Alfonso Reyes en el incomparable París, 1925-1927

“Alfonso Reyes en el incomparable París, paseo por los días de Reyes como embajador en París 1925-1927” es el título completo del primer capítulo de Alfonso Reyes. Dos años en París. 1925-1927, que se reproduce a continuación. El logradísimo volumen, rico en fotografías e imágenes, ha sido editado por Adolfo Castañón, David Noria y Guillaume Pierre. Además de textos de los tres mencionados, y de ocho textos del mismo Reyes, contribuciones de Víctor Barrera Enderle, Fabienne Bradu, Javier Garciadiego y José Luis Martínez y Hernández
Por ADOLFO CASTAÑÓN
Alfonso Reyes llegó al «incomparable París» el martes 14 de octubre de 1924, procedente de México, donde había estado varias semanas. Iba acompañado de Manuela Mota y de su hijo, tenía 35 años y desde octubre de 1920 se había reintegrado al servicio diplomático en Madrid, luego de una década de actividad independiente y de su desprendimiento del Servicio Exterior Mexicano en septiembre de 1914. La primera vez que había estado en París había sido justamente ese año, cuando entró a trabajar como segundo secretario en la Embajada de México, puesto que le debía a Victoriano Huerta. La primera persona a la que ve en esta segunda ocasión es al peruano Francisco García Calderón, autor del prólogo a su libro Cuestiones estéticas (1911). Ese mismo día visitó por la noche el Circo de Invierno junto con su hijo. Un francés al que encontró fue a su amigo y traductor Jean Cassou, con el cual sostendría una interesante correspondencia a lo largo de los años. Como el presidente Calles estaba de paso por París, fue a saludarlo. Antes de presentar sus cartas credenciales hizo dos viajes breves, uno a Madrid y otro a Roma. Al regresar de España se encontró en París con Ramón Menéndez Pidal, Américo Castro, Miguel de Unamuno y Blasco Ibáñez. Ya desde mediados de diciembre de 1924 lo acompañaba el barullo de los diarios de México que «habían echado a volar mil fantasías sobre mi situación».
En espera del placet, se entretiene en recorrer París, ver museos, teatros, convivir y comer con los amigos. Por fin el 16 de diciembre de 1924 el gobierno francés emite el esperado placet. Christopher Domínguez recuerda que Reyes vivió algunos meses de 1924 en el departamento donde había agonizado Marcel Proust, en el número 44 de la rue Hamelin. ¿No hay en ese hecho, en apariencia casual, una cierta predestinación? Aunque Reyes no lo sabe, esta carta de beneplácito corona una serie de informes, correspondencias y notas invariablemente positivas en torno a su persona, que se encuentran en los archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia.
Finalmente, el 21 de enero de 1925 presenta sus cartas credenciales, según el apunte del 26 de ese mismo mes. Empieza la navegación por el «océano de la tournée diplomatique». De hecho, los días que Reyes pasará como embajador en París estarán marcados por esa inacabable y maratónica procesión mundana: «Me cansa estar de cupletista a la moda». Una segunda vertiente de inquietud la representa la impostergable «necesidad de poner orden a esa legación que estaba completamente abandonada». A don Alfonso le tocará transformar la legación en embajada. De hecho, cabría decir que más allá de los saludos y actos sociales, el legado y herencia de Alfonso Reyes tienen que ver con una profunda reorganización administrativa de la Embajada, al tiempo que atender los temas de México en la prensa. Esa reorganización es paralela a la escritura de una serie de textos incluidos en su libro Crónica de Francia 1925-1927, recogido en Misión diplomática y que da cuenta del profesionalismo de Reyes como embajador y como observador de los acontecimientos internacionales que rodean su gestión. El 27 de enero de 1925 Manuela, su esposa, «sufrió un accidente de auto, del […] que salió con una leve cortada de vidrio en la cara, que aunque leve le ha dejado señal en la mejilla izquierda». A Reyes le duele que los amigos de México, salvo Francisco Monterde y Juan Sánchez Azcona no le hayan «telegrafiado para informarse de la salud de mi mujer».
