miércoles, 2 de septiembre de 2015

Isabel Allende: usted se equivoca

Isabel Allende: usted se equivoca

Sepa que me indigna y me saca de juicio tener que reconocer que Chile es lo que ha llegado a ser gracias a la histórica decisión del establecimiento político y cultural chileno –su Congreso, su Tribunal Supremo de Justicia, su Contraloría General de la República, su Fiscalía, en fin: todas las instituciones del acorralado Estado nacional que contribuyera a formar nuestro inolvidable Andrés Bello– de autorizar la intervención de las fuerzas armadas chilenas.
Conocí fugazmente a la gran novelista chilena Isabel Allende, de cuando vivía en Colinas de Bello Monte y disfrutaba de las delicias y leves encantos de un país en el que todavía se podía ser feliz e indocumentado. “El más caro del mundo”, dice ella, y no le falta razón. A pesar de lo cual a nadie le faltaba nada, una cola para intentar conseguir un litro de leche era una pesadilla tercermundista inimaginable en las barriadas populares de sus pueblos y ciudades y los viernes y sábados reventaban las cornetas acústicas de todas sus urbanizaciones y clases sociales inundando el espacio de sus dulces atardeceres con Celia Cruz y Willie Colón resonando: “Usted abusó, sacó provecho de mí abusó…” o, más al fondo del folklore caribeño la percusión de Milton Cardona requinteaba en clave de guaguancó “se me olvidó que te olvidé, a mí que nada se me olvida…”. Con el violín del judío maravilloso Lewis Kahn, a quienes conociera en la 48 y Broadway en tiempos de grabar Caribe, con Soledad y Willie. La propia nota.
Recuerda Isabel Allende en un reciente artículo sobre nuestras tribulaciones sus vivencias en la Caracas de la felicidad, cuando ni ella ni ninguno de nosotros siquiera sospechaba que debajo de esa gracia, de ese maravilloso desenfado, de esa sensualidad y ese dolce far niente se anidaba la gran traición. Cuando el golpismo, cuidadosamente anidado en los cuarteles del militarismo bolivariano y en los trasnochados despachos de senadores y diputados ávidos de poder, ya inveterado pero entonces mantenido en una discreta distancia tras las bambalinas de la Venezuela saudita, criaba a los golpistas prontos a darle el zarpazo a la ingenuidad y atragantarse de represión, de maldad, de ignominia, de narcotráfico, de saqueo, de traición a nuestra soberanía. Para mayor INRI, enarbolando la bandera roja y la hoz y el martillo.
Una ignorancia en absoluto culposa. ¿Por qué habría de saber Isabel Allende que la democracia que nos permitía el goce y el disfrute de ese Caribe luminoso y vital como si de un espontáneo regalo de los dioses se tratara, barnizaba una realidad menos lustrosa y más, muchísimo más áspera, bárbara, violenta, primitiva, caudillesca, machetera y delincuente? ¿Por qué y cómo habría de saber nuestra exitosa novelista que mientras desayunábamos con Hernán Santa Cruz en el Hotel Savoy de Chacaíto ya existía el MBR 200 y Francisco Arias Cárdenas, Hugo Chávez, Joel Acosta Chirinos, Felipe Acosta Carlez y Jesús Urdaneta Hernández  avanzaban a paso de vencedores a echar abajo esa escenografía de la inconsciente felicidad de los venezolanos que, malagradecidos como si fuera un mal de su raza, echarían abajo a tanquetazos?
Es esa misma inconsciencia lo que explica el profundo error que comete y el imperdonable despiste que certifica cuando afirma que esa destrucción –hoy por hoy ya en estado de devastación y crisis humanitaria– es igualita a la provocada por Pinochet en Chile. Pues en Chile –y conste que hablamos con su misma autoridad moral, pues llegamos a Venezuela por sus mismas o peores razones, desterrados por la dictadura militar chilena que de habernos echado manos ponía fin a esta maravillosa aventura que ha sido nuestra vida– esa destrucción ya existía y avanzaba viento en popa hacia esta misma devastación, aunque muchísimo peor por más miserable: Chile no tenía, no tiene ni tendrá la gratuita, abundosa y extravagante riqueza de sus bienes que a los venezolanos nos dispensa sin pedirnos nada a cambio la madre naturaleza. Éramos pobres de misericordia.
Y la intervención militar, un cruento y fatal accidente histórico causado por la miopía, el fanatismo, la ceguera y la monstruosa e irresponsable mezquindad de la clase política chilena –de extrema izquierda a extrema derecha– se convirtió en una necesidad histórica precisamente para evitar se consumara la devastación con la guinda de la torta de una dictadura fanática, policiaca, constituyente y totalitaria. De otro signo, obligado es reconocerlo, que la que se impusiera desde las alturas del poder, capaz de dejar la escena tras cumplir su cometido, mediante libres y transparentes elecciones. Lo que ni la cubana –que ya lleva 56 años– ni menos la nuestra, su satrapía –que en tiempo ya alcanzó a la chilena–, harán posible. Si tras dieciséis años de izquierdismo castrochavista, con la mayor renta petrolera jamás tenida en toda su historia contemporánea por la Venezuela prodigiosa, nuestro país se hunde en el pantano de la miseria, el crimen y la ruindad moral, ¿dónde estaría nuestro Chile del corazón, pobre de solemnidad y arrinconado en la última orilla del planeta, si no se le ponía atajo a la radicalización, se impedía el horror de una guerra civil y una dictadura socialista, castrista, mirista, comunista o como quiera llamársela? Usted, que vive y ha triunfado gracias a su imaginación, imagíneselo. Yo, con mis escasas dotes, no puedo.
Sepa que me indigna y me saca de quicio, a mí, cuya vida cambió para siempre por el pinochetazo, que en el abandono y la pobreza del destierro solía drenar mi odio contra el general asesino escribiendo poemas impresentables y cuentos de mala muerte, tener que reconocer que Chile es lo que ha llegado a ser gracias a la histórica decisión del establecimiento político y cultural chileno –su Congreso, su Tribunal Supremo de Justicia, su Contraloría General de la República, su Fiscalía, en fin: todas las instituciones del acorralado Estado nacional que contribuyera a formar nuestro inolvidable Andrés Bello– de autorizar a la intervención de las fuerzas armadas chilenas. Que salvo el uso del uniforme y la disposición sobre armas de guerra no resisten la más mínima comparación con las  fuerzas armadas venezolanas. Que en lugar de impedir la consumación de la devastación final, como hicieran las chilenas, la han propiciado y llevado a cabo. Todo por enriquecerse a manos llenas.
Otra cosa muy distinta, querida Isabel, es que en ese turbión que removiera hasta los últimos conchos de nuestra identidad nacional se nos muriera en los brazos el Chile de nuestra infancia y adolescencia: ese Chile rural y campechano, ingenuo, polvoriento, aromático a eucalipto, cilantro y orégano, generoso, solidario, fiel al asilo contra los opresores, izquierdoso y ahuasado, orgulloso de sus glorias nacionales, la Batalla Naval de Iquique y el abrazo de Chacabuco. Sin odios ni resentimientos. Ese Chile de chicha, vino tinto y empanadas de horno. Para ser arrasado por el Chile de la modernidad, la globalización, las autopistas, las torres monumentales y los vertiginosos rascacielos. No podemos hacer nada por tratar de reconstruirlo, a no ser caer en la estúpida pretensión de montarnos en una retroexcavadora y querer disfrazar a Michelle Bachelet de Salvador Allende. El último intento de nuestra descerebrada izquierda marxista. Que Dios no lo quiera. O volveremos a revivir la tragedia.
@sangarccs

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