DELINCUENCIA Y
CÁRCELES
En el régimen de El Chafarote de
Sabaneta se establecieron zonas dominadas por la delincuencia donde las
autoridades policiales tenían prohibido entrar. La veintena de planes de
seguridad puestos en práctica por el Ministerio del Interior no tuvieron éxito.
Los delitos de toda índole aumentaron peligrosamente y las cárceles, a pesar de
la creación del Ministerio de Servicios Penitenciarios, en vez de redimir a los
presidiarios, los pervirtió y además, con el fortalecimiento de los pranes,
desde los recintos carcelarios se forjaron fortunas.
El 26
de junio de 2011 la periodista Milagros
Socorro escribió en El Nacional:
(…)
La revolución resultó ser la suspensión de toda legalidad. Las leyes pasarían
a ser asunto de los sastres del poder judicial, artesanos empleados en tomar
las medidas de las víctimas y confeccionar leyes a su medida. Una ley cercana
al administrado, basteada sobre el cuerpo de quien está destinada a perseguir,
ya no es ley, es jerga de mafioso. Y eso fue lo que ocurrió en Venezuela: los
revolucionarios son forajidos que se arrojaron sobre el botín. Para ellos no
hay normas. Para ganar el Valhalla de la revolución es preciso desfalcar a la
nación, confiscar fincas, arrebatar empresas, aprovecharse del acceso al poder
para saciar la gran voracidad con la que entraron a los salones decorados con
escenas de batallas. A mayor cantidad de cabelleras sangrantes pinchadas en un
alambre, mayor gloria en el cartel bolivariano.
Chávez instauró un régimen que desde el primer día
desconoció los protocolos de la democracia y los sustituyó por la triada:
política – delincuencia – acumulación de riquezas. Un aventurero sin escrúpulos
tiene más de la mitad del camino recorrido. Solo
le falta hincarse ante el jefe y jurarle adoración perpetua. Quien ostente esos
requisitos y cumpla el ritual, ya puede acceder al paraíso de la revolución. Es
un centauro. Ante él, el Estado tiembla como un ratón y se escurre por las
fisuras. Eso sí, queda fichado. Chávez lo deja hincharse de plata, pero a
cambio exige el alma del bandido.
Luego
indicó:
-Las
cárceles han demostrado ser una reproducción a escala del antro de corrupción y
apagón estatal en que está sumido el país. Son un infierno para los reos
pobres, pero un negocio descomunal para los militares que participan del
traqueteo y para los presos erigidos en barones. Pregunte usted cuánto pagan
los presos por un día más de vida, para que no los violen, por la comida, por
un rincón para dormir, por la visita conyugal… impuestos diarios. Un dineral.
Que dejaría de fluir si el Estado cumpliera con su función.
La
crisis de las cárceles, ese eclipse de la institucionalidad, viene a completar
un arco iniciado exactamente el 2 de febrero de 1999, día de la toma de
posesión de Chávez, en el Palacio Federal Legislativo. En ese discurso, el
primero de todos, tildó a la Constitución vigente de “moribunda”; e
inmediatamente le hundió una estocada: dijo que él no se agarraba de una
formalidad allí prevista, sino de la “realidad”. Pragmatismo de capo.
Dos
días, después, en Los Próceres, hizo aquella alocución en el desfile militar
conmemorativo del golpe de Estado del 4 de febrero de 1992. En esa ocasión dio
adelantos de sustancia moral. “…no faltará alguien que diga: ‘Chávez está
instigando a la delincuencia’: Digan lo que digan, a mí no me importa lo que
digan, yo digo mis verdades, pero la verdad es que si yo fuese ese hombre joven
que lloró conmigo ayer en la puerta de la Catedral de Caracas, y viese a mi
hija a punto de morir de hambre, yo creo, Dios mío, que saldría a la medianoche
a hacer algo para que mi hija no vaya a la tumba.”
Pero
sus hijos, como el resto de su familia, sus compañeritos de causa, los guardias
nacionales que introducen las armas y los pranes que manejan imperios criminales,
no estaban hambrientos de pan, sino del botín entero. Hermanados en sus
propósitos, unos son el espejo de los otros. Solo los separan los muros de la
prisión.
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