Leyendas venezolanas para contar en Halloween (II): las momias del Dr. Knoche
- El Diario trae una serie de historias de miedo surgidas del propio imaginario venezolano. Rumores de fantasmas y hechos sobrenaturales que ocurrieron en esta tierra, y que pueden aparecer cerca durante la noche en que se conectan el mundo de los muertos con el de los vivos
Ocultos entre los bosques del Ávila, los restos de una casa abandonada emiten un aura de mansión embrujada. En los predios de la antigua hacienda Buena Vista queda el mausoleo de un personaje que vivió allí a finales del siglo XIX, y que si bien fue un hombre de ciencia, se ganó el apodo de “el Vampiro de Galipán” por su peculiar oficio.
Gottfried August Knoche nació en 1813 en el Reino de Westfalia, en lo que actualmente es Alemania. En 1840, mismo año que obtuvo su título de médico cirujano, emigró a Venezuela, donde se instaló en La Guaira. Allí se dedicó a atender a la comunidad alemana que vivía en el litoral, aunque luego se ganaría el aprecio de los locales, sobre todo por su labor al contener una epidemia de cólera que brotó en el pueblo poco después de su llegada.
En una hispanización de su nombre, se le conocía como el doctor Canoche, y además de dedicarse a la caridad, fue uno de los fundadores del Hospital San Juan de Dios de La Guaira. Una vez instalado y siendo un miembro respetable de la comunidad, trajo de Europa a su esposa e hija, además de las niñas Josephine y Amalie Weissmann, a quienes adoptó y más adelante se convertirían en enfermeras y asistentes en su laboratorio privado.
La casa de la montaña
Knoche solía visitar con frecuencia Galián y hacer paseos a caballo por los linderos del Ávila. Allí se enamoró de la energía del lugar y la vista al mar. Por ese motivo compró una finca en el sector Palmar del Picacho, a la justamente bautizó como Buena Vista. Al principio pasaba allí los fines de semana, aunque luego se instalaría permanentemente alegando que su esposa no soportaba el calor húmedo del litoral. Aunque también porque, en la soledad de la montaña, contaba con suficiente privacidad para hacer sus experimentos.
Quizás en la fría neblina encontró los recuerdos de su país natal, ya que, de acuerdo con los cronistas de la época, el médico erigió en ese terreno una imponente casa decorada al estilo de las mansiones de la Selva Negra alemana. Como en el pasaje de la Biblia, sus bases se levantaron sobre una roca maciza, y en su interior contaba con un amplio salón de madera con una chimenea.
Afuera, dos edificios más complementaban el recinto. El laboratorio de Knoche, el cual era un cuarto completamente cerrado y ventanas, apenas ventilado por ductos. Y más lejos, el mausoleo seis metros de altura, donde con el paso de los años fueron guardados los restos de sus familiares. La construcción de todas estas estructuras se finalizó en 1883.
Para la eternidad
Aunque era querido por los habitantes del litoral, en San José de Galipán la gente veía con recelo al viejo Canoche. Y es que el médico estaba obsesionado con la muerte, y con la idea de preservar los cadáveres para toda la eternidad, al estilo de las momias egipcias
Se dice que su primer cuerpo embalsamado con éxito fue el de un soldado llamado José Pérez. Knoche conservó su momia como trofeo, y tras mudarse a Buena Vista, la colocó en la entrada del mausoleo, de pie y con su antiguo uniforme, como una suerte de guardián de ultratumba. A su lado eventualmente puso también a sus dos perros, disecados con el mismo procedimiento.
En 1845, el reconocido periodista y político Tomás Lander falleció a causa de un aneurisma. Se le encargó a Knoche preservar su cuerpo y el resultado fue tan exitoso que, en lugar de enterrarlo, los familiares de Lander lo sentaron detrás del escritorio de su despacho. Así permaneció por 39 años, como un maniquí pensando en su próximo artículo, hasta que en 1884 el presidente Antonio Guzmán Blanco ordenó trasladarlo al Panteón Nacional. En su momento también circuló el rumor de que el presidente Francisco Linares Alcántara, fallecido en 1878, también fue un cliente de Knoche.
Al estallar la Guerra Federal en 1859, Knoche trabajaba en el Hospital Militar de La Guaira. Allí tuvo acceso a los cadáveres de los soldados sin reclamar, con quienes experimentó hasta perfeccionar la fórmula de su líquido embalsamador. Hacía sus pruebas en su consultorio de la calle Buena Vista hasta que recibió un reclamo por parte del jefe civil. A partir de ese momento, los habitantes de la montaña se persignarían al ver las mulas cargadas con muertos subir a la Hacienda Buena Vista.
A puerta cerrada
El primer miembro de la familia en morir fue Wilhelm, el hermano del Dr. Knoche, en 1974. Años después, en 1879, falleció Anna, la hija Gottfried, y el esposo de ésta, Heinrich Muller, en 1881. Todos fueron embalsamados con el suero misterioso del médico y llevados al mausoleo familiar. Por alguna razón, se desconoce el paradero de la esposa de Knoche, quien no está en la hacienda. Tampoco de su otro hijo, Oswaldo, de quien solo se sabe que vivió en Puerto Cabello.
Knoche guardó celosamente el secreto de su fórmula embalsamadora, y sigue siendo todo un enigma hasta la actualidad. Solo se sabe que contenía cloruro de aluminio. Durante sus últimos años, dicen que su semblante cambió por completo, convirtiéndose en un hombre sombrío y solitario. Murió en 1901, a los 88 años de edad. Antes de eso, preparó las últimas dosis para él y sus ayudantes, Josephine y Amalie. La primera murió en 1917, y la segunda en 1926. Aunque Amalie manifestó al cónsul alemán Julius Lesse su deseo de ser cremada al morir, este no se cumplió. Lesse y el médico Carlos Enrique Reverón la embalsamaron con el líquido. Tras depositarla en el mausoleo familiar y cerrarlo, arrojaron la llave al mar.
Con la muerte de Amalie, la hacienda quedó abandonada. En 1929 un grupo de excursionistas visitó el lugar y encontró las momias fuera del edificio, esparcidas por el suelo. Luego de notificar a las autoridades, pusieron los cuerpos, aún conservados, de nuevo en sus sarcófagos de mármol. Sin embargo, sin nadie a su cargo, con el paso de las décadas el lugar fue objeto de múltiples robos y actos de vandalismo.
De la antigua casa de los Knoche, actualmente solo quedan las ruinas de la cocina y algunas columnas. El laboratorio, si bien está en buen estado, presenta varias fracturas en sus paredes por los boquetes que varios estudiantes de medicina han hecho intentando entrar para buscar la fórmula de su suero. Por su parte, la Fundación Knoche, presidida por el profesor Jesús Burgos, recuperó el mausoleo en 2009. Un proceso que en su momento tuvo muchas críticas, ya que no contó con criterios de restauración adecuados. También porque se colocaron carteles y momias de utilería con la intención de convertirlo en una atracción turística.
A pesar de esto, lo que queda de la hacienda Buena Vista sigue emanando una fuerte energía que inquieta a sus visitantes. Los habitantes de Galipán, ya más de un siglo después, todavía sienten recelo por el sitio y aseguran que por las noches se pueden sentir presencias que deambulan en sus predios. Quizás sea el Dr. Knoche, quien aún contempla el mar tras preservar algo más que su cuerpo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario