Maduro y el llegadero
Recuerdo los ya lejanos días de debate para la aprobación de la nueva Carta Magna. De aquellas abarrotadas asambleas populares en las cuales los candidatos a la Asamblea Nacional Constituyente debatíamos con los ciudadanos no solo el Proyecto de Constitución sino numerosas propuestas salidas de esas entusiastas concentraciones de hombres y mujeres con el espíritu activado por los deseos de justicia y de cambio.
Eran días en los cuales se respiraba un ambiente de verdadera democracia de calle. Había pureza y candidez en quienes veían el sueño de la refundación de la República como una posibilidad cierta para dejar atrás las prácticas que en ese momento hicieron que el sistema democrático representativo llegara a un estado de descomposición que provocó su agrietamiento. Se trataba de llegar al poder para hacerlo de manera distinta, para dejar atrás la corrupción, las practicas cogolléricas y las políticas económicas y sociales que derivaron en pobreza, desigualdad, marginalidad y una notoria división social que algunos siempre quisieron tapar pero que estaba allí.
El triunfo de Hugo Chávez abría el camino para convertir en realidad esos sueños de construir una mejor democracia, participativa y protagónica, como reza el texto de la constitución de 1999. Hubo ciertamente, logros innegables en materia social. Y sobre todo es inocultable que a las grandes mayorías se les dio, más allá de lo material, sentido de pertenencia. Chávez tuvo un discurso que se ganó el corazón de millones de seres humanos.
Pero en el camino comenzaron a aparecer distorsiones cuyas consecuencias hoy hacen mucho peso. En primer lugar, se abrió paso al mesianismo. Se estigmatizó de manera brutal a quienes reclamaron le necesidad de crear y promover un liderazgo colectivo. Se cerró el espacio al debate y se privilegió una estructura de partido y de gobierno absolutamente jerárquica. El partido, llámese MVR o PSUV, seria si acaso una estructura piramidal para el cumplimiento de instrucciones. Lo mismo pasaría en el gobierno. Y en el Estado. Una sola voz de mando y punto. Nada de contrapesos.
Se fueron impulsando políticas que estimulaban el control del Estado sobre actividades económicas que perfectamente podían seguir en manos del sector privado. Las empresas de Guayana pasaron a manos absolutamente inexpertas e ineficientes. Los trabajadores fueron afectados en sus derechos individuales y colectivos. La gerencia pública se convirtió en peor remedio que la presunta enfermedad.
Numerosas expropiaciones se tradujeron en la quiebra de empresas. Plantas de tomates, de maíz, proyectos de siembra, cooperativas y núcleos de desarrollo endógenos se transformaron en monte y culebra. Todo porque la denuncia se convertía en grave delito. Y por allí se derramaron millones de dólares que jamás se podrán recuperar. A ello se le suma la corrupción. Pdvsa, buque emblema del país, también sufrió distorsiones terribles cuyas consecuencias están más que a la vista. Se profundizó la dependencia del petróleo, se relegó a buena parte del sector empresarial y productivo nacional mientras se favorecía a empresarios y compañías extranjeras que hicieron su agosto.
Y nunca hubo espacio ni tiempo ni voces en los niveles de decisión que alertaran tempranamente sobre esos gravísimos errores. Todo por el enfermizo empeño en asociar la crítica con la deslealtad y la traición. Sin embargo, los altos precios petroleros ayudaron a sostener este esquema durante un largo tiempo que ya llega a su final. Las instituciones no jugaron su rol para ponerle coto a estas políticas contrarias al interés del país. Las voces críticas fueron apartadas u optaron por callarse. La culpa no es de la constitución. Ella es una víctima.
No todo fue o ha sido malo. Es verdad. Hay una lista de realizaciones y logros. Y también de personas que pusieron lo mejor de sí para que las cosas salieran bien. Pero, lamentablemente, al día de hoy la crisis que nos atrapa pone más de relieve los fracasos que los éxitos. El gobierno de Nicolás Maduro heredó muchos problemas. Serios. Muy graves. Y su pecado mayor ha sido la indecisión, la resistencia a tomar medidas, y el empeño en creer que corregir tantos desaguisados lo convierte en un traidor a eso que llaman el legado de Chávez, que como toda obra humana tuvo sus luces y sus sombras. A eso se le suma su equivocada tendencia a abrir frentes, a convertir en adversario a aquellos sectores con los cuales tiene que sentarse definitivamente para emprender el camino de rectificaciones que no esperan. En sus manos está el pasar a la historia como el facilitador de los cambios o el obstáculo para alcanzarlos. Ya estamos casi en el llegadero. Usted decide, señor presidente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario