Ultrasecretos
Asalto en el Metro y atraco al amanecer
L.J. Hernández, QUINTO DÍA
9 DE OCTUBRE DE 201.
La delincuencia no cree en la OLP, ni en quién es el comisario
Apenas se oyó la voz que anunciaba la próxima parada, un hombre pistola en mano la puso sobre el cuello del maquinista: “O te paras aquí o te quedas sentado para siempre”.
El asombrado operador escogió el primer camino. La máquina se detuvo.
En los vagones, como autómatas, dos hombres se levantaban.
Anunciaban, no la próxima parada, sino el audaz atraco e iniciaron la gran requisa.
Carteras, celulares caían en la bolsa dispuesta por los asaltantes.
El Metro siguió a la orden de los inesperados dueños, cargando con los bienes del bolsillo de los pasajeros, que no podían creer lo que estaban viendo.
Una joven entregó su celular, pero para sorpresa suya el exquisito atracador se lo devolvió con rabia, “¡Esa vaina no sirve!”, le gritó.
Él buscaba un teléfono más inteligente.
Llega al final a la próxima parada y a toda prisa descienden los ocupantes, entre ellos una joven descalza. Había entregado al hampa sus zapatos. Frente a ella ya en tierra firme, un agente de policía.
Ella intentó explicarle por qué sus pies caminaban al desnudo. El policía la miró con ojos de burla: “Para mí que tú saliste sin zapatos de tu casa”, dijo el funcionario de la PNB. La muchacha enmudeció y contuvo sus lágrimas de rabia. Sus brazos hablaron por ella, su puño cayó sobre la cara del agente burlón.
Eso ocurrió a plena luz del día.
Asalto al amanecer
Lugar: Prados de Este. La quinta lucía silenciosa. Sus dueños habían salido sin problemas, como todos los días. De pronto se abrió el garaje y asomó el auto de una dama, última en abandonar el inmueble.
Más vale que no. Cuatro pistoleros acechaban antes que la puerta cerrara, entraron raudos y en pocos minutos eran dueños y señores de la bien amoblada residencia.
Sin que nadie los perturbara, iniciaron la premeditada requisa.
Vaciaron el inmueble y se marcharon tranquilos. Nadie los molestó en su tránsito.
Es que también son dueños de la calle. Ni siquiera desmontaron las cámaras y sus grabaciones en audio y video. El testimonio, la figura muy bien vestida del jefe del grupo y su voz grave y satisfecha, quedaron para contar la historia.
-Comisario, todo listo.
No sé si era comisario, y si lo era, nadie extraño al grupo lo conocía. Pero quedó su voz.
-¡Carajo, no digas esa vaina por teléfono!
Palabras más, palabras menos, así quedó grabada su respuesta.
El país de la Sodomía. Salvo que no somos pecadores, somos víctimas.
L.J. Hernández
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