Una sola patria
La alborada con la que amanecimos los venezolanos esta semana, nos llena de orgullo y de respeto, al ver, constatar y sentir que somos parte de una nación sólida convertida en una unidad de voluntades. Al fin pusimos de lado los egoísmos y visiones particulares, las fórmulas individuales de cómo lograr la recuperación de la democracia, remangándonos las camisas para fajarnos a trabajar juntos, en un solo bloque y así, con la unidad plena de fuerza y vitalidad lograr la sorprendente mayoría en una elección parlamentaria que ha de convertirse en algo ejemplar de nuestra historia republicana.
Salta a la vista del primer análisis la necesidad de mantener ésta unidad de ahora en adelante, para desenterrar las garras tiránicas de todas las manifestaciones democráticas sembradas en la Constitución.
No hay espacio posible que ocupe el régimen que no merezca sacrificios y lograr la verdadera democracia. Es indispensable referirnos a una, grande e indivisible República de Venezuela, ni de cuarta o de quinta y mucho menos buscar la entelequia de una sexta. Venezuela, insisto, debe ser una, grande, soberana, libre. Una de todos y para todos los venezolanos. Está en nuestras manos hacer una gran nación y abordar el futuro posible como un país donde los derechos de los ciudadanos ante la Ley sean iguales para todos sin distingo de raza, credo o filiación política.
Desmontemos la semiótica excluyente y segregacionista que tanto daño causa, que tanto odio genera, que tanta discriminación siembra. Entonemos el Alma Llanera, con sentimiento y orgullo y emprendamos los caminos de la recuperación de nuestra legitimidad nacional, reconociendo nuestro perfil: el crisol del mestizaje.
Hay que recuperar la majestad de nuestras universidades. Rescatemos de la ignominia lo que antes fue ejemplo y que hoy la infamia lo ha enterrado. Saquemos la nación del hoyo de la trampa mortal que con sagacidad tendieron aquellos que veneran la mediocridad y odian la excelencia, flagelando la Educación Superior.
Los intereses de una nación deben permanecer unidos en un haz de oportunidades, si pretendemos un sistema productivo que genere utilidad estimulante para la inversión y sea capaz de crear bases sólidas y fundamentales de un empleo digno, gratificante y estable para los trabajadores convertidos en plataforma de despegue en el crecimiento de la nación.
Hagamos de la patria el asiento para un pueblo que esté asegurado con el mejor sistema de salud posible, un programa de pensiones que le ofrezca tranquilidad a los mayores y una educación de excelencia que ilusione a nuestros jóvenes y su futuro.
La Asamblea Nacional no es una caja hueca, una celda de ruidosos e interminables debates salpicados por la ofensa y la agresión. La Asamblea debe promover soluciones para los conflictos más diversos con acuerdos objetivos cuyo propósito no sea diferente a la soberanía de los ciudadanos.
Por encima de todo debe prevalecer el compromiso moral y político con las clases populares, hoy víctimas de la vorágine incompetente del régimen.
Insisto en aquellas palabras de Jorge Luis Borges: “La patria no es de nadie, la patria somos todos”.
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