El 11 de marzo de 1925 la Revue de l’Amérique Latine le ofrece a Reyes un banquete en el hotel Carlton, con más de 180 cubiertos. Hubo baile y conversación «y la sesión literaria más amena que he visto en mi vida». Hablaron ahí el hispanista Ernest Martinenche y, a nombre de los diplomáticos hispanoamericanos, el embajador de Brasil Luis de Souza Dantas, el de Ecuador Gonzalo Zaldumbide quien «hizo un verdadero estudio de mi obra» y el venerable poeta Jean Richepin, quien rondaba los 75 años y le dio el «espaldarazo» (l’accolade). En su discurso Reyes recordó su paso por el Liceo francés de México. También estuvo presente el exministro Léon Honnorat. El 17 de mayo cumpliría 36 años y a fines de ese mes le tocó presidir el Congreso Internacional de los Pen Clubs en el que estuvieron presentes John Galsworthy, Miguel de Unamuno, Luigi Pirandello y Heinrich Mann, entre otros. A fines de mayo de 1925 empezaron a llegar por fin sus libros. En septiembre arregla el reconocimiento de la Gran Bretaña para México y empieza a afinar las relaciones diplomáticas de México con Suiza que finalmente, gracias a sus gestiones, quedarán regularizadas más adelante. Se queja de que casi no tiene tiempo para leer. El 16 de septiembre de 1925 ofreció un banquete que el gobierno mexicano no había dado en París desde 1921 y que contó con 650 invitados (el costo de la fiesta ascendió a 3,325 francos). Este número de invitados produjo una cómica crisis por falta de damas que acompañaran a los invitados. La reunión fue un gran éxito, el 16 de septiembre era también el aniversario de Manuela Mota y se dio un doble festejo.
Poco a poco se asienta la vida. En el número 23 de la rue Cortambert establece la costumbre de recibir las tardes de domingo a ciertos invitados escogidos: Enrique González Martínez, José Moreno Villa, Pedro Figari, Jean Cassou, Corpus Barga, Francisco García Calderón, Arturo Pani, Toño Salazar y el abate González de Mendoza, entre otros. El ritmo de trabajo es aterrador: «De las 3 de la mañana a las 12 de la noche». Eso no le impide hacer observaciones certeras que hablan de los funcionarios españoles: «Se diría que para ellos Europa es el juez, ellos el acusado, y América el cuerpo del delito» (22 de diciembre de 1925). Tampoco le impide convivir con pintores como Robert y Sonia Delaunay, ni con su amigo Jules Romains, cuyas obras lee y sigue (de hecho, la correspondencia con este notable autor es caudalosa y se prolonga durante muchos años).
La vertiginosa actividad de Alfonso Reyes entre 1925 y 1927 no le impidió escribir en París «la ciudad de piedra», algunos de sus mejores y más significativos poemas: «Arte poética», «Jacob», «Oda contenta», «Dos horas para ti», «Tonada del acero de la mañana», «El hombre triste», «Si solo fuera». A esos siete poemas hay que añadir otros como «Parque», «Al salir del Jockey Club», «El entierro del perro Bobby» (atropellado por un automóvil), «Antología del amor occidental» y «Tarde».
