De bonita a horrorosa
EL NACIONAL, 4 DE MAYO 2016 - 11:31 PM
Una guapa partidaria del chavismo le dio a este el nombre de “revolución bonita” poniendo de manifiesto su desconocimiento sobre la materia, porque en la historia humana no ha habido ningún proceso que siendo revolucionario sea también bonito. El chavismo surgió por el voto popular, sin barricadas ni luchas callejeras, como algo novedoso y prometedor, con ofertas de cambio y de progreso, en medio de un malestar general causado por la crisis económica de los años ochenta. No tuvo una aceptación general. Una parte mayoritaria del país, la más necesitada y crédula, lo acogió sin reservas, incluso con adoración (frenesí, decían los chavistas). Otro sector importante, de clase media, lo rechazó desde el principio por su origen militarista, golpista y pro cubano.
Durante tres lustros el chavismo lo tuvo todo: dinero en abundancia, poder absoluto, apoyo popular mayoritario, incondicionalidad de las Fuerzas Armadas y de los otros poderes públicos sometidos a la voluntad del Ejecutivo, ergo, a la voluntad de Chávez, quien, en razón del culto a la personalidad que le profesaban sus partidarios, dejó de ser el presidente constitucional de Venezuela para convertirse en el comandante de una revolución imaginaria. Este comandante, con todo lo que tuvo, pudo haber hecho la mejor gestión presidencial de toda la historia nacional si se hubiera rodeado de un equipo idóneo y si, en vez de escoger a Cuba como modelo y a Fidel Castro como tutor, hubiera dirigido su mirada a un sistema más exitoso, como el chileno, por ejemplo. Pero Chávez, que era un megalómano incorregible, se sintió atraído por Fidel Castro que en ese particular no se quedaba a la zaga de nadie.
Chávez tuvo muy buena fortuna. Siendo el único jefe militar alzado en 1992 que no encabezó las acciones, que fracasó y se rindió, se convirtió sin embargo en la figura más importante de la rebelión y del descontento nacional tal solo con aparecer brevemente en televisión para pedir a sus compañeros que depusieran las armas. En ese instante puso de manifiesto su indiscutible capacidad mediática. En su sitio de reclusión tuvo todo tipo de comodidades y consideraciones (muy distintas a las de Leopoldo López en la actualidad). Su celda fue un espacio abierto por donde desfilaron simpatizantes, ex guerrilleros, oportunistas de todo pelaje y una multitud de otras personas atraídas por la personalidad autoritaria de Chávez (imán de todos los dictadores que en el mundo han sido). Los partidos democráticos, con sus errores y confusiones, le pusieron el poder en las manos. Una vez en el poder, convocó la Asamblea Nacional Constituyente, elaboró una nueva Constitución a su medida, disolvió los poderes públicos establecidos y los “relegitimó” con sus partidarios. Con asesoría cubana puso en funcionamiento las “misiones” y un conjunto de otros beneficios sociales que lo atornillaron en el poder. Simultáneamente arremetía contra la empresa privada y deterioraba el aparato productivo nacional. Hacia mediados de su largo mandato, cuando su imagen se deterioraba, los precios del petróleo se dispararon alcanzando topes impensables (más de 130 dólares por barril). Enmendó la Constitución para quedarse en el poder a perpetuidad y gobernó 14 años, hasta su muerte, pero aspiraba a mucho más, tratando de igualar o superar a Fidel Castro que estuvo 49 años gobernando.
Pero Chávez abusó de su suerte. Se creyó invulnerable y no tomó precauciones. Ni siquiera atendió las señales que seguramente su organismo le envió. Un cáncer avanzado y sobrevenido acabó con su vida en poco tiempo. Sufrió mucho, pero en compensación murió sin presenciar el espectacular fracaso de su obra, a la que dedicó íntegramente sus últimos años. Murió creyendo que había sentado las bases del socialismo y que había liberado a Venezuela de la pobreza, del “imperio” y de la dependencia. Al poco tiempo de su muerte se derrumbaron los precios del petróleo y se produjo el fenómeno El Niño. Eran dos eventos predecibles, que habían ocurrido antes y de los que había indicios de repetición. Con los inmensos recursos financieros que manejó pudo haber mantenido una reserva en el Fondo de Estabilización Macroeconómica para enfrentar con éxito ambas eventualidades, pero no lo hizo.
Como resultado, la revolución, que nunca fue bonita, pasó a ser horrorosa, con escasez de todo, incluso del pan nuestro de cada día, con una inflación galopante causada por la emisión de dinero inorgánico, con una corrupción enorme producto del poder absoluto y sin control, con el hampa desatada matando venezolanos a diestra y siniestra, etc. Y lo peor es que no sabemos cómo será el final de la historia porque el gobierno mantiene una arrogancia y una prepotencia que no se corresponden con su debilidad y el pueblo en las calles asalta camiones de comida, se pelea por el botín y soporta lluvia y sol durante horas en colas interminables para adquirir uno o dos productos con precios regulados. Sin exageración, quizá estemos viviendo los momentos más difíciles de la historia nacional.
Una guapa partidaria del chavismo le dio a este el nombre de “revolución bonita” poniendo de manifiesto su desconocimiento sobre la materia, porque en la historia humana no ha habido ningún proceso que siendo revolucionario sea también bonito. El chavismo surgió por el voto popular, sin barricadas ni luchas callejeras, como algo novedoso y prometedor, con ofertas de cambio y de progreso, en medio de un malestar general causado por la crisis económica de los años ochenta. No tuvo una aceptación general. Una parte mayoritaria del país, la más necesitada y crédula, lo acogió sin reservas, incluso con adoración (frenesí, decían los chavistas). Otro sector importante, de clase media, lo rechazó desde el principio por su origen militarista, golpista y pro cubano.
Durante tres lustros el chavismo lo tuvo todo: dinero en abundancia, poder absoluto, apoyo popular mayoritario, incondicionalidad de las Fuerzas Armadas y de los otros poderes públicos sometidos a la voluntad del Ejecutivo, ergo, a la voluntad de Chávez, quien, en razón del culto a la personalidad que le profesaban sus partidarios, dejó de ser el presidente constitucional de Venezuela para convertirse en el comandante de una revolución imaginaria. Este comandante, con todo lo que tuvo, pudo haber hecho la mejor gestión presidencial de toda la historia nacional si se hubiera rodeado de un equipo idóneo y si, en vez de escoger a Cuba como modelo y a Fidel Castro como tutor, hubiera dirigido su mirada a un sistema más exitoso, como el chileno, por ejemplo. Pero Chávez, que era un megalómano incorregible, se sintió atraído por Fidel Castro que en ese particular no se quedaba a la zaga de nadie.
Chávez tuvo muy buena fortuna. Siendo el único jefe militar alzado en 1992 que no encabezó las acciones, que fracasó y se rindió, se convirtió sin embargo en la figura más importante de la rebelión y del descontento nacional tal solo con aparecer brevemente en televisión para pedir a sus compañeros que depusieran las armas. En ese instante puso de manifiesto su indiscutible capacidad mediática. En su sitio de reclusión tuvo todo tipo de comodidades y consideraciones (muy distintas a las de Leopoldo López en la actualidad). Su celda fue un espacio abierto por donde desfilaron simpatizantes, ex guerrilleros, oportunistas de todo pelaje y una multitud de otras personas atraídas por la personalidad autoritaria de Chávez (imán de todos los dictadores que en el mundo han sido). Los partidos democráticos, con sus errores y confusiones, le pusieron el poder en las manos. Una vez en el poder, convocó la Asamblea Nacional Constituyente, elaboró una nueva Constitución a su medida, disolvió los poderes públicos establecidos y los “relegitimó” con sus partidarios. Con asesoría cubana puso en funcionamiento las “misiones” y un conjunto de otros beneficios sociales que lo atornillaron en el poder. Simultáneamente arremetía contra la empresa privada y deterioraba el aparato productivo nacional. Hacia mediados de su largo mandato, cuando su imagen se deterioraba, los precios del petróleo se dispararon alcanzando topes impensables (más de 130 dólares por barril). Enmendó la Constitución para quedarse en el poder a perpetuidad y gobernó 14 años, hasta su muerte, pero aspiraba a mucho más, tratando de igualar o superar a Fidel Castro que estuvo 49 años gobernando.
Pero Chávez abusó de su suerte. Se creyó invulnerable y no tomó precauciones. Ni siquiera atendió las señales que seguramente su organismo le envió. Un cáncer avanzado y sobrevenido acabó con su vida en poco tiempo. Sufrió mucho, pero en compensación murió sin presenciar el espectacular fracaso de su obra, a la que dedicó íntegramente sus últimos años. Murió creyendo que había sentado las bases del socialismo y que había liberado a Venezuela de la pobreza, del “imperio” y de la dependencia. Al poco tiempo de su muerte se derrumbaron los precios del petróleo y se produjo el fenómeno El Niño. Eran dos eventos predecibles, que habían ocurrido antes y de los que había indicios de repetición. Con los inmensos recursos financieros que manejó pudo haber mantenido una reserva en el Fondo de Estabilización Macroeconómica para enfrentar con éxito ambas eventualidades, pero no lo hizo.
Como resultado, la revolución, que nunca fue bonita, pasó a ser horrorosa, con escasez de todo, incluso del pan nuestro de cada día, con una inflación galopante causada por la emisión de dinero inorgánico, con una corrupción enorme producto del poder absoluto y sin control, con el hampa desatada matando venezolanos a diestra y siniestra, etc. Y lo peor es que no sabemos cómo será el final de la historia porque el gobierno mantiene una arrogancia y una prepotencia que no se corresponden con su debilidad y el pueblo en las calles asalta camiones de comida, se pelea por el botín y soporta lluvia y sol durante horas en colas interminables para adquirir uno o dos productos con precios regulados. Sin exageración, quizá estemos viviendo los momentos más difíciles de la historia nacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario