domingo, 12 de enero de 2025

¿Es moralmente correcto permitir el sufrimiento ajeno?

 

¿Es moralmente correcto permitir el sufrimiento ajeno?

Los intentos de eliminar el sufrimiento de la sociedad sólo nos pueden conducir a sistemas colectivistas de «altruismo coercitivo» donde los derechos individuales son sacrificados en nombre del «bien común»

¿Es moralmente correcto permitir el sufrimiento ajeno?
Intentar aliviar el sufrimiento mediante coerción no solo es inmoral, sino que a menudo empeora la situación para todos. (Flickr)

La mente del hombre es su herramienta básica de supervivencia. La vida se le da, la supervivencia no. Su cuerpo se le da, el sustento de éste no. Para permanecer vivo ha de actuar, y antes de poder actuar tiene que conocer la naturaleza y el propósito de su acción. No puede obtener su alimento sin un conocimiento de lo que es alimento y de la manera de obtenerlo. Para permanecer vivo, tiene que pensar.

Todo lo que es apropiado para la vida de un ser racional es lo bueno; todo lo que la destruye es lo malo.

Fragmento del Discurso de Galt en La Rebelión de Atlas

La moralidad objetivista

Para el objetivismo, la moralidad comienza con la vida como el estándar último de valor. El propósito moral del hombre es actual racionalmente para preservar su propia vida y lograr la felicidad, ya que cada hombre es un fin en sí mismo y existe para sí mismo.

Ayn Rand escribió:

“El hombre debe vivir para su propio beneficio, sin sacrificarse a sí mismo por otros, ni sacrificar a otros para sí mismo”.

Ayn Rand. La virtud del egoísmo

Esto no significa ignorar a los demás ni causar sufrimiento, pero sí implica que nadie tiene el derecho de exigir sacrificios por parte de otros.

La moralidad objetivista es un código de valores basado en la razón, cuyo propósito es permitir que el individuo viva y prospere. No implica subordinar la vida de uno al bienestar de los demás, sino actuar en interés propio de manera racional, respetando los derechos y libertades de los demás.

Rand critica duramente el altruismo, entendido como la idea de que el sacrificio por los demás es la esencia de la moralidad. El altruismo niega el valor intrínseco del individuo, convirtiendo a las personas en medios para los fines de otros y como dijo Rand, no puede haber nada más inmoral que eso: «No puede haber algo más inmoral que pedir a un hombre que se sacrifique por otro» (La Virtud del Egoísmo).

La moral altruista

Los sistemas colectivistas (de moral altruista) utilizan el sufrimiento como justificación para intervenir coercitivamente en la vida de los individuos. El altruismo obligatorio lleva al uso de la fuerza y a la violación de los derechos, lo que destruye tanto la libertad como la prosperidad. Esto puede verse en países con sistemas de bienestar coercitivo.

Por ejemplo, en algunos estados europeos, los altos impuestos redistributivos han desincentivado la productividad, ya que los más talentosos o trabajadores se ven obligados a sostener a quienes no contribuyen, reduciendo así la motivación para innovar y trabajar más y haciendo que muchos emprendedores y empresas innovadoras decidan instalarse en países que no les penalicen tanto, lo que ha generado una masiva fuga de talentos y de capital de países europeos a países con más libertad como Estados Unidos.

Esto conecta directamente con los gobiernos socialdemócratas, que son mayoría hoy en el mundo, los cuales justifican las políticas de redistribución de riqueza como un medio para reducir el sufrimiento. Sin embargo, al obligar a unos a sacrificar los frutos de su trabajo para beneficio de otros, se viola el principio de intercambio voluntario y el derecho a la propiedad privada.

Robarle el fruto de su trabajo a quien se lo ha ganado para dárselo a quien no se lo ha ganado, en lugar de aliviar el sufrimiento generan nuevos problemas como resentimiento y falta de seguridad jurídica de una parte y falta de incentivos y dependencia de la otra parte. Esto desemboca en una disminución del bienestar general. Esto puede observarse en países como Argentina, donde los subsidios sociales han generado generaciones dependientes del Estado en lugar de fomentar la autosuficiencia. Lo que demuestra que intentar aliviar el sufrimiento mediante coerción no solo es inmoral, sino que a menudo empeora la situación para todos.

“Cuando se fuerza al hombre a actuar sin recompensa, se lo convierte en un esclavo; y cuando se recompensa a alguien sin esfuerzo, se lo convierte en un parásito”.

Ayn Rand. La virtud del egoísmo

¿Debemos permitir el sufrimiento?

Como han concluido muchos filósofos en la historia, la vida es sufrimiento. El sufrimiento, en mayor o menor medida, es intrínseco a la vida humana y, por tanto, sólo podemos esperar no volver a sufrir nunca más cuando estemos muertos.

Aceptar que las personas a nuestro alrededor van a sufrir es reconocer una realidad objetiva. Teniendo esto en cuenta, es irracional pensar que vamos a poder eliminar el sufrimiento humano del mundo. Como dice Ayn Rand en La Rebelión de Atlas: «El hombre no puede escapar de la realidad; puede ignorarla, pero no puede ignorar las consecuencias de ignorarla.» Esta cita subraya que es irracional esperar que el sufrimiento desaparezca por completo, ya que forma parte de la existencia humana.

Los intentos de eliminar el sufrimiento de la sociedad sólo nos pueden conducir a sistemas colectivistas de «altruismo coercitivo» donde los derechos individuales son sacrificados en nombre del «bien común».

En estas sociedades la libertad es sustituida por la fuerza con el objetivo de eliminar el sufrimiento; pero como este es un objetivo irracional e imposible el resultado termina siendo una sociedad sin derechos individuales, sin libertad y en la que paradójicamente habrá más sufrimiento que antes; ya que al sufrimiento intrínseco a la vida humana habrá que sumar ahora el causado por la pérdida de libertades y derechos.

Paternalismo

Un ejemplo reciente de este fenómeno es la expansión de políticas paternalistas por algunos gobiernos que prohíben actividades supuestamente «dañinas» como consumir alimentos azucarados, fumar en lugares privados o se limita fuertemente la libertad de expresión en redes sociales. Aunque justificadas como medidas para proteger a la población, estas restricciones eliminan la autonomía personal y crean resentimiento, demostrando que la «protección» puede convertirse en una forma de opresión.

Cuando esto sucede, los gobernantes (apoyados por la masa irracional) lejos de darse cuenta de su error y recapacitar, redoblan sus esfuerzos. Argumentando que se necesita más de la misma medicina para poder ayudar a los necesitados. Eliminan más derechos individuales y libertades para supuestamente ayudar a los que están sufriendo. Esto genera una espiral descendente en la que cada vez hay más cosas prohibidas y se pierden más derechos, mientras que el sufrimiento de «los necesitados» nunca se reduce.

Y es que no es posible que deje de haber necesitados; en cualquier sociedad que imaginemos siempre habrá gente que sean considerados «los necesitados» porque estas valoraciones se dan por comparación con el resto de la sociedad. De este modo hay necesitados en países pobres como Sudán o Burundi, pero también los hay en los países más ricos de la tierra como Noruega o Suiza. Obviamente, los pobres de Suiza viven no ya mucho mejor que los pobres de Sudán, sino mucho mejor que las clases altas de Sudán. Del mismo modo que una persona de clase baja hoy en España tiene un nivel de vida muy superior al de los reyes de hace 200 años.

Conclusión

El objetivismo no niega la posibilidad de ayudar a otros, pero insiste en que la ayuda debe ser un acto voluntario. Permitir el sufrimiento ajeno no es inmoral si se respeta el derecho de cada individuo a ser responsable de su propia vida. Intentar eliminar el sufrimiento de manera coercitiva, en cambio, sí que es inmoral, ya que implica el uso de la fuerza y convierte a unas personas en medios para los fines de otros.

“La virtud no consiste en sacrificarse por los demás, sino en vivir de manera racional y productiva para el beneficio propio”.

Ayn Rand. La virtud del egoísmo

Este artículo fue publicado originalmente por el Instituto Juan de Mariana.


Víctor Díaz García


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