Recuérdese que el París al que llega Reyes en octubre de 1924 no le es del todo ajeno. Se reencontrará ahí con numerosos amigos y relaciones y atesorará como pocos esa proteica capacidad suya para convivir no sólo con el mundo oficial, diplomático y aun aristocrático, sino con los escritores y artistas de toda laya con los que va amistando. El experimento de la cordialidad universal que tan buenos resultados le había dado en España, abriéndole de par en par las puertas de esa cerrada sociedad, desde la nobleza hasta las orillas bohemias, heterodoxas y marginales, conectadas por el hilo dorado de la letra, el arte y la poesía, se reproducirá en París, donde Reyes frecuenta prácticamente a todos los ciudadanos de la república literaria, a los diplomáticos y artistas, libreros y anticuarios, banqueros y periodistas, profesores, filósofos y diletantes, pintores, fotógrafos, músicos, coreógrafos, desterrados, caricaturistas… No es extraño en ese contexto que estos encuentros se hubiesen dado en ciertos lugares. Uno de esos espacios fue el exclusivo y tradicional Jockey Club de París, foco de reunión de la aristocracia y de la nobleza, sede de las autoridades hípicas francesas y lugar de encuentro de la alta sociedad —recuérdese que Charles Swann, uno de los personajes de Marcel Proust, fue presentado como uno de sus miembros— y de una sociedad que bailaba, apostaba, murmuraba y se divertía en sus salones desde la noche hasta que el día despuntaba. Reyes lo frecuentó y dejó una viñeta de ese espacio:
Los techos de París exhalan
ya las primeras golondrinas
y en el bochorno azul que baja
sube una paz vegetativa.
Silencio, cuando la caricia
sus pétalos olvida por las frentes.
Miente quien dijo «todavía»
y quien dijo «ya no más» miente.
Desde cada pestaña,
una gotita de risa le tiembla,
mientras divaga el ala de la luna,
entre la noche coqueta de estrellas.
Cabe suponer que Alfonso Reyes alude en este poema a las pestañas de Alice Prin, mejor conocida como Kiki de Montparnasse (1901-1953), la cantante, artista, poeta y modelo de la que consta que fue amigo y confidente.
Una de las amistades más singulares que hizo Reyes en París fue la de la librera y editora Adrienne Monnier, quien en 1926 tuvo la idea, siguiendo una de André Gide, de organizar una venta de libros privados firmados. La venta se realizó el 14 y 15 de marzo de 1926 y tenía como objeto resarcir a la autora las pérdidas que le había producido la edición de la revista Le Navire d’Argent, en cuyo último número Reyes publicaría. Además de los mencionados escritores, consta su amistad con el poeta surrealista Robert Desnos, quien le pidió su retrato para la galería del periódico Paris-Soir.
A lo largo de los intensos y agitados años de esa embajada dio no pocas entrevistas sobre «asuntos mexicanos», como las concedidas a la agencia Havas y a la revista L’Europe Nouvelle. Esos «asuntos mexicanos» tenían que ver con el conflicto religioso que más tarde Jean Meyer llamaría la guerra cristera. Por esos días, en noviembre de 1926, según anota el día 28, visita el Jardin des Plantes (Museo de Historia Natural) para ver los animales mexicanos que nuestro país canjeó con Francia.
Hay vasos comunicantes entre la escritura, la traducción al francés y la preparación del libro nuevo de Reyes Pausa, que se imprimió en París. Jean Prévost, recién casado con la traductora Marcelle Auclair, le llevaría personalmente los ejemplares de Pausa a su domicilio. En los temas oficiales, Reyes auspició por esos días la entrada de México en el Instituto de Cooperación Intelectual dependiente de la Sociedad de Naciones. Esta iniciativa tendría a la larga consecuencias benéficas para México. Algunas semanas antes, Reyes recibiría desde España el primer ejemplar de su libro Reloj de sol. Podría decirse que Reyes lanzaba un ojo al gato y otro al garabato, y escribe a vuelapluma el artículo «Viaje a la España de Castrogil», mientras da a Adrienne Monnier el poema «Trópico» (luego llamado «Golfo de México») para la mencionada revista Le Navire d’Argent. Le toca presenciar la caída del gabinete de Briand-Caillaux, cosa que solo le merece unas líneas el 27 de junio de 1926. En julio de ese mismo año se encuentra trabajando en el Nuevo Tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre Francia y México. En agosto manifiesta su «adhesión al presidente con motivo de la cuestión religiosa» y envía un mensaje de «adhesión de personalidades mexicanas que están en París con motivo de la cuestión eclesiástica». Esta cuestión y la consecuente fiebre de trabajo, dice, increíblemente, que «le hace bien a los nervios». En compensación, se da un «inmenso éxito en la prensa y la crítica de la exposición de niños pintores mexicanos que hace Ramos Martínez en Paris-Amérique Latine.
