¿Resurgen los imperios?

En 1987 Paul Kennedy publica El Ascenso y Caída de las Grandes Potencias: Cambio Económico y Conflictos Militares del 1500 al 2000, obra que estudia la política y la economía de las grandes potencias 1500 a 1980 y la razón de su decadencia argumentando “que la fuerza de una gran potencia puede medirse adecuadamente solo en relación con otras potencias, y proporciona una tesis directa y persuasivamente argumentada: la supremacía de la gran potencia (a largo plazo o en conflictos específicos) y que se correlaciona fuertemente con los recursos disponibles y la durabilidad económica”.
Igualmente asegura el autor que “el triunfo de cualquier gran potencia o el colapso de otra, ha sido por lo general consecuencia de la larga lucha de sus fuerzas armadas; pero también han sido las consecuencias de la utilización más o menos eficiente de los recursos económicos productivos del estado en tiempos de guerra y, además, en segundo plano, de la forma en que la economía de ese estado había estado subiendo o bajando, en relación con las otras naciones líderes, en las décadas anteriores al conflicto real”.
Me vino a la mente este trabajo puesto que la llegada de Donald Trump al poder y sus primeras decisiones, así como las reacciones de otros actores en el sistema internacional, pudieran llevarnos a considerar que más que a un mundo multipolar como proclaman muchos líderes, nos dirigimos a una conformación de tres imperios que dominarán el mundo por un tiempo indefinido.
Recientemente había escrito en este mismo diario que “en un contexto geopolítico en donde el llamado Sur Global adquiere cada vez menos relevancia solo quedan en el tablero los actores que comparten características con la política de Trump: China y Rusia, ambos irredentos geográficamente, políticamente autoritarios, potencias nucleares, cada vez más alejados del multilateralismo y en consonancia con los antivalores políticos y culturales de un occidente con el cual tampoco Trump pareciera estar demasiado comprometido”.
Sin embargo, en este torbellino de decisiones se vislumbra, con los cambios que nos asombran cada día con elementos nuevos, que hacen pensar que el nuevo orden mundial estará conformado por tres imperios con Estados Unidos a la cabeza, nos indica que no va a ser un mundo de reglas sino más bien del uso de la fuerza, las conquistas territoriales, la disuasión, mayor gasto en armamento, todo ello acompañado de una guerra arancelaria y monetaria y por supuesto, anulando toda gobernanza global que conocimos desde 1945.
Dos escenarios de competencia entre estos nuevos imperios que se conforman serán el ártico y el espacio. Por lo pronto Donald Trump está tomando la delantera de manera firme en estos asuntos. Veamos:
Las visitas de altos funcionarios norteamericanos a Groenlandia confirman la intención de apoderarse de este territorio, hoy bajo un régimen especial de Dinamarca. La extraordinaria importancia estratégica, en la cual Rusia y China mantienen su atención, además de la existencia de tierras raras, la convierten en el foco de un posible conflicto. Por lo pronto la presidenta danesa está de visita en el territorio para ratificar su defensa, aunque poco puede hacer frente a las acciones de Trump sin el apoyo del resto de los europeos, debilitados también por las políticas de Estados Unidos al desacoplarse de la OTAN. Un éxito de Trump, aunado con su pretensión de anexarse también a Canadá y controlar el Canal de Panamá, lo convertiría en el emperador.
El espacio ultraterrestre, tema que ha sido de negociaciones infructuosas desde el siglo pasado, especialmente en lo referido a la colocación de armamento en satélites, ha dado paso a la carrera por los cuerpos celestes, no solamente la luna, sino la posibilidad de llevar el hombre a Marte. El rezago en esta materia de China y Rusia como potencias en el espacio estelar probablemente sea superado con creces por la encomienda que le ha hecho recientemente Trump a Elon Musk de enviar un hombre a Marte. Este último aspira a pasar a la historia como lo fueron los protagonistas de la obra Momentos estelares de la humanidad de Stephan Zweig.
En su libro Paul Kennedy decía que aquella potencia dominara los mares lo haría con el mundo. Hoy se agrega el espacio sideral, lo que explica los gastos importantes en los sistemas de cohetería y comunicaciones.
Igualmente, concluye su obra augurando que “la tarea que enfrentan los estadistas estadounidenses en las próximas décadas, por lo tanto, es reconocer que las tendencias generales están en marcha, y que existe la necesidad de ‘gestionar’ los asuntos para que la erosión relativa de la posición de Estados Unidos se produzca lenta y suavemente, y no se vea acelerada por políticas que traen solamente una ventaja a corto plazo, pero una desventaja a más largo plazo».
Pareciera que la administración de Trump ha tomado en serio esa conseja, no solamente para cesar la erosión del poder de Estados Unidos, sino aún más, reforzarlo y convertirlo en un Imperio con mayúsculas, con las consecuencias que ello conlleva para el resto de la comunidad internacional.
Después de los imperios precolombinos, de Jean-Jacques Dessalines en Haití y Maximiliano de Habsburgo en México, Donald Trump debuta como tal en América emulando al Imperio romano: los barbaros fuera de los limes.
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