EL ENIGMA DE LOS DOS CHÁVEZ
El 14 de diciembre de 2019 Eddy
Reyes Torres, de El Nacional. recordó:
-En enero de 1999, dos semanas antes
de juramentarse como presidente de la República, Hugo Chávez Frías viajó a La
Habana para reunirse con su venerable maestro y guía político Fidel Castro y el
expresidente de Colombia Misael Pastrana. Ahí coincidió con el autor de Cien años de soledad, Gabriel García
Márquez. Ambos quisieron conversar de manera distendida pero no lo pudieron
hacer por lo apretado de sus respectivas agendas, motivo por el cual Hugo le
pidió que lo acompañara en el vuelo que los conduciría de La Habana a Caracas.
Y continuó:
-En el trayecto a Venezuela hablaron
de la “vida y milagros” del líder de Sabaneta. Un resumen de lo tratado quedó
registrado en un delicioso artículo que escribió el colombiano, titulado “El
enigma de los dos Chávez”, el cual fue publicado en el diario El Universal, en su edición del 31 de
enero de 1999.
Una primera impresión la expresó el
laureado periodista y novelista así: “Fue una buena experiencia de reportero en
reposo. A medida que me contaba su vida iba yo descubriendo una personalidad
que no correspondía para nada con la imagen de déspota que teníamos formada a
través de los medios. Era otro Chávez. ¿Cuál de los dos era el real?”.
Después de oír y tomar nota de su
“gesta heroica”, a lo largo del vuelo, García Márquez escribió una última reflexión
en el contexto de la llegada a Maiquetía y necesaria despedida: “Mientras se
alejaba entre sus escoltas de militares condecorados y amigos de la primera
hora, me estremeció la inspiración de que había viajado y conversado a gusto
con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la
oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que podía pasar a
la historia como un déspota más”.
(El Chafarote de Sabaneta no solamente no salvó
Venezuela sino que la destruyó económica y moralmente, convirtiéndose en una
déspota más que hizo cambiar la Constitución Nacional para perpetuarse en el
poder, lo cual no logró porque la muerte se lo llevó al inframundo.)
Luego
apuntó:
-No deja de llamar la atención que
un observador perspicaz como García Márquez haya reiterado ese reflejo de doble
personalidad en la humanidad de Chávez.
El tiempo y la vida pública del ex
comandante no hicieron más que ratificar tan particular naturaleza que parece
salida de la dramaturgia antigua y que Leoncio Martínez, primero, y Pedro León
Zapata, después, dos de nuestros grandes caricaturistas, se encargaron de
representar, años atrás, con la singular figura del “camaleón político”, esa
que cambia y es capaz de asumir posiciones contrapuestas según su conveniencia
y necesidades.
A continuación, el texto íntegro del vaticinio de Gabriel
García Márquez sobre la gestión gubernamental del teniente coronel ®) Hugo
Chávez, reproducido de Voltairenet:
-Carlos
Andrés Pérez descendió al atardecer del avión que lo llevó de Davos, Suiza, y
se sorprendió de ver en la plataforma al general Fernando Ochoa Antich, su
ministro de Defensa. "¿Qué pasa?", le preguntó intrigado. El ministro
lo tranquilizó, con razones tan confiables, que el Presidente no fue al Palacio
de Miraflores sino a la residencia presidencial de La Casona. Empezaba a
dormirse cuando el mismo ministro de Defensa lo despertó por teléfono para
informarle de un levantamientio militar en Maracay. Había entrado apenas en
Miraflores cuando estallaron las primeras cargas de artillería.
Era
el 4 de febrero de 1992. El coronel Hugo Chávez Frías, con su culto sacramental
de las fechas históricas, comandaba el asalto desde su puesto de mando
improvisado en el Museo Histórico de La Planicie. El Presidente comprendió entonces
que su único recurso estaba en el apoyo popular, y se fue a los estudios de
Venevisión para hablarle al país. Doce horas después el golpe militar estaba
fracasado. Chávez se rindió, con la condición de que también a él le
permitieran dirigirse al pueblo por la televisión. El joven coronel criollo,
con la boina de paracaidista y su admirable facilidad de palabra, asumió la
responsabilidad del movimiento. Pero su alocución fue un triunfo político.