Viaja a Bruselas unos días en agosto de 1926 con su esposa. Lo abruman los turistas norteamericanos. Asiste al estreno de Animus et Anima de Paul Claudel. El 13 de septiembre de 1926 anota que «Hice quitar una escasa docena de carteles injuriosos para el gobierno de México que los fanáticos pegaron por París. Asunto sin trascendencia, que nació muerto». Prefiere no hacer la fiesta del 15 de septiembre pues la mayoría de los posibles invitados están veraneando y decide «hacer recepción matinal, champán de honor, oficial, en la Legación, sin familias, el 16 por la mañana». Ese mismo mes, el 21 de septiembre, firma la convención sobre el suero antidiftérico y envía a la Secretaría de Relaciones Exteriores para su revisión en México el anteproyecto del nuevo Tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre México y Francia. Ya desde esas fechas empieza a recibir mensajes de su amigo Genaro Estrada relacionados con su traslado: «Se piensa trasladarlo por probable próximo viaje Pani». En efecto, el 28 de septiembre de 1926, le llega «mensaje oficial anunciando mi traslado a Madrid». Empieza el doble compás de empacar y cerrar puertas, suspender suscripciones, cerrar cuentas de bancos, organizar despedidas, avisar a la prensa y esperar pacientemente las noticias oficiales. Mientras tanto, prepara sus papeles, conferencias y poemas, escritos en francés y en español. No deja de frecuentar a sus amigos españoles, franceses y mexicanos, entre los que se encuentran Jean Cocteau, Robert Desnos, Jules Romains, Benjamin Crémieux, sin olvidar a los connacionales residentes en París, en especial su amigo el pintor Ángel Zárraga.
El 2 de octubre un escritor colombiano le pide que lo presente con el escritor francés-mexicano Ramón Fernández. Un lugar aparte merece la visita que le hace el escritor Paul Morand, quien viajará a México por esos días y a quien volverá a encontrar años después en Brasil. No pierde el hilo de sus investigaciones que lo llevan a casi concluir sus Cuestiones gongorinas que enviará a Enrique Díez Canedo a Madrid el 4 de enero de 1927. Mientras el ruido periodístico en México zumba a su alrededor, Reyes toma el té con Paul Morand, Edmond Jaloux, Paul Valéry y Paul Hazard, entre otros. En febrero de 1927 su amigo y traductor Valery Larbaud lo llevó «a ver los soldaditos de plomo de Paul Cleunand, presidente de la Sociedad de Coleccionistas. Están para acabar la colección de la Conquista de México (por espontánea decisión de la Sociedad). Tendré yo un ejemplar, y haré que tres o cuatro amigos les compren otros». El 14 de enero de 1927 Reyes anota: «Entrego al presidente Doumergue mis cartas de retiro». Dos días antes recibió la Encomienda de la Legión de Honor.
El 19 de marzo de 1927 se da en París un banquete en honor de Alfonso Reyes, con la participación de Gabriela Mistral, Martinenche, André Honnorat y Anatole de Monzie. Esa misma tarde hay una recepción en su honor compuesta por mil personas. Paul Valéry le envía dedicado el libro La Jeune Parque (La Joven Parca). El 20 de marzo de 1927 sale Alfonso Reyes a las 8:37 de la mañana. Detrás de sí deja una embajada funcionando y un legado diplomático ejemplar que tendrá muchos frutos para México y para Francia en los años que vienen.
*Alfonso Reyes, Dos años en París, 1925-1927. Edición: Adolfo Castañón, David Noria y Guillaume Pierre. Textos: Víctor Barrera Enderle, Fabienne Bradu, Adolfo Castañón, Javier Garciadiego, José Luis Martínez y Hernández, David Noria y Guillaume Pierre. Fondo Editorial de Nuevo León. México, 2024.
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