que la figura de Lula da Silva ha sido relevante para América Latina desde su primera llegada a la presidencia de Brasil, en 2003. En ese entonces inauguró “un giro a la izquierda” basado en “una sólida coalición sociopolítica” conformada entonces entre el Partido de los Trabajadores (PT), los sindicatos y los movimientos sociales. Así lo analizan los académicos Gabriel Kessler y Gabriel Vommaro en el texto “¿Cómo se organiza el descontento en América Latina?”.

Recién iniciado su tercer mandato presidencial, en febrero de 2023, Lula viajó a Estados Unidos y se entrevistó con Biden. Ambos hablaron de establecer acciones conjuntas para defender la democracia y rechazaron la violación de la integridad territorial de Ucrania perpetrada por tropas rusas. Ya entonces el brasileño mostraba sus cartas internacionales.  En ese encuentro, según apuntan las investigadoras Clarisa Giaccaglia y María Noel en un artículo publicado en Análisis Carolina, Lula anunció su pretensión de forjar una alianza internacional conformada por un grupo de países que no estén directa o indirectamente implicados en el conflicto a fin de buscar una salida negociada a la invasión rusa.

Para las académicas, en el conflicto de Ucrania, Lula dio señales de haber recuperado su papel de negociador de la paz. Sin embargo, debe evitar “jugar un rol que exceda las efectivas capacidades globales de Brasil (como ocurrió, por ejemplo, en las negociaciones con Irán en 2010) y que terminen provocando tantos nulos resultados para el proceso de paz, así como un serio daño para la imagen nacional brasileña”.

Brasil es una de las cinco economías emergentes o recientemente industrializadas que, para 2023, representaron casi el 26% del Producto Interno Bruto (PIB) del mundo, así como más del 16% de las exportaciones totales y 15% de las importaciones globales, explica Carlos Longa, académico de la Universidad Alejandro de Humboldt, en un artículo académico. 

A este grupo informal de naciones se le conoce bajo el acrónimo BRICS, por la letra inicial de cada uno de los países: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Y este busca “ampliar su cooperación multilateral y así hacer frente al orden mundial dominado por los Estados Unidos de América y las naciones occidentales”, explica Longa. A ellos se sumaron, este año, Irán, Egipto, Etiopía, Arabia Saudita y Emiratos Árabes.

En el caso particular de Brasil, se trata de la economía más fuerte de América Latina. De acuerdo con Bloomberg, tiene un PIB estimado en 2,1 billones de dólares, seguido por México, con 1,7 billones de dólares. “Todos los países tienen relaciones económicas directas o indirectas con Brasil y esto es importante. Esto ayuda a organizar las relaciones en todas las dimensiones, incluso las políticas”, explica Emerson Cervi, politólogo y académico de la Universidad Federal de Paraná.

Lula está decidido a tener el liderazgo de Brasil en el seno de los BRICS y establecer un dominio en términos de política exterior. “Las dudas radican en saber si Brasil podrá sostener un esquema de balance con unos y otros, en el contexto de una guerra con repercusiones globales”, señalan Giaccaglia y Noel.

Las investigadoras recuerdan el discurso del mandatario en su toma de posesión, donde dijo que el protagonismo brasileño “se logrará mediante la reanudación de la integración sudamericana, basada en el Mercosur, la revitalización de Unasur y demás instancias de articulación soberana en la región. Sobre esta base podremos reconstruir el diálogo altivo y activo con Estados Unidos, la Comunidad Europea, China, los países de Oriente y otros actores globales, fortaleciendo los BRICS, la cooperación con los países de áfrica y Rompiendo el aislamiento en el que el país fue relegado”.

Para Cervi, Brasil tiene las condiciones para que el presidente pueda sostener su liderazgo regional. Según el académico, lo importante es que Lula sirva como modelo para que surjan otros liderazgos en América Latina y “que tengan como principio la defensa de los derechos igualitarios de la democracia”.

Hay que decir que detrás de él existe toda una estructura institucional que le permite buscar la incidencia en los procesos democráticos latinoamericanos, como puede verse en el caso de Venezuela. Como ejemplo, se puede mencionar la “profesionalización de las embajadas brasileñas”, dice Cervi. De acuerdo con su análisis, sus relaciones internacionales “son conocidas por ser más de Estado que de gobierno. Hay una profesionalización que, incluso, en muchos casos se posiciona contra el gobierno en turno”.

Ahora bien, Humberto Meza, doctor en Ciencias Políticas e investigador de la Universidad Federal de Río de Janeiro, subraya que hoy en día Lula no busca tener un “liderazgo solitario individual” en América Latina. En ello se diferencia del que ejerció a principios del siglo. Ahora está dispuesto a encabezar un bloque regional y hacerle frente a la crisis venezolana junto a otros países. Por ello, busca tener una diplomacia “activa y altiva” que significa encontrar soluciones a nivel internacional sin doblegarse a potencias internacionales. 

Sin embargo Meza piensa que “el tema de Venezuela recolocó la posición del presidente Lula en la región”. Porque, a diferencia de sus dos presidencias anteriores, ahora se enfrenta a un contexto distinto al de hace 20 años. Entre ellos, guerras con impacto global y el ascenso de movimientos de ultraderecha en varias regiones del mundo.  