Cumplió dos años de cárcel hasta que fue amnistiado por el presidente Rafael
Caldera. Sin embargo, muchos partidarios como no pocos enemigos han creído que
el discurso de la derrota fue el primero de la campaña electoral que lo llevó a
la presidencia de la República menos de nueve años después.
El
presidente Hugo Chávez Frías me contaba esta historia en el avión de la Fuerza
Aérea Venezolana que nos llevaba de La Habana a Caracas, hace dos semanas, a
menos de quince días de su posesión como presidente constitucional de Venezuela
por elección popular. Nos habíamos conocido tres días antes en La Habana,
durante su reunión con los presidentes Castro y Pastrana, y lo primero que me
impresionó fue el poder de su cuerpo de cemento armado. Tenía la cordialidad
inmediata, y la gracia criolla de un venezolano puro. Ambos tratamos de vernos
otra vez, pero no nos fue posible por culpa de ambos, así que nos fuimos juntos
a Caracas para conversar de su vida y milagros en el avión.
Fue
una buena experiencia de reportero en reposo. A medida que me contaba su vida
iba yo descubriendo una personalidad que no correspondía para nada con la
imagen de déspota que teníamos formada a través de los medios. Era otro Chávez.
¿Cuál de los dos era el real?
El
argumento duro en su contra durante la campaña había sido su pasado reciente de
conspirador y golpista. Pero la historia de Venezuela ha digerido a más de
cuatro. Empezando por Rómulo Betancourt, recordado con razón o sin ella como el
padre de la democracia venezolana, que derribó a Isaías Medina Angarita, un
antiguo militar demócrata que trataba de purgar a su país de los treintiséis
años de Juan Vicente Gómez. A su sucesor, el novelista Rómulo Gallegos, lo
derribó el general Marcos Pérez Jiménez, que se quedaría casi once años con
todo el poder. Éste, a su vez, fue derribado por toda una generación de jóvenes
demócratas que inauguró el período más largo de presidentes elegidos.
El
golpe de febrero parece ser lo único que le ha salido mal al coronel Hugo
Chávez Frías. Sin embargo, él lo ha visto por el lado positivo como un revés providencial.
Es su manera de entender la buena suerte, o la inteligencia, o la intuición, o
la astucia, o cualquiera cosa que sea el soplo mágico que ha regido sus actos
desde que vino al mundo en Sabaneta, estado Barinas, el 28 de julio de 1954,
bajo el signo del poder: Leo. Chávez, católico convencido, atribuye sus hados
benéficos al escapulario de más de cien años que lleva desde niño, heredado de
un bisabuelo materno, el coronel Pedro Pérez Delgado, que es uno de sus héroes
tutelares.
(Según el historiador Manuel Caballero, Pedro Pérez Delgado, conocido
como “Maisanta”, era un cuatrero. De él se lee en Facebook: Hechos Criollos. "Maisanta" fue el apodo del
guerrillero Pedro Rafael Pérez Delgado. Nació en Portuguesa, en 1881, y con
apenas 16 años se unió al ejército del Mocho Hernández, quien se levantó en
armas contra Joaquín Crespo. Se dice, aunque no está comprobado, que Maisanta
fue el que mató a Crespo en la batalla de La Mata Carmelera. Fue oficial de los
gobiernos de Castro y Gómez, sin embargo, se le rebela a este último, y
formaría parte de las múltiples guerrillas que se alzaron en contra del
Benemérito. En 1922 es capturado, y muere dos años después, en el Castillo de
Puerto Cabello, por ingerir vidrio molido en la comida. Su apodo se debe al grito
que hacía antes de los combates
“¡Madre
Santa!”. Este es un Hecho Criollo. Patricia Pereira-Pacheco Lo único malo es... Que dejó descendientes y
uno de ellos se terminó convirtiendo en la peor desgracia que le ha ocurrido a
Venezuela.. Andrés González esto es historia reciente.... soy de Portuguesa por
aquí las malas lenguas dicen q ese carajo era un borracho ladrón entre algunas
otras cosas Andrés Eduardo Carrasquel. No fue más que un cuatrero, un ladrón de
ganado y violador de mujeres en las sabanas de Apure.)
