La puerta por la que volvió la democracia
Ni formando parte de un plan maestro, concebido desde que el desvío desafortunado nos llevó a la tragedia que vivimos, hubiera podido ser mejor. Entramos unidos todos, con el voto como llave y no detrás de un hombre a caballo. Entramos guíados por la política, desde el momento en que comenzamos a escuchar a los políticos que no dejaron de hablarnos en calma y con mucha cordura, a una audiencia que se dejaba perturbar por el llamado a derribar la puerta con aventuras. Pudieron más, afortunadamente, la terquedad de Teodoro Petkoff y la paciencia de Ramón Guillermo Aveledo, junto al esfuerzo de muchos otros, que coronaron con la esperanza de poder construir un país mejor, el histórico logro que hoy vivimos, con la titánica y efectiva coordinación de ese gran arquitecto de consensos que es Chuo Torrealba.
Entramos, no podía ser de otra manera, con una vocería que tuvo el acierto de recordar a Rómulo Betancourt en el seno de lo que, salvo por los chillidos de quienes temen a la verdad, vuelve a ser un foro político. Recordando que la alternancia es un imperativo categórico que no solo está escrito en la Consitución estatuida, sino que está instalada en la Constitución real y efectiva de nuestro país. Ojalá terminen por entender, los autores de la ruina nacional, que Venezuela quiere vivir en democracia.
No hay otro camino, que insistir con el diálogo. Con la firmeza de un mandato indudable, el país no deja lugar a dudas de que ese es el camino que quiere seguir. La clara preferencia manifestada por la gran mayoría de la gente de entregarle la dirección del Parlamento, a un político experimentado como Henry Ramos Allup, es un mensaje claro de que la gente quiere diálogo.
Los venezolanos han entendido que no hay otro camino. El desafío que la sociedad venezolana tiene que enfrentar, no admite deslices ni diletancias. Requiere de un liderazgo colectivo unido, que reviva la política para concretar con toda la firmeza necesaria las aspiraciones de nuestra sociedad, de disfrutar de una vida digna, ejerciendo todos los derechos y cumpliendo a cabalidad la totalidad de los deberes, que están consagrados en nuestra Constitución.
La puerta por la que la democracia volvió, de la mano de la política, es la que abrió la representación popular que hoy conforma la Asamblea Nacional. No es una puerta derribada. Es una puerta abierta civilizadamente con la llave adecuada, contra la voluntad de un portero que ya se creía dueño del recinto y se negaba a franquear el paso y, sin embargo, pasamos.
Al final de esa histórica jornada, que es apenas el comienzo de un largo camino laborioso, cuando entramos, el recinto estaba, como apretado resumen de su situación, sin luz. Entramos con la linterna de la verdad y conectamos los reflectores de la libertad de prensa. Y los espantos que reinaban allí, la vulgaridad, la obsecuencia, la mandonería y la ignominia, ya brillan por su ausencia. Salieron corriendo. Del resto, han comenzado las labores de aseo.
Esto apenas comienza y luce esclarecedor. La democracia ha entrado por la puerta de su foro natural y saca de sus casillas a quienes siempre han despreciado la voluntad popular, a pesar haberse servido de ella. Hoy quisieran volver por sus fueros, y portan nuevamente su talante insurreccional, que nunca han abandonado. Están a tiempo de escoger el camino correcto.
Alguien por allí, parece entender, y arrima al debate a un sujeto que ha oficiado en los menesteres de la política. Pareciera, que alguien por allí entendió el mensaje: "Estese tranquilo diputado, que aquí la cosa cambió." También caben.
Va de suyo que hablo de aquí y de ahora.
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