El mismo Brasil acaba de pasar por la gestión de Jair Bolsonaro, representante de la extrema derecha. Ello hace, como dice Meza, que el contexto hoy sea “mucho más desafiante” y los intentos que Brasil ha tenido de ser mediador en conflictos como el de Ucrania y Medio Oriente no hayan tenido resultados positivos. “Comprendo que Brasil quería tener un papel en esos conflictos porque hay un interés de retomar su función en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Bolsonaro excluyó a Brasil de diversos espacios porque nunca apostó por el multilateralismo”.

Tampoco se puede entender el liderazgo de Lula en América Latina sin el PT, asegura Emerson Cervi. Es “un partido que está más para la democracia social de centro-izquierda en un país y en una región (Latinoamérica) que no tiene condiciones para tener estos partidos. En buena medida, el liderazgo de Lula está conectado con la existencia y la presencia del PT en Brasil”.   

El analista hace hincapié en que ya no estamos viendo las disputas de derecha o izquierda del siglo pasado. “Lo central en el siglo XXI es la disputa entre los liderazgos que tienen una defensa de la democracia y, por otro lado, los que tienen una tendencia o una predilección por la autocracia, aunque estén dados en sistemas democráticos y procesos electorales”.

John Magdaleno, académico y presidente de la Asociación Venezolana de Consultores Políticos, coincide. Para él, hay una lucha global entre democracias y autoritarismos. “Los reportes que adelantan tanto The Economist, como los del V-Dem Institute de la Universidad de Gothenburg de Suecia, claramente revelan la dificultad de las democracias actuales para sostenerse, estabilizarse y hasta consolidarse. También se observa con mucha claridad el creciente auge de los regímenes autoritarios en el mundo”. Además, se ve que las autocracias en este nuevo siglo “cooperan mucho entre sí, se transfieren conocimiento, experiencia y hasta tecnologías de la represión. Obviamente, el caso venezolano se inscribe en esa disputa global”. 

Magdaleno expone que, en algunos casos latinoamericanos, como Nicaragua, estamos viendo la transición de una autocracia a una autocracia cerrada, donde incluso ya no hay garantías a los valores constitucionales y los derechos humanos. Encuentra que, a partir de la elección presidencial del 28 de julio, Venezuela está avanzando hacia esa dirección. 

En el tema de Venezuela, Lula ha oscilado entre una cierta ambigüedad y la crítica abierta. Pocas semanas antes de las elecciones dijo que hablar de una dictadura en Venezuela era una “narrativa”, pero después, rechazó las palabras de Maduro cuando dijo que si perdía habría un “baño de sangre”, y le advirtió que “el que pierde es el que sale”.   

Pero luego de los comicios, ha exigido la entrega de las actas que sustentan los escrutinios que le dan el triunfo a Maduro, y ha sumado esfuerzos con el presidente colombiano Gustavo Petro y el mexicano Andrés Manuel López Obrador. El fin es “mediar o estimular una salida a la actual crisis, pero esta no puede equivaler a la convalidación de lo que acaba de ocurrir”, señala Magdaleno. Entiende la lógica de prudencia de estos esfuerzos diplomáticos, “pero hay unos principios básicos y unos valores y hasta unos objetivos que son irrenunciables para la mayor parte de la población venezolana”.

Magdaleno no es optimista y considera que en el esfuerzo de estos tres países no habrá buenos resultados. La razón es que “en la lectura del régimen autoritario venezolano cualquier avance en la restitución de garantías equivale a enviar una señal de debilidad, de vulnerabilidad”.

Esta última semana el escenario se complicó para el gobierno de Lula da Silva, porque el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo expulsó de Nicaragua al embajador brasileño. Según fuentes diplomáticas, “el acto que desencadenó la decisión de expulsar a Breno de Souza fue el hecho de que el embajador brasileño no participó en el acto de celebración del 45 aniversario de la Revolución Sandinista”, publicó Divergentes.  No es claro si el embajador actuó por su propia cuenta, o por instrucciones de la cancillería de Itamaraty. Pero sí es cierto que, la relación entre ambas naciones se había comenzado a desgastar luego del intento de Lula por liberar al obispo nicaragüense Rolando Álvarez, preso desde 2022.

Como respuesta, la administración brasileña optó por la reciprocidad y expulsar a  la embajadora sandinista Fulvia Patricia Castro Matus. Sobre este asunto, Wilfredo Miranda y Naiara Galarraga escribieron en el diario El País, de Madrid, que “Ortega pretende desacreditar a Lula como mediador en Venezuela por estar supuestamente confabulado con Estados Unidos”. De esta manera, “toca fondo” la relación, “en términos políticos-ideológicos, entre Ortega y Lula, dos aliados históricos en la izquierda latinoamericana”.

Así, la influencia de Lula se ha visto a prueba en estas semanas. De la solución que encuentre para la crisis diplomática con Nicaragua, así como del fin que tenga la crisis venezolana dependerá, en mucho, que el mandatario brasileño logre lo que se propuso cuando tomó posesión el 1 de enero de 2023 y que recordó en un discurso durante el Foro Empresarial Brasil-Chile el 5 de agosto: la integración de América del Sur.

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