Sus
padres sobrevivían a duras penas con sueldos de maestros primarios, y él tuvo
que ayudarlos desde los nueve años vendiendo dulces y frutas en una carretilla.
A veces iba en burro a visitar a su abuela materna en Los Rastrojos, un pueblo
vecino que les parecía una ciudad porque tenía una plantita eléctrica con dos
horas de luz a prima noche, y una partera que lo recibió a él y a sus cuatro
hermanos. Su madre quería que fuera cura, pero sólo llegó a monaguillo y tocaba
las campanas con tanta gracia que todo el mundo lo reconocía por su repique.
"Ese que toca es Hugo", decían. Entre los libros de su madre encontró
una enciclopedia providencial, cuyo primer capítulo lo sedujo de inmediato:
Cómo triunfar en la vida.
(Pero tanto Chávez como sus
familiares se hicieron obscenamente ricos con dineros del tesoro público. En
Barinas se les conoció, luego de amasar tan inmensa riqueza de procedencia
delictual, como la “Familia Real”)
Era en realidad un recetario de opciones, y él las
intentó casi todas. Como pintor asombrado ante las láminas de Miguel Angel y
David, se ganó el primer premio a los doce años en una exposición regional.
Como músico se hizo indispensable en cumpleaños y serenatas con su maestría del
cuatro y su buena voz. Como beisbolista llegó a ser un catcher de primera. La
opción militar no estaba en la lista, ni a él se le habría ocurrido por su
cuenta, hasta que le contaron que el mejor modo de llegar a las grandes ligas
era ingresar en la academia militar de Barinas. Debió ser otro milagro del
escapulario, porque aquel día empezaba el plan Andrés Bello, que permitía a los
bachilleres de las escuelas militares ascender hasta el más alto nivel
académico.
Estudiaba
ciencias políticas, historia y marxismo al leninismo. Se apasionó por el estudio
de la vida y la obra de Bolívar, su Leo mayor, cuyas proclamas aprendió de
memoria. Pero su primer conflicto consciente con la política real fue la muerte
de Allende en septiembre de 1973. Chávez no entendía. ¿Y por qué si los
chilenos eligieron a Allende, ahora los militares chilenos van a darle un
golpe? Poco después, el capitán de su compañía le asignó la tarea de vigilar a
un hijo de José Vicente Rangel, a quien se creía comunista. "Fíjate las
vueltas que da la vida", me dice Chávez con una explosión de risa.
"Ahora su papá es mi canciller". Más irónico aún es que cuando se
graduó recibió el sable de manos del presidente que veinte años después
trataría de tumbar: Carlos Andrés Pérez.
(y asesinarlo. Una recomendación suya, por petición de Rafael Caldera,
hizo posible su ingreso a la Academia Militar donde no había aceptado porque
los exámenes psicológicos señalaban tendencias homosexuales y violencia hacia
las mujeres. El director de la institución, al recibir la llamada del
presidente CAP para que aceptara al aspirante Chávez, le pidió que le enviara
un memorándum vía fax para salvar su responsabilidad)
"Además",
le dije, "usted estuvo a punto de matarlo". "De ninguna
manera", protestó Chávez. "La idea era instalar una asamblea
constituyente y volver a los cuarteles". Desde el primer momento me había
dado cuenta de que era un narrador natural. Un producto íntegro de la cultura
popular venezolana, que es creativa y alborazada. Tiene un gran sentido del
manejo del tiempo y una memoria con algo de sobrenatural, que le permite
recitar de memoria poemas de Neruda o Whitman, y páginas enteras de Rómulo
Gallegos.
