La noche se agita | |
Puesta en situación | |
Leemos aquí el comienzo de la meditación de Teresa dirigida a Jesús y fechada el 8 de septiembre de 1896, sexto aniversario de su profesión religiosa. En ella relata un sueño que tuvo 4 meses atrás, un rayo de luz en la oscuridad que su alma experimentaba desde la Pascua de 1896. | |
Teresa me escribe | |
¡Jesús, Amado mío!, ¿quién podrá decir con qué ternura y con qué suavidad diriges tú mi pequeña alma, y cómo te gusta hacer brillar el rayo de tu gracia aun en medio de la más oscura tormenta...? Jesús, la tormenta rugía muy fuerte en mi alma desde la hermosa fiesta de tu triunfo -la fiesta radiante de Pascua-, cuando un sábado del mes de mayo, pensando en los sueños misteriosos que a veces concedes a ciertas almas, me decía a mí misma que debía de ser un consuelo muy dulce tener uno de esos sueños; pero no lo pedía. Por la noche, mi alma, observando las nubes que encapotaban su cielo, se repitió a sí misma que aquellos hermosos sueños no estaban hechos para ella, y se durmió bajo el vendaval... La Venerable Ana de Jesús El día siguiente era el 10 de mayo, segundo domingo del mes de María, quizás aniversario de aquel día en que la Santísima Virgen se dignó sonreírle a su florecita... A las primeras luces del alba, me encontraba (en sueños) en una especie de galería. Había en ella varias personas más, pero alejadas. Sólo nuestra Madre estaba a mi lado. De pronto, sin saber cómo habían entrado, vi a tres carmelitas, vestidas con capas blancas y con los grandes velos echados. Me pareció que venían por nuestra Madre, pero lo que entendí claramente fue que venían del cielo. Yo exclamé en lo hondo del corazón: ¡Cómo me gustaría ver el rostro de una de esas carmelitas! Y entonces la más alta de las santas, como si hubiese oído mi oración, avanzó hacia mí. Al instante caí de rodillas. Y, ¡oh, felicidad!, la carmelita se quitó el velo, o, mejor dicho, lo alzó y me cubrió con él. Sin la menor vacilación, reconocí a la Venerable Ana de Jesús, la fundadora del Carmelo en Francia. Su rostro era hermoso, de una hermosura inmaterial. No desprendía ningún resplandor; y sin embargo, a pesar del velo que nos cubría a las dos, yo veía aquel rostro celestial iluminado con una luz inefablemente suave, luz que el rostro no recibía sino que él mismo producía... Me sería imposible decir la alegría de mi alma; estas cosas se sienten, pero no se pueden expresar... Varios meses han pasado desde este dulce sueño; pero el recuerdo que dejó en mi alma no ha perdido nada de su frescor ni de su encanto celestial... Aún me parece estar viendo la mirada y la sonrisa llenas de amor de la Venerable Madre. Aún creo sentir las caricias de que me colmó... Al verme tan tiernamente amada, me atreví a pronunciar estas palabras: «Madre, te lo ruego, dime si Dios me dejará todavía mucho tiempo en la tierra... ¿Vendrá pronto a buscarme...?» Sonriendo con ternura, la santa murmuró: «Sí, pronto, pronto... Te lo prometo». «Madre, añadí, dime también si Dios no me pide tal vez algo más que mis pobres acciones y mis deseos. ¿Está contento de mí?» El rostro de la santa asumió una expresión incomparablemente más tierna que la primera vez que me habló. Su mirada y sus caricias eran ya la más dulce de las respuestas. Sin embargo, me dijo: «Dios no te pide ninguna otra cosa. Está contento, ¡muy contento...!» Y después de volver a acariciarme con mucho más amor con que jamás acarició a su hijo la más tierna de las madres, la vi alejarse... Mi corazón rebosaba de alegría, pero me acordé de mis hermanas y quise pedir algunas gracias para ellas. Pero, ¡ay!..., me desperté... | |
Ms B 2 | |
Comprendo | |
En cuanto abrimos la boca, en cuanto tomamos la pluma para despertar al sentido de nuestras impresiones nocturnas, hemos perdido la guerra que librábamos en sueños con esas «formas agitadas de fuerzas opuestas» (pintor Zao Wou-Ki). Sin embargo, Santa Teresa se aventura en esta zona desconocida. Lo hace con la serena seguridad de una esposa que no quiere saber nada de la presencia de su Esposo a todas horas del día y de la noche. En cierto modo, su corazón de niña perpetúa, en las angustias de la mujer («¿Está contento conmigo?»), la sabiduría que extrajo de las alegrías infantiles de sus primeras lecturas. En efecto, un título de su biblioteca favorita podría resumir estas páginas escritas mientras se duerme: Después de la lluvia, siempre sale el sol. Esta triste novela de la condesa de Ségur, en la que el dinero y la mentira asolan las relaciones de los tres personajes desde la infancia hasta la edad adulta, condujo a su antigua lectora a una búsqueda inspiradora del triunfo del amor en la verdad. ¿Se unirá la monja carmelita de hoy, impulsada por la certeza de una enfermedad ineludible e incurable, a su marido en el Cielo, como Geneviève se casó con Jacques al final de la historia de Ségur? El amor que la baña por todas partes en su noche la tranquiliza, como por anticipado. La solitaria galería de lo desconocido se ha convertido en la antesala de las almas en su camino hacia Dios. Ahora todo basta: ¡es hora de despertar al Día que se acerca! | |
Rezo y actúo | |
¿Quién me guía en tiempo de luz o de oscuridad? ¿Es el Espíritu Santo? |
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