(Entre los muchos defectos de El Chafarote de Sabaneta destacan el de
haber sido un mentiroso compulsivo y cruel con el enemigo)
Desde
muy joven, por casualidad, descubrió que su bisabuelo no era un asesino de
siete leguas, como decía su madre, sino un guerrero legendario de los tiempos
de Juan Vicente Gómez. Fue tal el entusiasmo de Chávez, que decidió escribir un
libro para purificar su memoria. Escudriñó archivos históricos y bibliotecas
militares, y recorrió la región de pueblo en pueblo con un morral de
historiador para reconstruir los itinerarios del bisabuelo por los testimonios
de sus sobrevivientes. Desde entonces lo incorporó al altar de sus héroes y
empezó a llevar el escapulario protector que había sido suyo.
Uno
de aquellos días atravesó la frontera sin darse cuenta por el puente de Arauca,
y el capitán colombiano que le registró el morral encontró motivos materiales
para acusarlo de espía: llevaba una cámara fotográfica, una grabadora, papeles
secretos, fotos de la región, un mapa militar con gráficos y dos pistolas de
reglamento. Los documentos de
identidad, como corresponde a un espía, podían ser falsos. La discusión se
prolongó por varias horas en una oficina donde el único cuadro era un retrato
de Bolívar a caballo. "Yo estaba ya casi rendido, -me dijo Chávez-, pues
mientras más le explicaba menos me entendía". Hasta que se le ocurrió la
frase salvadora: "Mire mi capitán lo que es la vida: hace apenas un siglo
éramos un mismo ejército, y ése que nos está mirando desde el cuadro era el
jefe de nosotros dos. ¿Cómo puedo
ser un espía?". El capitán, conmovido, empezó a hablar maravillas de la
Gran Colombia, y los dos terminaron esa noche bebiendo cerveza de ambos países
en una cantina de Arauca. A la mañana siguiente, con un dolor de cabeza
compartido, el capitán le devolvió a Chávez sus enseres de historiador y lo
despidió con un abrazo en la mitad del puente internacional.
"De
esa época me vino la idea concreta de que algo andaba mal en Venezuela",
dice Chávez. Lo habían designado en Oriente como comandante de un pelotón de
trece soldados y un equipo de comunicaciones para liquidar los últimos reductos
guerrilleros. Una noche de grandes lluvias le pidió refugio en el campamento un
coronel de inteligencia con una patrulla de soldados y unos supuestos
guerrilleros acabados de capturar, verdosos y en los puros huesos. Como a las
diez de la noche, cuando Chávez empezaba a dormirse, oyó en el cuarto contiguo
unos gritos desgarradores. "Era que los soldados estaban golpeando a los
presos con bates de béisbol envueltos en trapos para que no les quedaran
marcas", contó Chávez. Indignado, le exigió al coronel que le entregara
los presos o se fuera de allí, pues no podía aceptar que torturara a nadie en
su comando. "Al día siguiente me amenazaron con un juicio militar por
desobediencia, -contó Chávez- pero sólo me mantuvieron por un tiempo en
observación".
Pocos
días después tuvo otra experiencia que rebasó las anteriores. Estaba comprando
carne para su tropa cuando un helicóptero militar aterrizó en el patio del
cuartel con un cargamento de soldados mal heridos en una emboscada guerrillera.
Chávez cargó en brazos a un soldado que tenía varios balazos en el cuerpo.
"No me deje morir, mi teniente"... le dijo aterrorizado. Apenas
alcanzó a meterlo dentro de un carro. Otros siete murieron. Esa noche,
desvelado en la hamaca, Chávez se preguntaba: "¿Para qué estoy yo aquí?
Por un lado campesinos vestidos de militares torturaban a campesinos
guerrilleros, y por el otro lado campesinos guerrilleros mataban a campesinos
vestidos de verde. A estas alturas, cuando la guerra había terminado, ya no
tenía sentido disparar un tiro contra nadie". Y concluyó en el avión que
nos llevaba a Caracas: "Ahí caí en mi primer conflicto existencial".
Al
día siguiente despertó convencido de que su destino era fundar un movimiento. Y
lo hizo a los veintitrés años, con un nombre evidente: Ejército bolivariano del
pueblo de Venezuela. Sus miembros fundadores: cinco soldados y él, con su grado
de subteniente. "¿Con qué finalidad?" le pregunté. Muy sencillo, dijo
él: "con la finalidad de prepararnos por si pasa algo". Un año
después, ya como oficial paracaidista en un batallón blindado de Maracay,
empezó a conspirar en grande. Pero me aclaró que usaba la palabra conspiración
sólo en su sentido figurado de convocar voluntades para una tarea común.
Esa
era la situación el 17 de diciembre de 1982 cuando ocurrió un episodio inesperado
que Chávez considera decisivo en su vida. Era ya capitán en el segundo
regimiento de paracaidistas, y ayudante de oficial de inteligencia. Cuando
menos lo esperaba, el comandante del regimiento, Ángel Manrique, lo comisionó
para pronunciar un discurso ante mil doscientos hombres entre oficiales y
tropa.
A
la una de la tarde, reunido ya el batallón en el patio de fútbol, el maestro de
ceremonias lo anunció. "¿Y el discurso?", le preguntó el comandante
del regimiento al verlo subir a la tribuna sin papel. "Yo no tengo
discurso escrito", le dijo Chávez. Y empezó a improvisar. Fue un discurso
breve, inspirado en Bolívar y Martí, pero con una cosecha personal sobre la
situación de presión e injusticia de América Latina transcurridos doscientos años
de su independencia. Los oficiales, los suyos y los que no lo eran, lo oyeron
impasibles. Entre ellos los capitanes Felipe Acosta Carle y Jesús Urdaneta
Hernández, simpatizantes de su movimiento. El comandante de la guarnición, muy
disgustado, lo recibió con un reproche para ser oído por todos:
"Chávez,
usted parece un político". "Entendido", le replicó Chávez.
Felipe
Acosta, que medía dos metros y no habían logrado someterlo diez contendores, se
paró de frente al comandante, y le dijo: "Usted está equivocado, mi comandante.
Chávez no es ningún político. Es un capitán de los de ahora, y cuando ustedes
oyen lo que él dijo en su discurso se mean en los pantalones".
Entonces
el coronel Manrique puso firmes a la tropa, y dijo: "Quiero que sepan que
lo dicho por el capitán Chávez estaba autorizado por mí. Yo le di la orden de
que dijera ese discurso, y todo lo que dijo, aunque no lo trajo escrito, me lo
había contado ayer". Hizo una pausa efectista, y concluyó con una orden
terminante: "¡Que eso no salga de aquí!".
Al
final del acto, Chávez se fue a trotar con los capitanes Felipe Acosta y Jesús
Urdaneta hacia el Samán del Gúere, a diez kilómetros de distancia, y allí
repitieron el juramento solemne de Simón Bolívar en el monte Aventino. "Al
final, claro, le hice un cambio", me dijo Chávez. En lugar de "cuando
hayamos roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español",
dijeron: "Hasta que no rompamos las cadenas que nos oprimen y oprimen al
pueblo por voluntad de los poderosos".
Desde
entonces, todos los oficiales que se incorporaban al movimiento secreto tenían
que hacer ese juramento. La última vez fue durante la campaña electoral ante
cien mil personas. Durante años hicieron congresos clandestinos cada vez más
numerosos, con representantes militares de todo el país. "Durante dos días
hacíamos reuniones en lugares escondidos, estudiando la situación del país,
haciendo análisis, contactos con grupos civiles, amigos. "En diez años -me
dijo Chávez- llegamos a hacer cinco congresos sin ser descubiertos".
A
estas alturas del diálogo, el Presidente rió con malicia, y reveló con una
sonrisa de malicia: "Bueno, siempre hemos dicho que los primeros éramos
tres. Pero ya podemos decir que en realidad había un cuarto hombre, cuya
identidad ocultamos siempre para protegerlo, pues no fue descubierto el 4 de
febrero y quedó activo en el Ejército y alcanzó el grado de coronel. Pero
estamos en 1999 y ya podemos revelar que ese cuarto hombre está aquí con
nosotros en este avión". Señaló con el índice al cuarto hombre en un sillón
apartado, y dijo: "¡El coronel Baduel!".
De
acuerdo con la idea que el comandante Chávez tiene de su vida, el
acontecimiento culminante fue El Caracazo, la sublevación popular que devastó a
Caracas. Solía repetir: "Napoleón dijo que una batalla se decide en un
segundo de inspiración del estratega". A partir de ese pensamiento, Chávez
desarrolló tres conceptos: uno, la hora histórica. El otro, el minuto
estratégico. Y por fin, el segundo táctico. "Estábamos inquietos porque no
queríamos irnos del Ejército", decía Chávez. "Habíamos formado un
movimiento, pero no teníamos claro para qué". Sin embargo, el drama
tremendo fue que lo que iba a ocurrir ocurrió y no estaban preparados. "Es
decir -concluyó Chávez- que nos sorprendió el minuto estratégico".
Se
refería, desde luego, a la asonada popular del 27 de febrero de 1989: El
Caracazo. Uno de los más sorprendidos fue él mismo. Carlos Andrés Pérez acababa
de asumir la presidencia con una votación caudalosa y era inconcebible que en
veinte días sucediera algo tan grave. "Yo iba a la universidad a un
postgrado, la noche del 27, y entro en el fuerte Tiuna en busca de un amigo que
me echara un poco de gasolina para llegar a la casa", me contó Chávez
minutos antes de aterrizar en Caracas. "Entonces veo que están sacando las
tropas, y le pregunto a un coronel: ¿Para dónde van todos esos soldados? Porque
sacaban los de Logística que no están entrenados para el combate, ni menos para
el combate en localidades. Eran reclutas asustados por el mismo fusil que
llevaban. Así que le pregunto al coronel: ¿Para dónde va ese pocotón de gente?
Y el coronel me dice: A la calle, a la calle. La orden que dieron fue esa: hay
que parar la vaina como sea, y aquí vamos. Dios mío, ¿pero qué orden les
dieron? Bueno Chávez, me contesta el coronel: la orden es que hay que parar
esta vaina como sea. Y yo le digo: Pero mi coronel, usted se imagina lo que
puede pasar. Y él me dice: Bueno, Chávez, es una orden y ya no hay nada qué
hacer. Que sea lo que Dios quiera".
Chávez
dice que también él iba con mucha fiebre por un ataque de rubéola, y cuando
encendió su carro vio un soldadito que venía corriendo con el casco caído, el
fusil guindando y la munición desparramada. "Y entonces me paro y lo
llamo", dijo Chávez. "Y él se monta, todo nervioso, sudado, un
muchachito de 18 años. Y yo le pregunto: Ajá, ¿y para dónde vas tú corriendo
así? No, dijo él, es que me dejó el pelotón, y allí va mi teniente en el
camión. Lléveme, mi mayor, lléveme. Y yo alcanzo el camión y le pregunto al que
los lleva: ¿Para dónde van? Y él me dice: Yo no sé nada. Quién va a saber,
imagínese". Chávez toma aire y casi grita ahogándose en la angustia de
aquella noche terrible: "Tú sabes, a los soldados tú los mandas para la
calle, asustados, con un fusil, y quinientos cartuchos, y se los gastan todos.
Barrían las calles a bala, barrían los cerros, los barrios populares. ¡Fue un
desastre! Así fue: miles, y entre ellos Felipe Acosta". "Y el
instinto me dice que lo mandaron a matar", dice Chávez. "Fue el minuto
que esperábamos para actuar". Dicho y hecho: desde aquel momento empezó a
fraguarse el golpe que fracasó tres años después.
El
avión aterrizó en Caracas a las tres de la mañana. Vi por la ventanilla la
ciénaga de luces de aquella ciudad inolvidable donde viví tres años cruciales
de Venezuela que lo fueron también para mi vida. El presidente se despidió con
su abrazo caribe y una invitación implícita: "Nos vemos aquí el 2 de
febrero". Mientras se alejaba entre sus escoltas de militares condecorados
y amigos de la primera hora, me estremeció la inspiración de que había viajado
y conversado a gusto con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte
empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un
ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más.
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